sábado, 27 de junio de 2009.
Grita.

Y atenazado por el silencio de la impertérrita almohada, llora y grita. Grita porque ella era la única posible, la única luz bajo el abismo de las sábanas. Y una vez más, sueña con su ausencia, alarga la mano pero ya ni siquiera alcanza a rozar su piel de seda. Grita porque su mundo, acostumbrado a girar entorno a una figura de mujer y un perfume embriagador, se cae de nuevo al no encontrar su centro gravitatorio. Grita al cielo, a la luna, a los vientos, grita a una botella vacía. Grita por su derecho a ser feliz.

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Gira, el mundo gira en el espacio infinito...
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martes, 9 de junio de 2009.
El joven escritor rasgaba furiosamente las páginas de su viejo cuaderno. Afuera, las nubes no dejaban ver a la luna. La lluvia golpeaba con fuerza la pequeña ventana del desván donde se encontraba.

Podríamos decir que tenía veinte años, aunque la expresividad de su mirada, completamente absorta en el papel, indicaba una madurez y una experiencia impropias de su edad. Era una mirada cansada, dolida, anciana. Sus pupilas enrojecidas saltaban con facilidad de una línea a otra, sin seguir en ocasiones el hilo de su pluma. Un relámpago atravesó al cielo, iluminando brevemente la estancia. El joven levantó la cabeza y alzó la mirada, como si intentara comprender qué es lo que sucedía allí fuera, y casi instantáneamente prosiguió con su tarea.

Cada verso le evocaba a su sonrisa. Cada palabra estaba impunemente manchada de color frustración. Cada golpe de pluma dejaba entrever un dolor profundo y marcado. La mano se deslizaba sobre el papel a trompicones, a marchas forzadas, como si la máquina no estuviera bien engrasada. Sin embargo, su mente volaba entre recuerdos y sensaciones.

Una sílaba tras otra, el joven fue componiendo el esquema de sus pensamientos más profundos, de sus sentimientos más intrínsecamente guardados. Jugaba con la expresividad del lenguaje, elaborando un complejo puzle cuya solución estaba bien escondida dentro de sí mismo. Las palabras fluían desde su psique hasta el bolígrafo, que iba realizando una danza acompasada y funesta.

De repente, el grifo de ideas se cerró súbitamente. La pluma se quedó sin tinta, sin materia prima sobre la que construir una escalera hacia el cielo. El escritor dio un respingo, aparentemente sorprendido de tan repentino atasco en las vías de su inspiración. ¿Qué era lo que ocurría? El joven intentó bucear entre su corazón para buscar el motivo de su congestión. Hasta que lo encontró.


Un guiñapo de papel mojado cantaba una balada triste bajo la luz de una farola solitaria.
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