Él era cielo sin estrellas, firme, seguro, inabarcable.
Era un corazón dominador y titubeante, silencioso y transmisor.
Era unas manos curiosas y un pecho donde poder aterrizar sin miedo al mañana.
Era sangre de añoranza y puños de acero, un constante buscador de la primavera entre sus ojos.
Ella era la reina intangible de los amaneceres.
Era inconclusa, suave en sus gestos y en justa medida sus confesiones.
Era una caricia de cristal y tres sonrisas, era una pluma que suplica no caer al vacío.
Era palabras gélidas y un sol que bañaba sin quemar el deseo oculto de sus entrañas.
Y sin embargo, se amaron,
y cuando lo liviano y frágil dejó paso a la más eterna de las oscuridades
ambos encontraron en cada mirada
la más hermosa de las palabras tatuada a fuego en el dorso de la piel.
Leia Mais...
Era un corazón dominador y titubeante, silencioso y transmisor.
Era unas manos curiosas y un pecho donde poder aterrizar sin miedo al mañana.
Era sangre de añoranza y puños de acero, un constante buscador de la primavera entre sus ojos.
Ella era la reina intangible de los amaneceres.
Era inconclusa, suave en sus gestos y en justa medida sus confesiones.
Era una caricia de cristal y tres sonrisas, era una pluma que suplica no caer al vacío.
Era palabras gélidas y un sol que bañaba sin quemar el deseo oculto de sus entrañas.
Y sin embargo, se amaron,
y cuando lo liviano y frágil dejó paso a la más eterna de las oscuridades
ambos encontraron en cada mirada
la más hermosa de las palabras tatuada a fuego en el dorso de la piel.