Y llegó la primavera, y fue preciosa, y lo sabes. Una época de confesiones, una época donde ya se empezaba a vislumbrar el final de aquella maravillosa rutina. Visitas inesperadas, guerras y revoluciones, artistas locos, Pokémon, perros andaluces, rituales antes de los exámenes, reconciliaciones, descubrimientos. Y llegó el miedo y las dudas, y la distancia, fantasmas que se acrecentaban en cuanto el verano se asomaba tras el cristal. Días brillantes. Días de pararse y pensar, de ser consciente de que las mejores historias son mejores cuando son contadas, no cuando se viven.
Y llegó la primavera, y fue preciosa, y lo sabes. Una época de confesiones, una época donde ya se empezaba a vislumbrar el final de aquella maravillosa rutina. Visitas inesperadas, guerras y revoluciones, artistas locos, Pokémon, perros andaluces, rituales antes de los exámenes, reconciliaciones, descubrimientos. Y llegó el miedo y las dudas, y la distancia, fantasmas que se acrecentaban en cuanto el verano se asomaba tras el cristal. Días brillantes. Días de pararse y pensar, de ser consciente de que las mejores historias son mejores cuando son contadas, no cuando se viven.
poeta de las noches claras, de los días feroces
de cuando callas, de cuando tu silencio me grita al oído
de cuando ríes y mi sangre mancha páginas de diarios descosidos
Hoy me desperté poeta
y la mañana me acunó en su abrigo de metal
frío al tacto, suave y sincero en las formas
Hoy me desperté siendo poeta
poeta de tu piel y de tu pelo, poeta que maldice al viento
que se cree, impertinente, que podrá robar las sonrisas furtivas
grabadas, grabadas a fuego, en cada palabra que escupo
Hoy me desperté siendo poeta
poeta que cabalga el tiempo, que lo maneja a su antojo
que recompone las figuras e ilumina los colores
que rompe páginas de calendario y desdeña la retórica barata de los narcisistas
poeta capturador de instantes, fotógrafo de tus miradas,
artífice de tu excitación, espejo que refleja la utopía de nuestra realidad
Mañana te despertarás siendo poeta
y renaceré en cada sintagma que se clave en tu conciencia
en cada espina del afilado tallo
me verás oculto entre tus sábanas, impregnadas con el olor de mi crudo verbo
oirás mis susurros cuando te pares a escuchar los sonidos de mi garganta desgarrada
y sentirás, verso a verso, cómo los recuerdos te atenazan entre sus dedos
Hoy me desperté siendo poeta
y me vino a ver la soledad, y volamos juntos
Y empiezas a mangarte las mangas, porque hay mañanas en las que, sinceramente, no apetece estar siempre listo. Apetecen colacaos como maravillosa rutina y un guiño pícaro a las dificultades del día a día. Empiezas a descubrir nuevos olores bajo el murmullo del viento, y a desistir de recolocarte el flequillo cuando una racha se lleva por delante el trabajo concienzudo delante del espejo. De repente te sorprendes a ti mismo admirando el arco iris perfecto tras un día lluvioso y desafiando con la mirada a los transeúntes que, sumidos en sus problemas que ellos creen tan importantes, ignoran la belleza y subestiman el poder del color sobre una capota grisácea. De improviso comprendes que las preocupaciones son subjetivas y que todas las historias son ajenas a lo que realmente importa. Miras a tu alrededor y tienes la absoluta certeza de que todo tiene sentido, que todo pasa por algo y que todo se repite continuamente, como aquella canción en el tocadiscos de tus padres. La absoluta certeza y la increíble tranquilidad que otorga el saber que eres uno más en un juego inconcluso, sin final y probablemente sin principio. Dejas de darle importancia a las fechas, las horas, los segundos. El tiempo nació para ser libre y fluir constantemente y ponerle barreras es inútil e improductivo. De repente deseas con fuerza que llueva, y salir a la calle porque sí y escribir en cualquier banco maltratado. En un momento aprendes a valorar la risa como la mejor medicina, como un chute de alguna sustancia desconocida que abre tus venas y aligera el corazón: y a la vez, minusvaloras el poder de la pluma como terapia, porque la verdad duele y escribiendo es más fácil coger atajos para llegar a ella. Ya hice muchas letras ayer, y no me curé, dijo algún poeta frente al micrófono. Te das cuenta de que ser simple es a veces la mejor solución, y recurres a tópicos, estereotipos y prejuicios por el mero hecho de sentir el placer de etiquetar de un modo tan sencillo la realidad. Tomas consciencia del regalo de respirar, de parar por un momento y bailar al compás de los latidos de tu corazón. Aprendes a agradecer la verdadera valía de los que te rodean, a ver fotos y dejar que la nostalgia te inunde e incluso te coma por dentro, a utilizar el poder de las caricias estratégicas a tu favor, a comunicar en silencio, a no dar nada por hecho, a no confiar en nadie y a la vez a confiar en todos, a odiar la retórica barata y las palabras vacías, a amar el arte y la magia que te traigo entre los dedos, entre las quemaduras de cigarro intermitentes en mi diario de bitácora. Cuentas a los demás aventuras y batallitas de cuando eras simple y tenías la enorme ventaja de vivir porque sí, de desafiar al reloj y fingir que no conoces el hálito de la muerte, de la soledad y el silencio. Y que no, que cualquier tiempo pasado no fue mejor, que es hora de reinventarse a cada paso y saber, con orgullo, que tienes tantas cosas que contar que no eres capaz de cerrar las historias. Y de repente, miras a tu alrededor y piensas "eh, todo va bien". Y sigues caminando, sigues caminando porque nunca te enseñaron a correr.
Esta noche es una de esas noches en las que el miedo te cuenta historias terribles para no dejarte dormir.
Agárrame fuerte de la mano, como sólo tú sabes hacerlo, y haz que olvide los fantasmas que vi tras tu mirada. Júrame que fueron fruto de mi paranoica inaginación.
Ahora me veo desde arriba. Soy adicto a la objetividad, me hace reír. Me veo trastocando papeles de aquí para allá, dando vueltas por mi habitación, haciendo crujir los muelles del somier. Veo mis ojos cansados y un imperceptible temblar de piernas, y la luz de mi sonrisa gastada deja en penumbra lo que me rodea. Abro cajones, leo cartas, lloro, grito, y de un salto vuelvo a enhebrar los segundos, a recomponerme y a dibujar lunas entre las nubes. Me ducho y desafío con la mirada a un tipo moreno y ramplón que me mira desde el espejo. Transmite seguridad, pero se engaña a sí mismo y a los demás. Pobre iluso, si al menos supiera reír como yo... Me peino, me lavo los dientes y a patadas vuelvo a adelantar el reloj. Desde fuera todo parece más divertido y más fácil.
Más divertido y más fácil. No es para tanto. Ni siquiera es necesario barajar las cartas. Quizá sólo es necesario dejarse llevar. Escuchar el canto de la brisa y dejarse embriagar por los susurros del viento. Dejar que tu piel roce cada recoveco en un suave análisis de los sentidos. Y gritar, gritar muy fuerte. Gritar hasta que cada trozo de cielo, hasta que cada estrella haya oído lo que tengo que decirles. Inspirar profundamente y expulsar el aire e imaginar otras posibilidades dentro del amplio abanico de la realidad. Porque somos libres y cada decisión no nos condena, sino que nos da alas. Quizá sólo es necesario equivocarse y saborear el amargo dulce de la derrota. Porque no hay mayor placer que la certeza de posar tus manos sobre la tierra y pensar: "No hay nada más abajo", y conocerse, y que la euforia brille en cada centímetro de tus pupilas y saber, porque lo sabes, que eres capaz de subir, de brillar, de alcanzar lo inalcanzable. Quizá sólo es necesario cerrar los puños, apretar los dientes y luchar por lo que nos importa, por esa agradable sensación que sientes cuando la adrenalina circula por tu sangre. Sangre que aunque será derramada por mil puñaladas, por mil alfileres con un sólo nombre colgado en ellos, es una prueba de tu coraje y tu entrega. Porque la indecisión mata y el estúpido racional que piensa ya forma parte de mi pasado. Quizá sólo es necesario sentir.
Salgo a la calle y escondo mi dolor entre el bullicio de vidas ajenas. Mirando hacia abajo siempre, intentando ser invisible sin conseguirlo. Me regodeo con mi actitud autodestructiva. Encerrado entre las paredes que un día construí sin proponérmelo, con las que me estrello noche tras noche y entre las que siento una falsa sensación de seguridad, es imposible fundirse con el entorno. Pero desde fuera las imposiciones del yo no existen y puedo correr a mi antojo, puedo observar sin juzgar y puedo sonreír sin miedo a ser juzgado. Un traspiés tras otro, volando en círculos, perdido y con cicatrices en la comisura de los labios. Rompo fotos y esquivo miradas, en un vano intento de fingir que aquello nunca existió. Ahora que logré escapar de la cárcel de mi propio corazón, compruebo lo ignorante que fui.
Porque el pasado se contamina fácilmente del presente, y lo que es a veces parece que siempre lo fue.
Quizás no es necesario pensar en tí, sino simplemente sentirte. Quizás no es necesario buscar la salida, sino dejar que los pies marquen aleatoriamente tu destino. Tal vez es que quiero verte, sin más. Tomarnos un café más, tal vez el último café, pasear juntos bajo el paraguas mientras los transeúntes corren a nuestro alrededor. Cantarte esa canción que tanto te gusta, contarte ese cuento que siempre te hizo soñar. Morir cada día y nacer cada noche junto a tu portal. Mirarte y que me mires y notar esa conexión inquebrantable. Quizá es necesario que te calles, que cierres la boca y me sonrías, que me acaricies y me hagas notar que no hay nada más afuera de estas sábanas, que me jures que esto no es un sueño y que no hace falta despertar, que mi realidad son tus labios, que mi horizonte es tu pecho. Que no, que no veo más allá de tu blusa, que estoy ciego y quiero que me orientes, que eres tú la única luz en este mundo de locos. Quizá es mejor enloquecer, seguir creciendo y haciéndonos más fuertes a cada carcajada demente. Quizá es necesario que me abraces, que te acerques tanto a mi pecho que los cuerpos sobren y el deseo vuele alrededor, que me prometas que no te vas a ir y que, de una vez por todas, todo va a ir bien. Que grites tan fuerte mi nombre que sólo yo lo pueda escuchar. Porque la magia no tiene un origen ni un destino, no se puede tocar, no se puede coger ni entender. No se puede analizar. Sólo se puede sentir. Quizá sólo es necesario sentir.
Saborear cada estímulo proveniente del exterior, aferrarme fuerte a tu mano y aceptar con un gesto desafiante el inmenso juego que nos propone la vida.
- Claro que me duele, pequeña. Claro que me duele. Pero hace tiempo que aprendí a anteponer tu felicidad a la mía...
[Una de símiles ferroviarios]
El tren acababa de partir. Y yo, iluso de mí, creí que aún me esperaba en el andén.
El impenetrable silencio escondido bajo el murmullo de los viajeros que corren de aquí para allá, ansiosos por no perder su oportunidad de escapar, de huir del vacío. Entre toda esa prisa me encontraba yo, inmóvil, en blanco y negro bajo un vendaval de colores. Aún no los habían perdido. Y sonreí, como el que contempla a sus semejantes con la certeza de que el destino nos aguarda con el mismo final para todos.
En el centro del caos, mi figura impertérrita, capturada en el mismo instante de la pérdida. El tiempo ralentizaba su marcha a mi alrededor. Una efigie anquilosada en el recuerdo, sin más. El bullicio aún corría en busca de su propia nostalgia futura, ajenos a la calma, veloces corredores de sueños aún borrosos. Desenfoca, aléjate. Las esperanzas se ven mejor con distancia de por medio. Bonito contraste.
Las imponentes máquinas esperaban a los pasajeros entre una nube de vapor y despedidas. Azul metálico con sabor a adiós. Me acerqué a aquel tren que parecía ser ajeno a su papel de transporte entre decepciones e ilusiones, portador de almas fugitivas y disconformes. Posé mi mano sobre el acero. Frío. A mi espalda, una pareja se abrazaba por última vez. Pude notar la inconfundible sensación de deseo. Los cuerpos sobraban y cada uno intentaba en vano respirar la esencia del otro, llevársela incrustada en su ser, devolver a su sitio lo que un día formaba un ente incorrupto. Pero ella se irá en este tren, y con ella, un trozo de su alma partirá para siempre. A través de los cristales se mirarán a los ojos y contemplarán en las pupilas esa parte de su ser que se separa de sus caminos. Y al perderla de vista, el se verá acosado por el vacío, como una ventana rota por cuya grieta se cuela el relente y la escarcha. Sentirá frío, sus músculos se entumecerán, y sus labios oscuros jurarán no volver a separar nunca más su esencia ahora incompleta. Hasta que otra luz regale un poco de calor a su cuerpo, otros senos se ofrezcan a darle cobijo y, en un proceso tan cruel como mágico, tan especial como corriente, su alma vuelva a estar reparada con el trocito de sol que se abrió un claro entre sus nubes. ¿Cómo podía ser de otro modo la sensación al tacto de un componente tan vital en tan fatídica historia?
Volvía a mi andén ahora vacío con esta reflexión rondando mi cabeza. La rabia arañaba mis entrañas. Yo, que conocía tan de cerca el peligroso ir y venir de las mareas, ese juego inquieto, esa melodía dulce y traicionera; que escuché el canto de las sirenas una y otra vez, y una y otra vez me vi arrastrado por las corrientes. ¿Cómo podía haber cometido el mismo error? Alcé la cabeza. Todavía se podía ver el rastro de mi vagón fundiéndose con el horizonte, zigzagueando, camino de un edén al que ya no estaba invitado. ¿Cómo pude haber perdido el tren de nuevo?.
Sólo tenía una oportunidad para viajar, para abandonar aquella estación de los locos. Tenía mi billete en una mano, mis maletas en la otra, pero aún me asaltaba una única duda: no sabía si tú me acompañarías en aquella travesía. Y la indecisión fue la peor compañera de viaje: dejé las maletas en el vagón, pero mi cuerpo se quedó en tierra. Pensaba que aquella mole de hierro y humo seguiría allí para siempre, esperando eternamente a mi decisión. Pero siempre has sido fugaz, pequeña. Efímera. Y el tren se marchó, cuando quise darme cuenta de que tú ibas en él, rumbo a otros atardeceres, otra pluma de pies ligeros y fría piel.
Y yo, iluso de mí, creí que aún me esperaba en el andén.
Fugaz y efímera. Allí, solitario entre el caos, desdibujado y borroso, alcancé a ver tus ojos detrás del cristal del vagón, y vi reflejado en ellos a aquel joven que perdió un trozo de su propia esencia entre el traqueteo del destino. Y mientras, la muchedumbre corre desesperada en busca del tren que aún sigue esperándolos, en busca de los colores que la vida aún no les ha usurpado.
Corred, muchachos. No sigáis mi ejemplo. Yo me quedaré aquí, esperando una nueva oportunidad para abandonar esta estación de locos. Vaya, empieza a llover de nuevo...
Demasiado vértigo cuando contemplábamos juntos a las flores sobreponerse a un invierno áspero y gélido. Aguantamos la respiración en espera de la lluvia de Mayo, pero el verano calmó nuestras ansias otoñales y con él, se fue el color en mis nuevos versos.
Flores de cartón, nieve de mentira, y mucho, mucho viento.
Tengo demasiadas teorías y ninguna se asemeja al vendaval de desidia que hizo que lo nuestro se me escapara como arena entre mis dedos, como las hojas que por pura inercia, o por designios de la naturaleza, forman un festival de tonos ocres y dorados, aquel paisaje que tanto añoramos pero nunca llegó.
Y justo cuando mi mundo volvió a ser en blanco y negro, justo cuando el calor de mis brazos se volvió tibio, escuché aquella canción.
¡Qué tonto! ¡Si nunca hubo nada!
Y justo cuando una de mis numerosas debilidades me volvió a instar a que pensara en ti, justo en ese mismo momento, volví a escuchar aquella canción.
Espero, princesa, que no te pongas celosa. No eras tú esta vez la destinataria de mis recuerdos, ni era nuestra historia la que resultaba sospechosamente relatada entre acordes.
Somos jóvenes y tendemos a creer que cada situación es única y no se volverá a repetir. En nuestra ignorancia, pasamos por alto que cada persona sigue unos patrones ya predefinidos, y aunque digan lo contrario, es muy fácil caer dos veces en un mismo error. Somos animales guiados por nuestro instinto. Somos marionetas casi idénticas en un inmenso circo, con la salvedad de que somos nosotros mismos quienes podemos reescribir el guión.
Y así, volví a sentir el pinchazo de quien se siente identificado por segunda vez, de quien es consciente de que sus tropiezos son compartidos y fáciles de cometer. Aun así, sabiendo que al fin y al cabo siempre llega el invierno, no me arrepiento de nada. Porque fue tan bonita la primavera, y lo sabes...
Recé por tus besos en cada alborada...
¿Para qué tomarse todo esto en serio? ¿Por qué torcer esa sonrisa de hada, para qué silenciar tus instintos, para qué refrenarse? Abramos los ojos y dejemos fluir hasta la última gota de nosotros mismos, de esa auténtica esencia original e incorrupta que siempre perdurará detrás de unas incombustibles ganas de saltar.
Siempre has sabido que la línea entre la cordura y la demencia es frágil y en ocasiones discontinua. Intuías la subjetividad de las palabras, de las acciones, de tu moral, y conocías de antemano la diferencia entre lo enrevesado de tus historias y la realidad. ¿Y qué es la realidad sino una mera quimera, un espejismo, una mentira sostenida por ignorantes convencidos de la interpretación como auténtica verdad?
No supe avisarte a tiempo de la peligrosidad que entrañaban los procesos de tu mente, y el miedo te consumió lentamente, ocultándote entre tus silencios. Reconozco que no fui capaz de revertir tu situación, de convencerte con mi mirada y dejar que te bañaras en mis ojos. Quise alentarte y mis palabras sonaban huecas, quise abrazarte y mis brazos se helaron en torno a tu cuerpo, quise amarte, pero sabíamos que el invierno acechaba ya en nuestras ventanas. Ahora sé que el camino más fácil es el más complicado de ver.
Quiero jugar contigo.
Sólo te pido una tregua de palabras. Muchas veces dicen cosas que no quiero decirte, y callan cosas que quiero que sepas. Propongo que tu risa contenida sea el único medio, la única manera de saber que eres feliz. Quiero pintarte la cara, contar estrellas, pasear juntos, contemplar cómo la vida se nos escapa sin que pongamos remedio. Sin trampa ni cartón, sin ojos tristes, y con muchas, muchas formas de reír distintas. Abre los ojos, vamos, quiero asomarme en ellos y contemplar, satisfecho, ese trocito de esencia que aún nos queda.
Quiero que me abraces y me susurres al oído que encontraste al niño dentro de mí.
Bienvenido de nuevo al espejismo de tu vida. Sentirás ahora como sus miradas se clavan en tí con un extraño y doloroso placer; comprobarás como cada caricia de sus manos te quema y a la vez te grita en el oído para que sigas jugando a su peligroso juego. Cada sentido de tu cuerpo, cada neurona de tu mente, te instará a seguir apostando hasta el último rastro de tu cordura.
Volverás a respirar el rancio olor del polvo. Golpearás con desesperación a la tierra que te vio nacer y que ahora de nuevo te ve caer. Pero te levantarás, porque eres adicto al sabor de su piel. Implorarás rabioso a ese Dios que te maneja cual marioneta, lo odiarás por ignorarte pero al mismo tiempo lo amarás, ciego creyente, porque es la única luz que se vislumbra en el oscuro túnel en el que se convirtió tu existencia. Alguien te avisa de que tal dios no existe, sólo es un consuelo inventado por tu corazón, harto de sufrir, ansioso por creer, por aferrarse a la esperanza. Pero le silencias, y de vuelta a la ruleta de tu efímero cielo, le dices al oído: "Te quiero".
Bienvenido de nuevo a la época melancólica, capullo.
La magia del comienzo
Las palabras te golpean,
una
detrás
de otra.
El cielo te observa, tus paredes oyen.
Suavemente
va creciendo en tu interior esa sensación.
No la conoces, pero la sientes.
Ansías conocer, alargas la mano...
Sin embargo,
el origen está lejos de ser palpado.
¡Sh! ¡Calla!
El silencio te parece el mejor aliado.
Sientes la líbido correr por tus venas. Tu boca se humedece y tus ojos, ligeramente desafiantes, se dirigen a la suya. El corazón empieza a desbocarse y la sangre impulsada no llega a todos los rincones de tu cuerpo por igual. Tiemblan tus rodillas y tu mente comienza a procesar imágenes de sus labios rozándote y explorándote, mientras que sus manos te desarman con cada caricia curiosa. Sabes qué está pasando, sabes lo que va a pasar, eres consciente de lo esencial de aquellos instantes. Pero sigues desconociendo el por qué de ese fuego, antes suave calor, que comienza en tu estómago hasta abrasar tu garganta.
Notas lo efímero
el precario valor de lo conocido hasta ahora
conoces este instante
ya no sirve nada más.
El pasado se perdió entre la brisa
y los vientos del porvenir no han soplado.
Aún.
Guardas la respiración, alargas el momento
y sientes el peligroso placer de lo irracional.
Ya que el tiempo ha dejado de existir, no te importa posponer eternidades el contacto. Te acercas lentamente, buscando aquello que tu estómago pide a gritos, con furia incontenible. Notas cómo ese ardor toma el control de tus actos. Tu boca, por fin, se une con la suya y un fuego cruzado os descarga mutuamente.
Sintiendo de nuevo el alivio envuelto en cenizas.
Tu cuerpo al fin es dueño de tus acciones,
y sigues sintiendo
ese ardiente pinchazo,
esas ganas de gritar,
de nuevo esa sensación placentera...
y no sabes por qué, pero no necesitas saberlo.
Cuando me abrazaste, confirmaste mis sospechas. Me hiciste sentir, por un segundo, que todo lo que hacía tenía sentido, alguna finalidad más allá de mi propio ego y lucimiento personal.
Y además, definitivamente estás más guapa cuando te ríes.
y un etéreo cristal entre mi mirada y el paisaje.
Las colinas, eternas pasajeras
de un viaje infinito entre mi luz y tu miedo.
Tu miedo, tú: mientras en este lado de lo efímero
las caricias fugitivas parecen tener sentido,
veo el roce de tu piel infiltrado en el camino.
Duermes. Sobre mi pecho sueñas
con palabras huecas y huecos gestos, maneras
de un amante que... ¡eh, espera! parece no ser yo.
Una sonrisa irónica y tres suspiros
al ver el juego veloz en tus pupilas inquietas.
Sin embargo, mientras secretamente anhelas
otros atardeceres, otra pluma de pies ligeros y fría piel,
volveré a ser aquel conformista que nunca fui.
Volveré a descansar, crueles, entre tus dedos;
volveré a ser partícipe de las sonrisas fingidas;
volveré, al fin y al cabo, a imprecar a ese Dios que nunca existió.
Volveré a entremezclar el calor con el destino,
tu visión con tu reflejo, aquel espejo en el que no estoy yo.
Con mi lengua en tu espalda escribí un soneto raro
Podría haber establecido, una vez más, palabras como cuerdas
y en un mísero instante,
plantar en tu pecho la semilla de un romance inconformista.
Podría haber enloquecido tu raciocinio con la soltura de mi verso.
Pero, sin embargo,
preferí dejar libres los sintagmas
y olvidar por un segundo esa rigidez de quien busca la belleza.
Preferí alzar la voz por encima del murmullo encorsetado,
y que las sílabas fluyeran lentamente
formando cielos de realidad ensangrentada.
Era un corazón dominador y titubeante, silencioso y transmisor.
Era unas manos curiosas y un pecho donde poder aterrizar sin miedo al mañana.
Era sangre de añoranza y puños de acero, un constante buscador de la primavera entre sus ojos.
Ella era la reina intangible de los amaneceres.
Era inconclusa, suave en sus gestos y en justa medida sus confesiones.
Era una caricia de cristal y tres sonrisas, era una pluma que suplica no caer al vacío.
Era palabras gélidas y un sol que bañaba sin quemar el deseo oculto de sus entrañas.
Y sin embargo, se amaron,
y cuando lo liviano y frágil dejó paso a la más eterna de las oscuridades
ambos encontraron en cada mirada
la más hermosa de las palabras tatuada a fuego en el dorso de la piel.
Como la ola que el mar es incapaz de dominar.
Como besos improvisados de un amor a cuentagotas.
Entré a aquel ascensor con una única certeza en un mundo de dudas: Tendría que enfrentarme a mi imagen, desafiante, en el espejo que tiempo atrás maldijo mis eternas ganas de volar.
Pisé con cuidado y la estructura chirrió en su conjunto. Me posé sobre el suelo del ascensor, aparentemente seguro pero alzado sobre metros de vacío. Alcé la cabeza y contemplé con serenidad mi reflejo en el espejo.
"¿Preparado para encontrar la felicidad?"
"Por supuesto", murmuré, mientras le di la espalda a aquella inquisitoria parte de mi ser.
Pulsé el botón.
Como una zarpa que en un instante desprende máscaras hechas de miedo.
Como la luna que alarga su presencia en el firmamento con el rocío del alba.
Revolución.
Se abrió la puerta y, antes de dirigirme hacia el precipicio, cogí a mi reflejo por el cuello de esa rancia camisa negra y la incorporé dentro de mi pecho.
-Necesitamos estar juntos en esto.
¿Ya no llueve? Espera, parece que está cogiendo carrera...
No, no quiero. Déjame abandonar esa suntuosidad disfrazada de perfección.
Hoy sólo quiero decirte lo que te echo de menos.
Sin versos, sin estrofas. Sin giros semánticos. Sólo una mirada, una caricia, un abrazo.
Lee en mis ojos. ¿No los escuchas? Te tocan suavemente con cada beso.
Hoy no quiero seguir con mi estrategia. ¿Para qué? Todo acaba por carecer de sentido.
Al final todo desemboca en mi necesidad imperiosa de verte, de sentirte, de estar contigo.
Ya no quiero contenerme en cada sílaba. Necesito golpearte con ellas,
y hacerte ver
que mi rosa también es capaz de pinchar con su espinoso tallo.
Necesito que cada sintagma se clave en tí hasta llegar al más recóndito de tus deseos.
Hoy perderé, pero si pierdo, que la fría superficie del suelo me sirva de resorte para ganar.
que cruel arrebata nuestro ropaje;
quietos, callados, muriendo.
Sin siquiera rozar el oleaje.
Tu serás amapola ya marchita
sin levantar sospechas infundadas;
yo seré, mi niña, vida
oculta en las esquinas de mi traje.
Crisálida de flores perfumadas.
Mariposas sin vendaje.
No, no he aguantado la tentación, no hace falta que lo recordéis.
El alumno escribe lo que se le dicta.
-Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: "Lo que pasa en la calle".
-No está mal.
Ahora una leve brisa intenta imitar sin éxito a aquel vendaval.
En el aire flotaba un ambiente a sexualidad contenida. Se miraron y el tiempo dejó de tener sentido, modificaron todas las leyes físicas con media sonrisa. Delante uno del otro, mientras el mundo seguía girando a su alrededor.
La rabia les quemaba en la garganta y un cúmulo de pasiones hacían estragos en su interior. Durante eternidades de tres o cuatro segundos contemplaron sus cuerpos, analizando cada detalle, mintiendo con cada palabra sin pronunciar y engañándose con cada pensamiento que cruzaba sus conciencias, en una dulce agonía con el silencio como medio transmisor de sensaciones. A veces no hace falta decir nada.
En una mágica coincidencia, los dos avanzaron al unísono en un momento determinado de aquella canción sin final. Lentamente, los dos se fundieron frente a un gran espejo, herencia de sus abuelos y desde siempre omnipresente en sus vidas. Él pasó sus manos por la cintura de Ella, en un gesto suave y dulce, midiendo con cuidado sus movimientos y disfrutando con cada centímetro de su piel. Ella le dio la espalda, apoyando su cabeza en su pecho, y quedando los dos frente a frente con sus reflejos.
Volvieron a cruzarse sus miradas, esta vez con el espejo como mediador pero sin esconderse nada mutuamente, dejando al descubierto sus miedos y sus sueños, sus ambiciones más ocultas y miles de noches en vela, recuerdos de ojos rojos que ansían lágrimas y piernas temblando ante un precipicio sin final.
Pudieron contemplar en el espejo sus verdaderas intenciones. El juego ya se había acabado y la luna volvía a reclamarlos desde un cielo sin estrellas.
Te quiero, susurró Él casi a trompicones, como si hubiera tenido que arrancar cada letra de la parte posterior de su alma.
Ella quiso gritar hasta que les acechara la madrugada, quiso morir frente a aquel espejo, quiso ser consumida por las llamas de su pecho, quiso ser pluma que se eleva mecida por la brisa para no volver jamás a posarse en sus pestañas. Pero en lugar de eso, una lágrima traicionera, una única lágrima aventurera, surcó su mejilla siendo consciente de que un pequeño universo estaba pendiente de sus hazañas.
Sigue lloviendo.
[El pequeño ángel sin alas...
No entiendo de lenguajes cifrados ni de rancios manuales de interpretación. Los latidos del corazón son primarios impulsos pasionales que no necesitan someterse al frío yugo de la lógica, de la sensatez. Por eso me besaste, porque mis ojos te lo pedían a gritos y los tuyos necesitaban consuelo. Porque nuestro corazón no entendía de circunstancias y se me hace difícil ser el receptor de tus sonrisas.
Aquella semana pasó tan rápido como un vendaval de caricias contenidas. Aún tengo muy presente el soplo de aire fresco de un interés suscitado en mis versos que sobrepasó la conciencia de mi mediocridad. Aún vive en mi recuerdo el tacto de tu piel y a cada instante se me antoja más difícil retenerlo, como granos de arena en un puño cerrado. El goteo de sensaciones es continuo y cada concepto guarda relación con tus manos, voladoras sobre un mar de cristales rotos.
Dejé que la pasión tomara el poder de mi cuerpo y de mi ser, pero... ¿acaso aquello fue malo? Hicimos de nuestros sentimientos meras banalidades sin consecuencias, sin entender que había mucho más en juego. Sigo preguntándome si el amor es un cúmulo de impulsos alejados del romanticismo, pero la verdad siempre ha estado escondida bajo la goma de tus bragas, siendo inaccesible y cercana al mismo tiempo, siendo siempre más fácil engañarse.
Hicimos un colchón con tus miserias y las mías, con pétalos de amapolas que sirvieron a tus pies de alfombra y trazas de canciones eternas de un único verso elegido. Abrimos todas las puertas y no dejamos ni una sola ventana cerrada. Volamos siempre por turnos, para evitar perder contacto con la realidad, pero no pudimos evitar que nuestros pies se elevaran del suelo al unísono.
Introduciste la primavera de golpe en un campo yermo y no dejaste lapso de tiempo para que la tierra se asentara. Tu manera de ser me golpea en la cara en cada gesto, no dejas alternativa alguna, me acorralas y sólo aspiro a ser cómplice de tus labios. Susúrrame si te atreves, mátame con cada sílaba, pero por favor... nunca dejes nada al azar. ¿Has visto alguna vez llover?
Fuimos lluvia que empapa hasta dejar confundido, y cada gota de agua golpeó nuestros cuerpos en una especie de ritual místico destinado, finalmente, a la autosatisfacción. Fuimos hiel, fuimos calma, fuimos tormenta y fuimos un deslumbrante rayo en la penumbra de nuestro miedo a ser felices. Surcamos un mar en blanco y negro, y aunque nuestro timón no tenía destino fijo, nos embelesó la ambigüedad de lo enteramente desconocido y a la vez terriblemente familiar. Disfrutábamos cortando el viento al son de una lascivia llena de detalles, pequeños momentos, y complicidades enmascaradas en la insensatez más absoluta.
Ahora mi pluma llora a cada rasgueo, pero gime con la dignidad de quien sabe que la derrota es un mal inexorable en un juego en que al final todos caen. El lobo estepario vuelve a aullar a la luna, única compañera fiel, y volví a esconderme bajo la falda remendada de la soledad. Bailaremos un tango dedicado al viento que alborota tu pelo, y no dejaremos lugar para la compasión.
Aún sigo sin entender lo que pide a gritos tu corazón. Todo está tan claro, y a la vez, tan enmarañado...
Llueve.
Tell me what's wrong, girl
(...)
En el breve suspiro de una mariposa soñadora, en el intervalo entre una mueca y la más dulce de las sonrisas, en tres o cuatro pestañeos de unos ojos hipócritas, se dio cuenta de que lo había perdido. Para siempre.
La carretera ardía bajo el sol, y allí, plantada en medio de la nada, decidió dejar de anotar cruces en el cuaderno de sus recuerdos.
Decidió volver a empezar, teniendo en cuenta que la fugacidad es la más bella de las cualidades.
[Debió existir en algún momento un sustantivo para lo efímero, pero pesaba tan poco que se lo acabó llevando el viento...]
Ya no volveré a esconderme entre las tinieblas de un cariño mal dosificado. No me verás contar tus lunares uno por uno, no me encontrarás sumido en la oscuridad de la sombra que proyecta tu radiante luz.
Sumérgeme en un sueño profundo y feliz, donde no tenga que responder por mis caricias.
No supe escuchar, no cumplí las expectativas de tu alma herida y sanadora, magnífica y arrastrada. Nunca fui lo suficientemente valiente para caminar bajo la lluvia y ahora las nubes no pueden ocultar mi derrota.
Moriré, y otros verán en mí el camino a la perdición vadeando la excelencia en un continuo sendero de resbalones y esperanzas infundadas. Verán en mis ojos el testimonio de una mente contaminada por injerencias continuas de sentimientos que ni tú ni yo pudimos controlar, manejando nuestras vidas hasta límites insospechados.
Why don't you like yourself, little lady?
[Papel en blanco] [4 de Enero de 2010] [Lunes silencioso]
Escuchando: Una y otra vez - Antonio Orozco
Escribo.
Escribo por el mero afán de crear belleza. Al igual que el pintor esgrime su pincel y hace uso de líneas, formas, luces y colores que, conjuntadas entre sí, se disfrazan de arte; al igual que el pianista golpea las teclas con furia, creando notas que, armónicas entre sí, entran por el oído y llegan al corazón; yo juego con mi capacidad verbal para convertir lo mundano en extraordinario, lo usual en rareza, uniendo palabras y conceptos con leves relaciones semánticas hasta lograr llegar al castillo de esa princesa, ardiente y gélida, cercana y distante, que aún rehúsa de los espejos y una brisa de verano le privó de la capacidad de amar.
Entiendo el arte como una construcción, y como si se tratara de un edificio de cinco plantas, el todo se encuentra compuesto por pequeñas partes. Llámenle brochazos, notas, ladrillos o palabras. Se trata de jugar con la materia prima, de ordenar, de colocar y recolocar, hasta encontrar el equilibrio perfecto, la armonía en la composición. Y cuando se encuentra este equilibrio, un hada baja de las nubes y con dos o tres toques de varita consigue evocar en los seres humanos sentimientos dispares, pero todos igualmente conmovedores. No me pregunten cómo, ni por qué. Sólo sé que sucede, sólo sé que no sé nada. Y en este desconocimiento de lo habitual, en este vértigo de perseguir incesantemente algo que ni siquiera sé que existe, encuentro el placer de encadenar sintagmas.
Así pues, el arte no es un fin en mi obra, sino un medio. ¿Y cuál es el objetivo? La belleza. Alcanzar lo ideal, superándome en cada párrafo, es mi fin a la hora de dejar volar mi pluma. Retorcer la realidad hasta hallar la virtud. He de reconocer que el concepto platónico de la belleza como un ente superior que deja su rastro en la sensibilidad de nuestro mundo me atrae profundamente. La idea de la belleza como una realidad trascendente, que puede ser percibido por los sentidos sin ninguna razón pragmática o lógica, me apasiona y a la vez aterroriza a mi mente racional. Es como un complejo aparato electrónico del cual sabemos que funciona, pero no sabemos por qué lo hace así. Sólo que la belleza no tiene pilas. ¿O sí?
Sin embargo, considero que el arte como método para alcanzar ideales se encuentra vacío de contenido si no se cumple otro cometido: la comunicación. El no conseguir transmitir el sentimiento de belleza al receptor es considerado para mí un fracaso. ¿El problema es del emisor o del receptor, cuyos sentidos se encuentran carentes de capacidad artística? Lo ignoro. Pero voy a intentar poner todo de mi parte. ¿Volamos juntos?