jueves, 29 de abril de 2010.
Él era cielo sin estrellas, firme, seguro, inabarcable.
Era un corazón dominador y titubeante, silencioso y transmisor.
Era unas manos curiosas y un pecho donde poder aterrizar sin miedo al mañana.
Era sangre de añoranza y puños de acero, un constante buscador de la primavera entre sus ojos.

Ella era la reina intangible de los amaneceres.
Era inconclusa, suave en sus gestos y en justa medida sus confesiones.
Era una caricia de cristal y tres sonrisas, era una pluma que suplica no caer al vacío.
Era palabras gélidas y un sol que bañaba sin quemar el deseo oculto de sus entrañas.

Y sin embargo, se amaron,

y cuando lo liviano y frágil dejó paso a la más eterna de las oscuridades

ambos encontraron en cada mirada

la más hermosa de las palabras tatuada a fuego en el dorso de la piel.
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sábado, 17 de abril de 2010.
Revolución.



Como la ola que el mar es incapaz de dominar.



Como besos improvisados de un amor a cuentagotas.





Entré a aquel ascensor con una única certeza en un mundo de dudas: Tendría que enfrentarme a mi imagen, desafiante, en el espejo que tiempo atrás maldijo mis eternas ganas de volar.

Pisé con cuidado y la estructura chirrió en su conjunto. Me posé sobre el suelo del ascensor, aparentemente seguro pero alzado sobre metros de vacío. Alcé la cabeza y contemplé con serenidad mi reflejo en el espejo.

"¿Preparado para encontrar la felicidad?"

"Por supuesto", murmuré, mientras le di la espalda a aquella inquisitoria parte de mi ser.

Pulsé el botón.


Como una zarpa que en un instante desprende máscaras hechas de miedo.


Como la luna que alarga su presencia en el firmamento con el rocío del alba.



Revolución.



Se abrió la puerta y, antes de dirigirme hacia el precipicio, cogí a mi reflejo por el cuello de esa rancia camisa negra y la incorporé dentro de mi pecho.

-Necesitamos estar juntos en esto.



¿Ya no llueve? Espera, parece que está cogiendo carrera...
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sábado, 10 de abril de 2010.
No quiero escribir.



No, no quiero. Déjame abandonar esa suntuosidad disfrazada de perfección.




Hoy sólo quiero decirte lo que te echo de menos.




Sin versos, sin estrofas. Sin giros semánticos. Sólo una mirada, una caricia, un abrazo.




Lee en mis ojos. ¿No los escuchas? Te tocan suavemente con cada beso.




Hoy no quiero seguir con mi estrategia. ¿Para qué? Todo acaba por carecer de sentido.




Al final todo desemboca en mi necesidad imperiosa de verte, de sentirte, de estar contigo.




Ya no quiero contenerme en cada sílaba. Necesito golpearte con ellas,




y hacerte ver




que mi rosa también es capaz de pinchar con su espinoso tallo.




Necesito que cada sintagma se clave en tí hasta llegar al más recóndito de tus deseos.






Hoy perderé, pero si pierdo, que la fría superficie del suelo me sirva de resorte para ganar.









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