lunes, 15 de noviembre de 2010.
Hoy me desperté siendo poeta

poeta de las noches claras, de los días feroces

de cuando callas, de cuando tu silencio me grita al oído

de cuando ríes y mi sangre mancha páginas de diarios descosidos

Hoy me desperté poeta

y la mañana me acunó en su abrigo de metal

frío al tacto, suave y sincero en las formas

Hoy me desperté siendo poeta

poeta de tu piel y de tu pelo, poeta que maldice al viento

que se cree, impertinente, que podrá robar las sonrisas furtivas

grabadas, grabadas a fuego, en cada palabra que escupo

Hoy me desperté siendo poeta

poeta que cabalga el tiempo, que lo maneja a su antojo

que recompone las figuras e ilumina los colores

que rompe páginas de calendario y desdeña la retórica barata de los narcisistas

poeta capturador de instantes, fotógrafo de tus miradas,

artífice de tu excitación, espejo que refleja la utopía de nuestra realidad

Mañana te despertarás siendo poeta

y renaceré en cada sintagma que se clave en tu conciencia

en cada espina del afilado tallo

me verás oculto entre tus sábanas, impregnadas con el olor de mi crudo verbo

oirás mis susurros cuando te pares a escuchar los sonidos de mi garganta desgarrada

y sentirás, verso a verso, cómo los recuerdos te atenazan entre sus dedos

Hoy me desperté siendo poeta

y me vino a ver la soledad, y volamos juntos
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viernes, 12 de noviembre de 2010.
Un buen día te levantas con una sonrisa en la cara, en una peligrosa premonición de la jornada que te queda por delante. Con ojos somnolientos y el pelo revuelto, te diriges al armario, coges sin mirar demasiado la ropa que lucirás, y tras ponértela sin demasiada prisa, abres el cajón de la ropa interior. Sólo queda un calcetín blanco y otro negro. "Vaya faena", piensas. Y de repente, te das cuenta de que te da igual llevar calcetines distintos. En ese momento fue cuando empecé a crecer de verdad.

Y empiezas a mangarte las mangas, porque hay mañanas en las que, sinceramente, no apetece estar siempre listo. Apetecen colacaos como maravillosa rutina y un guiño pícaro a las dificultades del día a día. Empiezas a descubrir nuevos olores bajo el murmullo del viento, y a desistir de recolocarte el flequillo cuando una racha se lleva por delante el trabajo concienzudo delante del espejo. De repente te sorprendes a ti mismo admirando el arco iris perfecto tras un día lluvioso y desafiando con la mirada a los transeúntes que, sumidos en sus problemas que ellos creen tan importantes, ignoran la belleza y subestiman el poder del color sobre una capota grisácea. De improviso comprendes que las preocupaciones son subjetivas y que todas las historias son ajenas a lo que realmente importa. Miras a tu alrededor y tienes la absoluta certeza de que todo tiene sentido, que todo pasa por algo y que todo se repite continuamente, como aquella canción en el tocadiscos de tus padres. La absoluta certeza y la increíble tranquilidad que otorga el saber que eres uno más en un juego inconcluso, sin final y probablemente sin principio. Dejas de darle importancia a las fechas, las horas, los segundos. El tiempo nació para ser libre y fluir constantemente y ponerle barreras es inútil e improductivo. De repente deseas con fuerza que llueva, y salir a la calle porque sí y escribir en cualquier banco maltratado. En un momento aprendes a valorar la risa como la mejor medicina, como un chute de alguna sustancia desconocida que abre tus venas y aligera el corazón: y a la vez, minusvaloras el poder de la pluma como terapia, porque la verdad duele y escribiendo es más fácil coger atajos para llegar a ella. Ya hice muchas letras ayer, y no me curé, dijo algún poeta frente al micrófono. Te das cuenta de que ser simple es a veces la mejor solución, y recurres a tópicos, estereotipos y prejuicios por el mero hecho de sentir el placer de etiquetar de un modo tan sencillo la realidad. Tomas consciencia del regalo de respirar, de parar por un momento y bailar al compás de los latidos de tu corazón. Aprendes a agradecer la verdadera valía de los que te rodean, a ver fotos y dejar que la nostalgia te inunde e incluso te coma por dentro, a utilizar el poder de las caricias estratégicas a tu favor, a comunicar en silencio, a no dar nada por hecho, a no confiar en nadie y a la vez a confiar en todos, a odiar la retórica barata y las palabras vacías, a amar el arte y la magia que te traigo entre los dedos, entre las quemaduras de cigarro intermitentes en mi diario de bitácora. Cuentas a los demás aventuras y batallitas de cuando eras simple y tenías la enorme ventaja de vivir porque sí, de desafiar al reloj y fingir que no conoces el hálito de la muerte, de la soledad y el silencio. Y que no, que cualquier tiempo pasado no fue mejor, que es hora de reinventarse a cada paso y saber, con orgullo, que tienes tantas cosas que contar que no eres capaz de cerrar las historias. Y de repente, miras a tu alrededor y piensas "eh, todo va bien". Y sigues caminando, sigues caminando porque nunca te enseñaron a correr.
(...)


Esta noche es una de esas noches en las que el miedo te cuenta historias terribles para no dejarte dormir.

Agárrame fuerte de la mano, como sólo tú sabes hacerlo, y haz que olvide los fantasmas que vi tras tu mirada. Júrame que fueron fruto de mi paranoica inaginación.
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