miércoles, 29 de diciembre de 2010.




Y precisamente una noche como ésta, hace justo un año, empezó a cambiar mi vida. Una invitación a destiempo, nervios, compras y alcohol, tal vez demasiado alcohol, trucos de cartas, el primer beso. Quién lo diría, aquel fue el primer beso. Y ahora, un año después, míranos. Mentiría si te dijera que no me fijé en ti aquella noche. Tan preciosa, tan lejos. "Oye, ¿cómo está Raque?" Y la sensación de aceptación, un alivio para el ser social que hay en mí. Viejos amigos y nuevos compañeros se entrelazaban, y aquello sólo era el principio.

Y mientras Enero seguía imbuido en aquella maravillosa rutina, salpicada con retazos de sol de invierno, de relatos escritos para ti y nada más, de miradas, de magia, de algo nuevo. Los meses trascurrían entre breves visitas a París cada mañana, traducciones imposibles, versos de Catulo, obras de arte puestas del revés y con tonos amarillentos, camaradería, complicidad. Y tú, pequeña francesita, fuiste el mejor trozo de rutina que jamás he tenido el placer de encontrarme. Porque contigo cada conversación era especial, porque la jerga común permitía una comunicación más infinita de lo habitual, porque cada hora se transformaba en algo digno de recordar. Por eso espero que tú no olvides los paseos hasta tu casa en los que siempre tirábamos por el parque para alargar un poquito más la charla, la filosofía entre clase y clase, risas, risas y más risas, los abrazos detrás de los que no se intuía la soledad, las columnas predilectas, el sol y el césped, las almohadas improvisadas, el teatro, las cenas en pizzerías por apuestas inadecuadas, las peleas, las discusiones, las lágrimas y las reconciliaciones en algún hotel perdido y con goteras en un rincón de Roma. Porque la vida no era fácil de interpretar, pero tú y yo jugábamos con reglas distintas.








Y mientras, el Clan. Familia, hermanos. Piscinas climatizadas, desayunos gratis, Los Ramones, "¿cuánto queda?", fines de semana rurales, alemanes locos, Tolox, Guaro, rutas imposibles, miles de planes, pocos realizados, pero nos da igual, porque soñar sigue siendo gratis.



Tras esperar ingenuamente que algún hada bajara de los cielos y diera por mí el beso que no me atreví a dar, te fuiste, sin más. Pero me daba igual, porque seguías regalándome tu presencia, y siempre me he conformado con poco. Pasaban los meses y llegaba la primavera, y el vínculo se iba estrechando cada vez más. Por eso la Plaza de la Marina siempre será un lugar increíble. Y personas que siempre habían estado ahí, estaban cada vez con más fuerza. Y personas que nunca me abrieron su corazón, me ofrecían su confianza sin límites.



Y llegó la primavera, y fue preciosa, y lo sabes. Una época de confesiones, una época donde ya se empezaba a vislumbrar el final de aquella maravillosa rutina. Visitas inesperadas, guerras y revoluciones, artistas locos, Pokémon, perros andaluces, rituales antes de los exámenes, reconciliaciones, descubrimientos. Y llegó el miedo y las dudas, y la distancia, fantasmas que se acrecentaban en cuanto el verano se asomaba tras el cristal. Días brillantes. Días de pararse y pensar, de ser consciente de que las mejores historias son mejores cuando son contadas, no cuando se viven.






El principio del verano me dio unas falsas expectativas que, afortunadamente, no se cumplieron. Unos exámenes aderezados con una terrible sensación de soledad. La filosofía nos abandonó, pero por suerte, otras manos ocuparon su lugar con más o menos acierto. No hay nada mejor que volar más alto que las barreras impuestas previamente, y aquel mes de junio con olor a cachimba me ayudó, pero no era suficiente. Nunca era suficiente para mí, y el café y las acuarelas no eran suficientes para calmar tu ansiedad tras el peor cumpleaños de tu vida. Afrontaba un viaje a una tierra mágica con poca magia entre mis dedos. Menos mal que volviste...





Y llegó el verano. No puedo describir, sólo puedo limitarme a enumerar. Tantas cosas aprendidas, tantísimos momentos, tantas sensaciones. La tierra mágica resultó ser más mágica de lo que pensaba en un principio, no por su belleza, sino por la gente con quien compartes esa belleza. Nací para estar allí y allí me encontraba, extasiado ante la grandeza del humanitas. Aquello lo cambió todo. Aquello y una tarde en una piscina donde, sorprendido, comprobé que volvías. Volviste, y lo hiciste tan rápido que no me dio tiempo a recogerte cuando ya te habías ido de nuevo. Mientras tú y yo desafiábamos al tiempo, Gandalf dijo "You cannot pass" entre cafés solos y palomitas de mantequilla, INDIOS FC ponía en aprietos al Real Madrid y de paso a alguna que otra bola de billar, y una gaviota se posó en mi espalda como sinónimo de la paz absoluta. Y sí, te fuiste de nuevo. O te dejé marchar, una de dos. Pero el frío era cada vez más mitigado con estrellas fugaces de una noche extraterrestre, y entre pinos encontré, por fin, a mi verdadero yo. Creí que había segundas oportunidades pero no, no las había, o al menos yo creí que no las había. Entre bailes y risas renaciste pero ya no, porque una invisible barrera, otra más, se había impuesto entre nosotros. Y como todas, tuvimos que derribarla, junto a mi cobardía y a tu miedo.





Pero era hora de afrontar un nuevo giro en mi vida, de enfrentarme a situaciones nunca antes conocidas, de abandonar la calidez de lo seguro. Y no, no ha sido fácil, pero una bruja bajó de su nave espacial para darme la mano y guiarme con notas en los márgenes, con post-its, con la gratificante sensación de que no estás solo en un mundo de idiotas que no leen a Nabokov. Y me enseñó a creer en mí, me enseñó nuevos rincones antes desconocidos y que el amor no existe y la literatura no se aprende y que todo es fácil si queremos y nos dejamos llevar, y que nunca sabemos con certeza que el mañana seguirá ahí, por lo que hay que mirarlo todo desde otro prisma. Ella me enseñó a vivir y yo a veces pienso que yo no le enseñé nada, sólo le dejé unos cuantos lunes de octubre en el césped para el recuerdo y que nunca sabemos con certeza que si lo que vemos allá arriba es un avión o algún objeto no identificado.





Y al igual que el año empezó contigo, mi pequeña pelirroja, termina contigo, porque los cuentos más bonitos empiezan con "Érase una vez" y terminan "y fueron felices". Al final lo conseguimos. Saltamos todo lo que se nos puso en nuestro camino, saltamos muy muy alto, y aquí nos tienes, volando por encima de todo y de todos. El año termina con cada día levantándome y pensando en tu mirada, en el roce de tu piel, en todo lo que nos queda por vivir. El año termina sintiéndote en cada respiración, notando una agradable presión en el pecho cuando apareces y compruebo que todo va bien, que eres feliz, que te convenzo con mis sonrisas, que estás a mi lado después de tanto que hemos pasado. Ahora tú eres la calma de mis días y el fuego de mis noches, la razón de seguir en esto, escribiendo a pesar del ruido y del silencio y evocando tu boca entre mis tintas. Ahora nada nos va a impedir seguir en esto, el año que viene es nuestro, porque ya te he dicho muchas veces que las mejores historias son las que nos quedan por vivir.




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jueves, 23 de diciembre de 2010.
Pues claro que soy algo. Soy más que algo, soy más que lo mundano, lo mediocre, lo erróneamente llamado "normal". Soy como ese tipo viejo con barba que cuando se aburre deshace lo creado, soy como un dios. Soy aquello a lo que atribuyes aquellos cambios en tu entorno que no puedes explicar. Soy la explicación a tus ganas de levantarte cada mañana, a la deriva de tus pensamientos, a la manera de acurrucarte entre mis brazos, ronronear y escupir felicidad cada vez que me rozas. Soy Dios porque tengo el poder de hacerte sonreír, y si puedo lograr eso, ¿qué es lo que no puedo hacer? ¿A quién más necesito convencer? ¿Quién tiene el derecho de recordarme el silencio que me embarga cuando no estás? Tengo el poder de activar circuitos nerviosos con una simple combinación de caricias y algo menos físico aún, místico, casi oculto, que flota en el ambiente de mi habitación mientras la tarde se nos echa encima. Tengo el poder de llevarte al cielo, de guiarte hasta la luz, y si me enfado lanzar rayos, electrificarte y que me contagies al tocarte, de manejar al sol y la lluvia, de controlar las estrellas para que respondan a tus deseos. Estoy aunque no me veas, estoy aquí, pero no contigo, y resucito cada vez que me recuerdas. Tengo el poder de hacer y deshacer, de darte un beso y desaparecer, de volver cuando menos te lo esperas e irme cuando no me necesitas, de quererte sin prisas y afrontar el reto de hacerte feliz a cada segundo.

Pero sobre todo, soy Dios porque yo soy el único que tiene el poder para decidir cómo es mi vida o qué camino seguir -por tierra o por aire-. El poder para manejar el entorno a mi antojo. Y he decidido que tú formes parte de él.
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lunes, 15 de noviembre de 2010.
Hoy me desperté siendo poeta

poeta de las noches claras, de los días feroces

de cuando callas, de cuando tu silencio me grita al oído

de cuando ríes y mi sangre mancha páginas de diarios descosidos

Hoy me desperté poeta

y la mañana me acunó en su abrigo de metal

frío al tacto, suave y sincero en las formas

Hoy me desperté siendo poeta

poeta de tu piel y de tu pelo, poeta que maldice al viento

que se cree, impertinente, que podrá robar las sonrisas furtivas

grabadas, grabadas a fuego, en cada palabra que escupo

Hoy me desperté siendo poeta

poeta que cabalga el tiempo, que lo maneja a su antojo

que recompone las figuras e ilumina los colores

que rompe páginas de calendario y desdeña la retórica barata de los narcisistas

poeta capturador de instantes, fotógrafo de tus miradas,

artífice de tu excitación, espejo que refleja la utopía de nuestra realidad

Mañana te despertarás siendo poeta

y renaceré en cada sintagma que se clave en tu conciencia

en cada espina del afilado tallo

me verás oculto entre tus sábanas, impregnadas con el olor de mi crudo verbo

oirás mis susurros cuando te pares a escuchar los sonidos de mi garganta desgarrada

y sentirás, verso a verso, cómo los recuerdos te atenazan entre sus dedos

Hoy me desperté siendo poeta

y me vino a ver la soledad, y volamos juntos
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viernes, 12 de noviembre de 2010.
Un buen día te levantas con una sonrisa en la cara, en una peligrosa premonición de la jornada que te queda por delante. Con ojos somnolientos y el pelo revuelto, te diriges al armario, coges sin mirar demasiado la ropa que lucirás, y tras ponértela sin demasiada prisa, abres el cajón de la ropa interior. Sólo queda un calcetín blanco y otro negro. "Vaya faena", piensas. Y de repente, te das cuenta de que te da igual llevar calcetines distintos. En ese momento fue cuando empecé a crecer de verdad.

Y empiezas a mangarte las mangas, porque hay mañanas en las que, sinceramente, no apetece estar siempre listo. Apetecen colacaos como maravillosa rutina y un guiño pícaro a las dificultades del día a día. Empiezas a descubrir nuevos olores bajo el murmullo del viento, y a desistir de recolocarte el flequillo cuando una racha se lleva por delante el trabajo concienzudo delante del espejo. De repente te sorprendes a ti mismo admirando el arco iris perfecto tras un día lluvioso y desafiando con la mirada a los transeúntes que, sumidos en sus problemas que ellos creen tan importantes, ignoran la belleza y subestiman el poder del color sobre una capota grisácea. De improviso comprendes que las preocupaciones son subjetivas y que todas las historias son ajenas a lo que realmente importa. Miras a tu alrededor y tienes la absoluta certeza de que todo tiene sentido, que todo pasa por algo y que todo se repite continuamente, como aquella canción en el tocadiscos de tus padres. La absoluta certeza y la increíble tranquilidad que otorga el saber que eres uno más en un juego inconcluso, sin final y probablemente sin principio. Dejas de darle importancia a las fechas, las horas, los segundos. El tiempo nació para ser libre y fluir constantemente y ponerle barreras es inútil e improductivo. De repente deseas con fuerza que llueva, y salir a la calle porque sí y escribir en cualquier banco maltratado. En un momento aprendes a valorar la risa como la mejor medicina, como un chute de alguna sustancia desconocida que abre tus venas y aligera el corazón: y a la vez, minusvaloras el poder de la pluma como terapia, porque la verdad duele y escribiendo es más fácil coger atajos para llegar a ella. Ya hice muchas letras ayer, y no me curé, dijo algún poeta frente al micrófono. Te das cuenta de que ser simple es a veces la mejor solución, y recurres a tópicos, estereotipos y prejuicios por el mero hecho de sentir el placer de etiquetar de un modo tan sencillo la realidad. Tomas consciencia del regalo de respirar, de parar por un momento y bailar al compás de los latidos de tu corazón. Aprendes a agradecer la verdadera valía de los que te rodean, a ver fotos y dejar que la nostalgia te inunde e incluso te coma por dentro, a utilizar el poder de las caricias estratégicas a tu favor, a comunicar en silencio, a no dar nada por hecho, a no confiar en nadie y a la vez a confiar en todos, a odiar la retórica barata y las palabras vacías, a amar el arte y la magia que te traigo entre los dedos, entre las quemaduras de cigarro intermitentes en mi diario de bitácora. Cuentas a los demás aventuras y batallitas de cuando eras simple y tenías la enorme ventaja de vivir porque sí, de desafiar al reloj y fingir que no conoces el hálito de la muerte, de la soledad y el silencio. Y que no, que cualquier tiempo pasado no fue mejor, que es hora de reinventarse a cada paso y saber, con orgullo, que tienes tantas cosas que contar que no eres capaz de cerrar las historias. Y de repente, miras a tu alrededor y piensas "eh, todo va bien". Y sigues caminando, sigues caminando porque nunca te enseñaron a correr.
(...)


Esta noche es una de esas noches en las que el miedo te cuenta historias terribles para no dejarte dormir.

Agárrame fuerte de la mano, como sólo tú sabes hacerlo, y haz que olvide los fantasmas que vi tras tu mirada. Júrame que fueron fruto de mi paranoica inaginación.
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lunes, 11 de octubre de 2010.
No debería estar escribiendo esto. Pero he de confesarte que siento un inusitado placer desgajando suavemente las ideas, manchando de tinta la pureza, haciendo eterno lo intangible. Quizás no debería hacerlo, pero, ¿quién lo sabe? ¿Quién fue el imbécil que escribió las normas que he de saltarme? Teóricos saltan de entre las piedras murmurando indicaciones para caminar por un sendero que hace tiempo que desistí de seguir. ¿Quién me vendió esta anticuada moral? Me gustaría descambiarla.

Ahora me veo desde arriba. Soy adicto a la objetividad, me hace reír. Me veo trastocando papeles de aquí para allá, dando vueltas por mi habitación, haciendo crujir los muelles del somier. Veo mis ojos cansados y un imperceptible temblar de piernas, y la luz de mi sonrisa gastada deja en penumbra lo que me rodea. Abro cajones, leo cartas, lloro, grito, y de un salto vuelvo a enhebrar los segundos, a recomponerme y a dibujar lunas entre las nubes. Me ducho y desafío con la mirada a un tipo moreno y ramplón que me mira desde el espejo. Transmite seguridad, pero se engaña a sí mismo y a los demás. Pobre iluso, si al menos supiera reír como yo... Me peino, me lavo los dientes y a patadas vuelvo a adelantar el reloj. Desde fuera todo parece más divertido y más fácil.

Más divertido y más fácil. No es para tanto. Ni siquiera es necesario barajar las cartas. Quizá sólo es necesario dejarse llevar. Escuchar el canto de la brisa y dejarse embriagar por los susurros del viento. Dejar que tu piel roce cada recoveco en un suave análisis de los sentidos. Y gritar, gritar muy fuerte. Gritar hasta que cada trozo de cielo, hasta que cada estrella haya oído lo que tengo que decirles. Inspirar profundamente y expulsar el aire e imaginar otras posibilidades dentro del amplio abanico de la realidad. Porque somos libres y cada decisión no nos condena, sino que nos da alas. Quizá sólo es necesario equivocarse y saborear el amargo dulce de la derrota. Porque no hay mayor placer que la certeza de posar tus manos sobre la tierra y pensar: "No hay nada más abajo", y conocerse, y que la euforia brille en cada centímetro de tus pupilas y saber, porque lo sabes, que eres capaz de subir, de brillar, de alcanzar lo inalcanzable. Quizá sólo es necesario cerrar los puños, apretar los dientes y luchar por lo que nos importa, por esa agradable sensación que sientes cuando la adrenalina circula por tu sangre. Sangre que aunque será derramada por mil puñaladas, por mil alfileres con un sólo nombre colgado en ellos, es una prueba de tu coraje y tu entrega. Porque la indecisión mata y el estúpido racional que piensa ya forma parte de mi pasado. Quizá sólo es necesario sentir.


Salgo a la calle y escondo mi dolor entre el bullicio de vidas ajenas. Mirando hacia abajo siempre, intentando ser invisible sin conseguirlo. Me regodeo con mi actitud autodestructiva. Encerrado entre las paredes que un día construí sin proponérmelo, con las que me estrello noche tras noche y entre las que siento una falsa sensación de seguridad, es imposible fundirse con el entorno. Pero desde fuera las imposiciones del yo no existen y puedo correr a mi antojo, puedo observar sin juzgar y puedo sonreír sin miedo a ser juzgado. Un traspiés tras otro, volando en círculos, perdido y con cicatrices en la comisura de los labios. Rompo fotos y esquivo miradas, en un vano intento de fingir que aquello nunca existió. Ahora que logré escapar de la cárcel de mi propio corazón, compruebo lo ignorante que fui.

Porque el pasado se contamina fácilmente del presente, y lo que es a veces parece que siempre lo fue.

Quizás no es necesario pensar en tí, sino simplemente sentirte. Quizás no es necesario buscar la salida, sino dejar que los pies marquen aleatoriamente tu destino. Tal vez es que quiero verte, sin más. Tomarnos un café más, tal vez el último café, pasear juntos bajo el paraguas mientras los transeúntes corren a nuestro alrededor. Cantarte esa canción que tanto te gusta, contarte ese cuento que siempre te hizo soñar. Morir cada día y nacer cada noche junto a tu portal. Mirarte y que me mires y notar esa conexión inquebrantable. Quizá es necesario que te calles, que cierres la boca y me sonrías, que me acaricies y me hagas notar que no hay nada más afuera de estas sábanas, que me jures que esto no es un sueño y que no hace falta despertar, que mi realidad son tus labios, que mi horizonte es tu pecho. Que no, que no veo más allá de tu blusa, que estoy ciego y quiero que me orientes, que eres tú la única luz en este mundo de locos. Quizá es mejor enloquecer, seguir creciendo y haciéndonos más fuertes a cada carcajada demente. Quizá es necesario que me abraces, que te acerques tanto a mi pecho que los cuerpos sobren y el deseo vuele alrededor, que me prometas que no te vas a ir y que, de una vez por todas, todo va a ir bien. Que grites tan fuerte mi nombre que sólo yo lo pueda escuchar. Porque la magia no tiene un origen ni un destino, no se puede tocar, no se puede coger ni entender. No se puede analizar. Sólo se puede sentir. Quizá sólo es necesario sentir.

Saborear cada estímulo proveniente del exterior, aferrarme fuerte a tu mano y aceptar con un gesto desafiante el inmenso juego que nos propone la vida.
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sábado, 2 de octubre de 2010.
- Creí que te dolería- murmuró, entre decepcionada y aliviada.

- Claro que me duele, pequeña. Claro que me duele. Pero hace tiempo que aprendí a anteponer tu felicidad a la mía...
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[Una de símiles ferroviarios]

jueves, 23 de septiembre de 2010.

El tren acababa de partir. Y yo, iluso de mí, creí que aún me esperaba en el andén.

El impenetrable silencio escondido bajo el murmullo de los viajeros que corren de aquí para allá, ansiosos por no perder su oportunidad de escapar, de huir del vacío. Entre toda esa prisa me encontraba yo, inmóvil, en blanco y negro bajo un vendaval de colores. Aún no los habían perdido. Y sonreí, como el que contempla a sus semejantes con la certeza de que el destino nos aguarda con el mismo final para todos.

En el centro del caos, mi figura impertérrita, capturada en el mismo instante de la pérdida. El tiempo ralentizaba su marcha a mi alrededor. Una efigie anquilosada en el recuerdo, sin más. El bullicio aún corría en busca de su propia nostalgia futura, ajenos a la calma, veloces corredores de sueños aún borrosos. Desenfoca, aléjate. Las esperanzas se ven mejor con distancia de por medio. Bonito contraste.

Las imponentes máquinas esperaban a los pasajeros entre una nube de vapor y despedidas. Azul metálico con sabor a adiós. Me acerqué a aquel tren que parecía ser ajeno a su papel de transporte entre decepciones e ilusiones, portador de almas fugitivas y disconformes. Posé mi mano sobre el acero. Frío. A mi espalda, una pareja se abrazaba por última vez. Pude notar la inconfundible sensación de deseo. Los cuerpos sobraban y cada uno intentaba en vano respirar la esencia del otro, llevársela incrustada en su ser, devolver a su sitio lo que un día formaba un ente incorrupto. Pero ella se irá en este tren, y con ella, un trozo de su alma partirá para siempre. A través de los cristales se mirarán a los ojos y contemplarán en las pupilas esa parte de su ser que se separa de sus caminos. Y al perderla de vista, el se verá acosado por el vacío, como una ventana rota por cuya grieta se cuela el relente y la escarcha. Sentirá frío, sus músculos se entumecerán, y sus labios oscuros jurarán no volver a separar nunca más su esencia ahora incompleta. Hasta que otra luz regale un poco de calor a su cuerpo, otros senos se ofrezcan a darle cobijo y, en un proceso tan cruel como mágico, tan especial como corriente, su alma vuelva a estar reparada con el trocito de sol que se abrió un claro entre sus nubes. ¿Cómo podía ser de otro modo la sensación al tacto de un componente tan vital en tan fatídica historia?

Volvía a mi andén ahora vacío con esta reflexión rondando mi cabeza. La rabia arañaba mis entrañas. Yo, que conocía tan de cerca el peligroso ir y venir de las mareas, ese juego inquieto, esa melodía dulce y traicionera; que escuché el canto de las sirenas una y otra vez, y una y otra vez me vi arrastrado por las corrientes. ¿Cómo podía haber cometido el mismo error? Alcé la cabeza. Todavía se podía ver el rastro de mi vagón fundiéndose con el horizonte, zigzagueando, camino de un edén al que ya no estaba invitado. ¿Cómo pude haber perdido el tren de nuevo?.

Sólo tenía una oportunidad para viajar, para abandonar aquella estación de los locos. Tenía mi billete en una mano, mis maletas en la otra, pero aún me asaltaba una única duda: no sabía si tú me acompañarías en aquella travesía. Y la indecisión fue la peor compañera de viaje: dejé las maletas en el vagón, pero mi cuerpo se quedó en tierra. Pensaba que aquella mole de hierro y humo seguiría allí para siempre, esperando eternamente a mi decisión. Pero siempre has sido fugaz, pequeña. Efímera. Y el tren se marchó, cuando quise darme cuenta de que tú ibas en él, rumbo a otros atardeceres, otra pluma de pies ligeros y fría piel.

Y yo, iluso de mí, creí que aún me esperaba en el andén.

Fugaz y efímera. Allí, solitario entre el caos, desdibujado y borroso, alcancé a ver tus ojos detrás del cristal del vagón, y vi reflejado en ellos a aquel joven que perdió un trozo de su propia esencia entre el traqueteo del destino. Y mientras, la muchedumbre corre desesperada en busca del tren que aún sigue esperándolos, en busca de los colores que la vida aún no les ha usurpado.

Corred, muchachos. No sigáis mi ejemplo. Yo me quedaré aquí, esperando una nueva oportunidad para abandonar esta estación de locos. Vaya, empieza a llover de nuevo...
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viernes, 10 de septiembre de 2010.
Fue una primavera linda, princesa, y lo sabes.

Demasiado vértigo cuando contemplábamos juntos a las flores sobreponerse a un invierno áspero y gélido. Aguantamos la respiración en espera de la lluvia de Mayo, pero el verano calmó nuestras ansias otoñales y con él, se fue el color en mis nuevos versos.

Flores de cartón, nieve de mentira, y mucho, mucho viento.

Tengo demasiadas teorías y ninguna se asemeja al vendaval de desidia que hizo que lo nuestro se me escapara como arena entre mis dedos, como las hojas que por pura inercia, o por designios de la naturaleza, forman un festival de tonos ocres y dorados, aquel paisaje que tanto añoramos pero nunca llegó.

Y justo cuando mi mundo volvió a ser en blanco y negro, justo cuando el calor de mis brazos se volvió tibio, escuché aquella canción.



¡Qué tonto! ¡Si nunca hubo nada!



Y justo cuando una de mis numerosas debilidades me volvió a instar a que pensara en ti, justo en ese mismo momento, volví a escuchar aquella canción.

Espero, princesa, que no te pongas celosa. No eras tú esta vez la destinataria de mis recuerdos, ni era nuestra historia la que resultaba sospechosamente relatada entre acordes.

Somos jóvenes y tendemos a creer que cada situación es única y no se volverá a repetir. En nuestra ignorancia, pasamos por alto que cada persona sigue unos patrones ya predefinidos, y aunque digan lo contrario, es muy fácil caer dos veces en un mismo error. Somos animales guiados por nuestro instinto. Somos marionetas casi idénticas en un inmenso circo, con la salvedad de que somos nosotros mismos quienes podemos reescribir el guión.

Y así, volví a sentir el pinchazo de quien se siente identificado por segunda vez, de quien es consciente de que sus tropiezos son compartidos y fáciles de cometer. Aun así, sabiendo que al fin y al cabo siempre llega el invierno, no me arrepiento de nada. Porque fue tan bonita la primavera, y lo sabes...

Recé por tus besos en cada alborada...
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martes, 31 de agosto de 2010.
Juguemos.

¿Para qué tomarse todo esto en serio? ¿Por qué torcer esa sonrisa de hada, para qué silenciar tus instintos, para qué refrenarse? Abramos los ojos y dejemos fluir hasta la última gota de nosotros mismos, de esa auténtica esencia original e incorrupta que siempre perdurará detrás de unas incombustibles ganas de saltar.

Siempre has sabido que la línea entre la cordura y la demencia es frágil y en ocasiones discontinua. Intuías la subjetividad de las palabras, de las acciones, de tu moral, y conocías de antemano la diferencia entre lo enrevesado de tus historias y la realidad. ¿Y qué es la realidad sino una mera quimera, un espejismo, una mentira sostenida por ignorantes convencidos de la interpretación como auténtica verdad?

No supe avisarte a tiempo de la peligrosidad que entrañaban los procesos de tu mente, y el miedo te consumió lentamente, ocultándote entre tus silencios. Reconozco que no fui capaz de revertir tu situación, de convencerte con mi mirada y dejar que te bañaras en mis ojos. Quise alentarte y mis palabras sonaban huecas, quise abrazarte y mis brazos se helaron en torno a tu cuerpo, quise amarte, pero sabíamos que el invierno acechaba ya en nuestras ventanas. Ahora sé que el camino más fácil es el más complicado de ver.

Quiero jugar contigo.

Sólo te pido una tregua de palabras. Muchas veces dicen cosas que no quiero decirte, y callan cosas que quiero que sepas. Propongo que tu risa contenida sea el único medio, la única manera de saber que eres feliz. Quiero pintarte la cara, contar estrellas, pasear juntos, contemplar cómo la vida se nos escapa sin que pongamos remedio. Sin trampa ni cartón, sin ojos tristes, y con muchas, muchas formas de reír distintas. Abre los ojos, vamos, quiero asomarme en ellos y contemplar, satisfecho, ese trocito de esencia que aún nos queda.

Quiero que me abraces y me susurres al oído que encontraste al niño dentro de mí.
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lunes, 23 de agosto de 2010.
Bienvenido de nuevo a una atmósfera cargada de medias tintas, sudor y deseos ocultos. Te estábamos esperando, y tú también esperabas en el fondo volver a contaminar tus pulmones con la mentira de lo que te rodea ahora, con el engaño camuflado de ilusión. Ansiabas continuar respirando, aunque sabes que cada calada te matará en un futuro no demasiado lejano. Cada bocanada te dibuja una sonrisa en los labios y una tachadura en el corazón.

Bienvenido de nuevo al espejismo de tu vida. Sentirás ahora como sus miradas se clavan en tí con un extraño y doloroso placer; comprobarás como cada caricia de sus manos te quema y a la vez te grita en el oído para que sigas jugando a su peligroso juego. Cada sentido de tu cuerpo, cada neurona de tu mente, te instará a seguir apostando hasta el último rastro de tu cordura.

Volverás a respirar el rancio olor del polvo. Golpearás con desesperación a la tierra que te vio nacer y que ahora de nuevo te ve caer. Pero te levantarás, porque eres adicto al sabor de su piel. Implorarás rabioso a ese Dios que te maneja cual marioneta, lo odiarás por ignorarte pero al mismo tiempo lo amarás, ciego creyente, porque es la única luz que se vislumbra en el oscuro túnel en el que se convirtió tu existencia. Alguien te avisa de que tal dios no existe, sólo es un consuelo inventado por tu corazón, harto de sufrir, ansioso por creer, por aferrarse a la esperanza. Pero le silencias, y de vuelta a la ruleta de tu efímero cielo, le dices al oído: "Te quiero".

Bienvenido de nuevo a la época melancólica, capullo.
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sábado, 24 de julio de 2010.

Esta es una carta de amor sin súplicas.



Sin destinatario.



Pintada con colores dulces en mis labios y en mi piel,



retratada en el viento suave de Abril, inspirada en tu cuello y en tu pelo.



Una canción que mi voz enrabietada desgarra,


sin ningún oyente, a ningún buzón.


(...)












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miércoles, 21 de julio de 2010.
Seguro que alguna vez has sentido esa desagradable sensación de notar cómo necesitas decir algo urgentemente, necesitas exteriorizar esa vorágine de ideas, pero el estúpido sentido común o el miedo a equivocarnos nos paraliza de nuevo, dejando un extraño ardor en la garganta, como esas veces en las que las lágrimas están a punto de salir y te concentras como un imbécil en intentar retenerlas.
Es el máximo exponente de la dualidad y antagonismo entre la cabeza y el corazón. Sin embargo, es curioso darse cuenta de que el cuerpo y la mente no están tan separadas como se piensa en un principio. El estómago me indica que algo no marcha bien en mi proceso interno.
Y cada noche mi mente parece aclararse, y sabedor de que ya ha perdido la batalla desde hace mucho, implora una tregua a mi corazón. Porque conoce los antecedentes e intuye que la historia volverá a repetirse. De manera inconsciente mi mente analiza el pasado y da la alerta para que el futuro no vuelva a ser otra sucesión de lágrimas que emborronan cuadernos.
Pero me temo que de nuevo ya sabemos quién terminará ganando la partida. Como siempre, vamos.
A demasiadas revoluciones por segundo, un nuevo período se abre en el rodar continuo de mi vida, sin haber cerrado del todo las heridas del pasado.
A veces me gustaría olvidar tanto... asumir que no he salido de la adolescencia, que sólo soy un niño perdido en un mar de indecisión, disfrutar un poco más el momento, estar a gusto dentro de mi piel, aceptar que me equivoco y me seguiré equivocando y que estaréis ahí para levantarme siempre. Pero son demasiadas cadenas de las que tengo que escapar.
De hecho, creo que necesito olvidar...
...pero me miro dentro de tus ojos, y ansío disfrutar un poco más de tu recuerdo.
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La magia del comienzo

viernes, 9 de julio de 2010.
-Magia: Dícese de todo aquello que escapa al análisis racional de la información sensorial. Intentaré hacer de mi prosa gastada algo totalmente desconocido-


Las palabras te golpean,
una
detrás
de otra.
El cielo te observa, tus paredes oyen.
Suavemente
va creciendo en tu interior esa sensación.
No la conoces, pero la sientes.
Ansías conocer, alargas la mano...
Sin embargo,
el origen está lejos de ser palpado.
¡Sh! ¡Calla!
El silencio te parece el mejor aliado.

Sientes la líbido correr por tus venas. Tu boca se humedece y tus ojos, ligeramente desafiantes, se dirigen a la suya. El corazón empieza a desbocarse y la sangre impulsada no llega a todos los rincones de tu cuerpo por igual. Tiemblan tus rodillas y tu mente comienza a procesar imágenes de sus labios rozándote y explorándote, mientras que sus manos te desarman con cada caricia curiosa. Sabes qué está pasando, sabes lo que va a pasar, eres consciente de lo esencial de aquellos instantes. Pero sigues desconociendo el por qué de ese fuego, antes suave calor, que comienza en tu estómago hasta abrasar tu garganta.


Notas lo efímero
el precario valor de lo conocido hasta ahora
conoces este instante
ya no sirve nada más.
El pasado se perdió entre la brisa
y los vientos del porvenir no han soplado.
Aún.
Guardas la respiración, alargas el momento
y sientes el peligroso placer de lo irracional.

Ya que el tiempo ha dejado de existir, no te importa posponer eternidades el contacto. Te acercas lentamente, buscando aquello que tu estómago pide a gritos, con furia incontenible. Notas cómo ese ardor toma el control de tus actos. Tu boca, por fin, se une con la suya y un fuego cruzado os descarga mutuamente.
Sintiendo de nuevo el alivio envuelto en cenizas.


Tu cuerpo al fin es dueño de tus acciones,
y sigues sintiendo
ese ardiente pinchazo,
esas ganas de gritar,
de nuevo esa sensación placentera...
y no sabes por qué, pero no necesitas saberlo.




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sábado, 19 de junio de 2010.
Porque después de medias sonrisas, conversaciones tristes y una infinidad de silencios, me produjo un enorme alivio ver cómo se te iluminaba la cara contándonos anécdotas del pasado, cómo pequeños recuerdos lograban hacerte olvidar lo que yo no logré con mi compañía y mis palabras. Me pareció encontrar de nuevo a aquella niña risueña que se escondió entre el vacío.

Cuando me abrazaste, confirmaste mis sospechas. Me hiciste sentir, por un segundo, que todo lo que hacía tenía sentido, alguna finalidad más allá de mi propio ego y lucimiento personal.

Y además, definitivamente estás más guapa cuando te ríes.
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martes, 1 de junio de 2010.
Un vaivén discontinuo de olivos
y un etéreo cristal entre mi mirada y el paisaje.

Las colinas, eternas pasajeras
de un viaje infinito entre mi luz y tu miedo.

Tu miedo, tú: mientras en este lado de lo efímero
las caricias fugitivas parecen tener sentido,
veo el roce de tu piel infiltrado en el camino.

Duermes. Sobre mi pecho sueñas
con palabras huecas y huecos gestos, maneras
de un amante que... ¡eh, espera! parece no ser yo.

Una sonrisa irónica y tres suspiros
al ver el juego veloz en tus pupilas inquietas.

Sin embargo, mientras secretamente anhelas
otros atardeceres, otra pluma de pies ligeros y fría piel,
volveré a ser aquel conformista que nunca fui.

Volveré a descansar, crueles, entre tus dedos;
volveré a ser partícipe de las sonrisas fingidas;
volveré, al fin y al cabo, a imprecar a ese Dios que nunca existió.

Volveré a entremezclar el calor con el destino,
tu visión con tu reflejo, aquel espejo en el que no estoy yo.
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sábado, 22 de mayo de 2010.
Conocí un chico que escribía, madre.
Recuerdo perfectamente la tarde cuando lo ví por primera vez. Los árboles del parque mostraban la sobria belleza de su desnudez, dejando posar una alfombra oxidada sobre la que estaba sentado. Recuerdo que reía despreocupadamente con sus amigos, y pareció intuir que lo estaba mirando cuando posó sus ojos en mí. Desconocía las sílabas que posteriormente pronunciaría, con destino a formar parte de mi pecho para siempre: sin embargo, logré notar en el brillo de sus pupilas la sabiduría de quien conoce el ritmo intrínseco a la belleza semántica.
Curiosamente, no recuerdo la primera vez que hablé con él, madre. Nuestro vínculo se fue estableciendo entre risas, copas, su soltura con la palabra hablada y la atracción que ejercían sobre mí sus ojos. No eran especialmente bonitos, eran marrones y bastante pequeños, pero lograban hacer nacer en mí un aluvión de sensaciones, a cada cual más embarullada, pero ciertamente reconfortante. Aun así madre, nunca me hubiera imaginado que aquella mirada intentaba decirme sin palabras todo aquello que su pluma dejaba en la eternidad del papel.
Una mañana de febrero -sabes que febrero siempre ha sido un mes demasiado romántico- me entregó un folio blanco, marcado por la danza de su bolígrafo. He de reconocerte que cuando lo ví por primera vez aquella pureza a saber por qué violada, no le di mucha importancia. Pero comencé a leer y cada línea resultó ser la más hermosa de las violaciones. Me hizo creer en un futuro sin cabida para las cosas malas que la vida se encargó de recordarme. Un futuro donde él y yo podríamos saltar los charcos de la ignorancia sin miedo a la muchedumbre y su estúpida caída constante. Me temblaron las piernas ante aquel cielo prometido, y comencé a sentir en mi interior la esperanza de algo nuevo. El comienzo de algo nuevo, madre, una puerta abierta que me hizo sonreír.
El invierno dejó paso al verano y lo olvidé, al igual que los rayos del sol siempre acaban por derretir el hielo y su fría dureza. Pero siempre llevaré aquellas palabras grabadas a fuego.
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viernes, 14 de mayo de 2010.
"Conozco la sonrisa brillante de las mañanas,
las tardes melladas, las desdentadas noches.

Sé del aullar de gigantes en lumbres de aspa de molino,

sé del letargo de los sentidos entre el estruendo de monedas,

sé del néctar de las bocas y de su aliento en la nuca.

Sé de las palabras inútiles como volutas de humo,

y de camas deshechas como lienzos desflorados.

Sé de los bordes cortantes del canto herido

Sé de su demencial cordura.

Desconozco, sin embargo,
ese rostro vagamente familiar

que me mira, a cada instante…

...desde el espejo."




Kutxi Romero




Escribo, al fin y al cabo, porque cada verso que logra transpasar tu coraza, cada palabra que consigue brotar en tu mente una reflexión, o en tu corazón un recuerdo, me autorrealiza y representa una victoria de tantas batallas en esta guerra conmigo mismo, en estos años de sílabas huecas, de lágrimas derramadas sin razón y de afán de encontrarle sentido a mis gestos, mis actos y a la manera de desenvolverme entre el bullicio de la sociedad.




Pero ante todo, ¿sabes por qué escribo? Porque intento plasmar en papel la inquietud de mi pecho ante tu mirada, la inestabilidad de mis piernas ante tus manos y esa manera salvaje de guardar silencio, aún siendo consciente de que ni el mejor de los poemas lo conseguirá.




De eso se trata, precisamente. De alcanzar página a página una perfección sólo alcanzable dentro de nosotros.













Porque no hay pecado mayor que avivar la ilusión aceptando como realidad lo que tan solo tus ojos ven.


Gracias, preciosa, por haberme impulsado a enfrentarme a mi insidioso reflejo.
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2

Con mi lengua en tu espalda escribí un soneto raro

martes, 4 de mayo de 2010.
Podría haber asaltado tu corazón con el suave tacto de la literatura.

Podría haber establecido, una vez más, palabras como cuerdas

y en un mísero instante,

plantar en tu pecho la semilla de un romance inconformista.

Podría haber enloquecido tu raciocinio con la soltura de mi verso.

Pero, sin embargo,

preferí dejar libres los sintagmas

y olvidar por un segundo esa rigidez de quien busca la belleza.

Preferí alzar la voz por encima del murmullo encorsetado,

y que las sílabas fluyeran lentamente

formando cielos de realidad ensangrentada.


Javi
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jueves, 29 de abril de 2010.
Él era cielo sin estrellas, firme, seguro, inabarcable.
Era un corazón dominador y titubeante, silencioso y transmisor.
Era unas manos curiosas y un pecho donde poder aterrizar sin miedo al mañana.
Era sangre de añoranza y puños de acero, un constante buscador de la primavera entre sus ojos.

Ella era la reina intangible de los amaneceres.
Era inconclusa, suave en sus gestos y en justa medida sus confesiones.
Era una caricia de cristal y tres sonrisas, era una pluma que suplica no caer al vacío.
Era palabras gélidas y un sol que bañaba sin quemar el deseo oculto de sus entrañas.

Y sin embargo, se amaron,

y cuando lo liviano y frágil dejó paso a la más eterna de las oscuridades

ambos encontraron en cada mirada

la más hermosa de las palabras tatuada a fuego en el dorso de la piel.
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sábado, 17 de abril de 2010.
Revolución.



Como la ola que el mar es incapaz de dominar.



Como besos improvisados de un amor a cuentagotas.





Entré a aquel ascensor con una única certeza en un mundo de dudas: Tendría que enfrentarme a mi imagen, desafiante, en el espejo que tiempo atrás maldijo mis eternas ganas de volar.

Pisé con cuidado y la estructura chirrió en su conjunto. Me posé sobre el suelo del ascensor, aparentemente seguro pero alzado sobre metros de vacío. Alcé la cabeza y contemplé con serenidad mi reflejo en el espejo.

"¿Preparado para encontrar la felicidad?"

"Por supuesto", murmuré, mientras le di la espalda a aquella inquisitoria parte de mi ser.

Pulsé el botón.


Como una zarpa que en un instante desprende máscaras hechas de miedo.


Como la luna que alarga su presencia en el firmamento con el rocío del alba.



Revolución.



Se abrió la puerta y, antes de dirigirme hacia el precipicio, cogí a mi reflejo por el cuello de esa rancia camisa negra y la incorporé dentro de mi pecho.

-Necesitamos estar juntos en esto.



¿Ya no llueve? Espera, parece que está cogiendo carrera...
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sábado, 10 de abril de 2010.
No quiero escribir.



No, no quiero. Déjame abandonar esa suntuosidad disfrazada de perfección.




Hoy sólo quiero decirte lo que te echo de menos.




Sin versos, sin estrofas. Sin giros semánticos. Sólo una mirada, una caricia, un abrazo.




Lee en mis ojos. ¿No los escuchas? Te tocan suavemente con cada beso.




Hoy no quiero seguir con mi estrategia. ¿Para qué? Todo acaba por carecer de sentido.




Al final todo desemboca en mi necesidad imperiosa de verte, de sentirte, de estar contigo.




Ya no quiero contenerme en cada sílaba. Necesito golpearte con ellas,




y hacerte ver




que mi rosa también es capaz de pinchar con su espinoso tallo.




Necesito que cada sintagma se clave en tí hasta llegar al más recóndito de tus deseos.






Hoy perderé, pero si pierdo, que la fría superficie del suelo me sirva de resorte para ganar.









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jueves, 18 de marzo de 2010.
Escondámonos de ese puto viento
que cruel arrebata nuestro ropaje;
quietos, callados, muriendo.
Sin siquiera rozar el oleaje.

Tu serás amapola ya marchita
sin levantar sospechas infundadas;
yo seré, mi niña, vida
oculta en las esquinas de mi traje.

Crisálida de flores perfumadas.
Mariposas sin vendaje.


No, no he aguantado la tentación, no hace falta que lo recordéis.
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martes, 9 de marzo de 2010.
-Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa".
El alumno escribe lo que se le dicta.
-Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: "Lo que pasa en la calle".
-No está mal.
Después de terminar mi último relato, que considero una compilación de toda mi creación literaria estos últimos meses, he decidido dar carpetazo a esta etapa.
Disfruto mucho escribiendo, eso es un hecho. El problema es que empezaba a tomar el hecho de escribir como un fin y no como un medio. Muchos podréis considerar que debe ser así, pero para mí no lo es. Debido a esto, la calidad de mi prosa había bajado considerablemente y, para que el escribir no se convierta para mí en un continuo reciclado de los mismos recursos retóricos, he decidido esperar a que una verdadera musa me venga a visitar, en vez de putillas baratas de burdel.
Puede que vuelva a escribir dentro de una semana, dos, tres meses o cuatro años. Suena a tópico, pero no lo sé. Tal vez no pueda resistir la tentación de la pluma o tal vez a partir de ahora mi literatura no cree la suficiente belleza como para ser compartida. Lo único que sé es que volveré a escribir.
Hasta entonces...
Vivamus, mea Lesbia, atque amemus
Rumoresque senum severiorum
Omnes unius aestimemus assis.
Soles occidere et redire possunt:
nobis cum semel occidit brevis lux,
nox est perpetua una dormienda.
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lunes, 1 de marzo de 2010.
Te bastaba medio instante para aferrarte a mí en un súbito abrazo. Susurrabas que la inminente llegada de Septiembre te aterraba y te hacía llorar. Te rodeé con mis brazos y te prometí que ninguna tormenta nos podría desviar de nuestro destino.

Ahora una leve brisa intenta imitar sin éxito a aquel vendaval.
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miércoles, 17 de febrero de 2010.
El viento llamaba con insistencia a la ventana, como un Romeo que intentara colarse en sus corazones. Cerraron todas las persianas, apagaron todas las puertas y entornaron suavemente las luces, cortando cualquier estímulo exterior, cortando alas de realidad transgresora. Su habitación se convirtió en un refugio ante las inclemencias del destino.

En el aire flotaba un ambiente a sexualidad contenida. Se miraron y el tiempo dejó de tener sentido, modificaron todas las leyes físicas con media sonrisa. Delante uno del otro, mientras el mundo seguía girando a su alrededor.

La rabia les quemaba en la garganta y un cúmulo de pasiones hacían estragos en su interior. Durante eternidades de tres o cuatro segundos contemplaron sus cuerpos, analizando cada detalle, mintiendo con cada palabra sin pronunciar y engañándose con cada pensamiento que cruzaba sus conciencias, en una dulce agonía con el silencio como medio transmisor de sensaciones. A veces no hace falta decir nada.

En una mágica coincidencia, los dos avanzaron al unísono en un momento determinado de aquella canción sin final. Lentamente, los dos se fundieron frente a un gran espejo, herencia de sus abuelos y desde siempre omnipresente en sus vidas. Él pasó sus manos por la cintura de Ella, en un gesto suave y dulce, midiendo con cuidado sus movimientos y disfrutando con cada centímetro de su piel. Ella le dio la espalda, apoyando su cabeza en su pecho, y quedando los dos frente a frente con sus reflejos.

Volvieron a cruzarse sus miradas, esta vez con el espejo como mediador pero sin esconderse nada mutuamente, dejando al descubierto sus miedos y sus sueños, sus ambiciones más ocultas y miles de noches en vela, recuerdos de ojos rojos que ansían lágrimas y piernas temblando ante un precipicio sin final.

Pudieron contemplar en el espejo sus verdaderas intenciones. El juego ya se había acabado y la luna volvía a reclamarlos desde un cielo sin estrellas.

Te quiero, susurró Él casi a trompicones, como si hubiera tenido que arrancar cada letra de la parte posterior de su alma.

Ella quiso gritar hasta que les acechara la madrugada, quiso morir frente a aquel espejo, quiso ser consumida por las llamas de su pecho, quiso ser pluma que se eleva mecida por la brisa para no volver jamás a posarse en sus pestañas. Pero en lugar de eso, una lágrima traicionera, una única lágrima aventurera, surcó su mejilla siendo consciente de que un pequeño universo estaba pendiente de sus hazañas.

Sigue lloviendo.
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3

[El pequeño ángel sin alas...

lunes, 8 de febrero de 2010.
...lloraba a puertas del vacío]

No entiendo de lenguajes cifrados ni de rancios manuales de interpretación. Los latidos del corazón son primarios impulsos pasionales que no necesitan someterse al frío yugo de la lógica, de la sensatez. Por eso me beCursivasaste, porque mis ojos te lo pedían a gritos y los tuyos necesitaban consuelo. Porque nuestro corazón no entendía de circunstancias y se me hace difícil ser el receptor de tus sonrisas.

Aquella semana pasó tan rápido como un vendaval de caricias contenidas. Aún tengo muy presente el soplo de aire fresco de un interés suscitado en mis versos que sobrepasó la conciencia de mi mediocridad. Aún vive en mi recuerdo el tacto de tu piel y a cada instante se me antoja más difícil retenerlo, como granos de arena en un puño cerrado. El goteo de sensaciones es continuo y cada concepto guarda relación con tus manos, voladoras sobre un mar de cristales rotos.

Dejé que la pasión tomara el poder de mi cuerpo y de mi ser, pero... ¿acaso aquello fue malo? Hicimos de nuestros sentimientos meras banalidades sin consecuencias, sin entender que había mucho más en juego. Sigo preguntándome si el amor es un cúmulo de impulsos alejados del romanticismo, pero la verdad siempre ha estado escondida bajo la goma de tus bragas, siendo inaccesible y cercana al mismo tiempo, siendo siempre más fácil engañarse.




Hicimos un colchón con tus miserias y las mías, con pétalos de amapolas que sirvieron a tus pies de alfombra y trazas de canciones eternas de un único verso elegido. Abrimos todas las puertas y no dejamos ni una sola ventana cerrada. Volamos siempre por turnos, para evitar perder contacto con la realidad, pero no pudimos evitar que nuestros pies se elevaran del suelo al unísono.




Introduciste la primavera de golpe en un campo yermo y no dejaste lapso de tiempo para que la tierra se asentara. Tu manera de ser me golpea en la cara en cada gesto, no dejas alternativa alguna, me acorralas y sólo aspiro a ser cómplice de tus labios. Susúrrame si te atreves, mátame con cada sílaba, pero por favor... nunca dejes nada al azar. ¿Has visto alguna vez llover?



Fuimos lluvia que empapa hasta dejar confundido, y cada gota de agua golpeó nuestros cuerpos en una especie de ritual místico destinado, finalmente, a la autosatisfacción. Fuimos hiel, fuimos calma, fuimos tormenta y fuimos un deslumbrante rayo en la penumbra de nuestro miedo a ser felices. Surcamos un mar en blanco y negro, y aunque nuestro timón no tenía destino fijo, nos embelesó la ambigüedad de lo enteramente desconocido y a la vez terriblemente familiar. Disfrutábamos cortando el viento al son de una lascivia llena de detalles, pequeños momentos, y complicidades enmascaradas en la insensatez más absoluta.


Ahora mi pluma llora a cada rasgueo, pero gime con la dignidad de quien sabe que la derrota es un mal inexorable en un juego en que al final todos caen. El lobo estepario vuelve a aullar a la luna, única compañera fiel, y volví a esconderme bajo la falda remendada de la soledad. Bailaremos un tango dedicado al viento que alborota tu pelo, y no dejaremos lugar para la compasión.


Aún sigo sin entender lo que pide a gritos tu corazón. Todo está tan claro, y a la vez, tan enmarañado...


Llueve.
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miércoles, 3 de febrero de 2010.
[Palabras que nunca deberían pronunciarse...]
Siempre he tenido un miedo irracional a equivocarme, a pedir perdón y responder de mis actos. Camino con cuidado, sin pisar cristales de corazones en llamas, y siempre he preferido comunicar sin palabras. El pecho aúlla y grita que te echa de menos.
Iluminaste mi caverna de la noche a la mañana, ahuyentaste a todos los fantasmas con el roce de tu piel. Pero la voz cazallera de mi experiencia me dictó que el fuego quema y procuré no acercarme demasiado. Aun así, me dejé vencer por el calor que irradiabas y ahora tres o cuatro quemaduras me recuerdan que estoy hecho de un material duro, pero terriblemente combustible. El pecho suplica de nuevo tus dulces palabras de consuelo.
Cerré los ojos y la modorra me consumió hasta desproteger mis espaldas. Hiberné pensando que me acompañarías, pero mi piel no llegó a verse consumida por las llamas: siempre supiste aguardar en la frontera entre conceptos, pasiones e ideas. Me cuesta horrores discernir de qué lado estás y eso precipita mi debate interno hasta límites insospechados. Comenzé a arder por dentro y decidí darme la vuelta en la cama de tus pestañas, en un sueño que pronto llegaría a su fin. Pero mis rachas de rebeldía duran poco y lo sabes... después de cuatro o cinco sonrisas, comenzé a aborrecer las sombras y de nuevo volví a surgir a mi razón en un letargo indefinido.
Abriste los ojos y con ellos nubes negras comenzaron a taparme la luz. Pero aquella melancolía borrascosa se disipaba en cuanto me volvías a bañar con tus rayos... sin embargo, ya no pude volver a conciliar el sueño. Desvelado en un universo de medias tintas e intenciones ambiguas.
Y así me encuentro a día de hoy: con el mal humor de quien se despereza de una larga siesta, con los párpados entornados e incapaces de diferenciar ficción y realidad, y con la perplejidad de quien ve morir a su sol día tras día, contemplándolo renacer en cada alborada. Jugueteando con la brisa otoñal y las cenizas que dejaste, dudando aún si de verdad quemaste mi corazón de metralla.
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Tell me what's wrong, girl

lunes, 1 de febrero de 2010.
Buenos días, Febrero. Bienvenido.



(...)


En el breve suspiro de una mariposa soñadora, en el intervalo entre una mueca y la más dulce de las sonrisas, en tres o cuatro pestañeos de unos ojos hipócritas, se dio cuenta de que lo había perdido. Para siempre.

La carretera ardía bajo el sol, y allí, plantada en medio de la nada, decidió dejar de anotar cruces en el cuaderno de sus recuerdos.

Decidió volver a empezar, teniendo en cuenta que la fugacidad es la más bella de las cualidades.


[Debió existir en algún momento un sustantivo para lo efímero, pero pesaba tan poco que se lo acabó llevando el viento...]
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miércoles, 27 de enero de 2010.

[...¿Es que acaso he de implorar al sol para que ilumine tu silencio?...]


Mátame. No hacen falta grandes aspavientos, no te ensañes mucho a la hora de cumplir tu venganza. Sólo deseo que cierres el telón... la función ya ha terminado.

Ya no volveré a esconderme entre las tinieblas de un cariño mal dosificado. No me verás contar tus lunares uno por uno, no me encontrarás sumido en la oscuridad de la sombra que proyecta tu radiante luz.

Sumérgeme en un sueño profundo y feliz, donde no tenga que responder por mis caricias.

No supe escuchar, no cumplí las expectativas de tu alma herida y sanadora, magnífica y arrastrada. Nunca fui lo suficientemente valiente para caminar bajo la lluvia y ahora las nubes no pueden ocultar mi derrota.

Moriré, y otros verán en mí el camino a la perdición vadeando la excelencia en un continuo sendero de resbalones y esperanzas infundadas. Verán en mis ojos el testimonio de una mente contaminada por injerencias continuas de sentimientos que ni tú ni yo pudimos controlar, manejando nuestras vidas hasta límites insospechados.
Verán en mis cuencas vacías el color de la sangre, la carne, la pasión y el deseo.
La furia.
La ira.
Mientras espero a tu fatídica decisión, me sentaré en una silla a ver el tiempo pasar entre brisa y brisa.
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domingo, 17 de enero de 2010.
[... Admito que todos los aspectos de mi vida están condicionados por mi lucha interna. Desde mis relaciones afectivas o sentimentales, pasando por los estudios, mi manera de desenvolverme en la sociedad, incluso dan sentido a mis cambios de humor repentinos. Es una constante frustración que me está llegando a agotar. Por lo demás, intento llevar una vida más o menos normal, pisando con cuidado, eligiendo cuidadosamente mis acciones para no dar carne de debate a mi creciente dualidad. Poco a poco, voy acostumbrándome a mi situación: incluso ya distingo qué hemisferio me domina a lo largo del día. Sólo lo siento de verdad por aquellas personas que ven que sufro demasiado a menudo, y que no comprenden el motivo de mi insatisfacción permanente; aquellas personas que me acompañan detrás del burladero, que me susurran: "Tranquilo, estoy seguro de que volverán. Rockefeller nunca ha tenido demasiada conversación"
Tal vez algún día tenga que salir a matar el toro.]
Mente - corazón.
Comunismo - capitalismo - fascismo.
Amor - indiferencia - odio.
Conceptos que se tocan pero que no se ven el uno al otro. Conceptos particulares y a la vez generales, una inducción continua camino a desentrañar los cimientos de mi propia existencia.
Infame turba de nocturnas aves. ¿Un poeta sin versos?
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jueves, 14 de enero de 2010.




Un instante. Un sólo beso, uno sólo. Dos ojos, tres guiños, cuatro pestañeos. Cinco años, seis horas diarias. Siete exámenes de historia, ocho bostezos, nueve kilómetros de ruta sin final. Diez uñas pintadas de negro.


Once risas, doce llantos. Trece abrazos. Catorce San Valentines sin celebrar, quince rosas, dieciséis patatas del Burguer King. Diecisiete monólogos, dieciocho acampadas, diecinueve conversaciones filosóficas. Veinte palabras al oído.


En veintiún ocasiones has recogido mi lágrima vertida. Te he dicho veintidós veces lo mucho que me gustan tus caderas y lo poco que me agradan tus manos rugosas y frías. En veintitrés horas de clase te has aferrado a mi brazo, perfecto para esos cometidos, según dices. Más de veinticuatro horas seguidas viéndote la cara, veinticinco navidades echándote de menos, veintiséis bromas con las que me he quedado contigo. Veintisiete miradas serias que precedían a una carcajada súbita. Veintiocho recuerdos imborrables de nuestra memoria. Veintinueve...


Veintinueve...


¡Veintinueve!



E infinitas sonrisas a tu lado, petarda.
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Why don't you like yourself, little lady?

lunes, 4 de enero de 2010.

[Papel en blanco] [4 de Enero de 2010] [Lunes silencioso]


Escuchando: Una y otra vez - Antonio Orozco


Escribo.

Escribo por el mero afán de crear belleza. Al igual que el pintor esgrime su pincel y hace uso de líneas, formas, luces y colores que, conjuntadas entre sí, se disfrazan de arte; al igual que el pianista golpea las teclas con furia, creando notas que, armónicas entre sí, entran por el oído y llegan al corazón; yo juego con mi capacidad verbal para convertir lo mundano en extraordinario, lo usual en rareza, uniendo palabras y conceptos con leves relaciones semánticas hasta lograr llegar al castillo de esa princesa, ardiente y gélida, cercana y distante, que aún rehúsa de los espejos y una brisa de verano le privó de la capacidad de amar.

Entiendo el arte como una construcción, y como si se tratara de un edificio de cinco plantas, el todo se encuentra compuesto por pequeñas partes. Llámenle brochazos, notas, ladrillos o palabras. Se trata de jugar con la materia prima, de ordenar, de colocar y recolocar, hasta encontrar el equilibrio perfecto, la armonía en la composición. Y cuando se encuentra este equilibrio, un hada baja de las nubes y con dos o tres toques de varita consigue evocar en los seres humanos sentimientos dispares, pero todos igualmente conmovedores. No me pregunten cómo, ni por qué. Sólo sé que sucede, sólo sé que no sé nada. Y en este desconocimiento de lo habitual, en este vértigo de perseguir incesantemente algo que ni siquiera sé que existe, encuentro el placer de encadenar sintagmas.

Así pues, el arte no es un fin en mi obra, sino un medio. ¿Y cuál es el objetivo? La belleza. Alcanzar lo ideal, superándome en cada párrafo, es mi fin a la hora de dejar volar mi pluma. Retorcer la realidad hasta hallar la virtud. He de reconocer que el concepto platónico de la belleza como un ente superior que deja su rastro en la sensibilidad de nuestro mundo me atrae profundamente. La idea de la belleza como una realidad trascendente, que puede ser percibido por los sentidos sin ninguna razón pragmática o lógica, me apasiona y a la vez aterroriza a mi mente racional. Es como un complejo aparato electrónico del cual sabemos que funciona, pero no sabemos por qué lo hace así. Sólo que la belleza no tiene pilas. ¿O sí?

Sin embargo, considero que el arte como método para alcanzar ideales se encuentra vacío de contenido si no se cumple otro cometido: la comunicación. El no conseguir transmitir el sentimiento de belleza al receptor es considerado para mí un fracaso. ¿El problema es del emisor o del receptor, cuyos sentidos se encuentran carentes de capacidad artística? Lo ignoro. Pero voy a intentar poner todo de mi parte. ¿Volamos juntos?

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