miércoles, 17 de febrero de 2010.
El viento llamaba con insistencia a la ventana, como un Romeo que intentara colarse en sus corazones. Cerraron todas las persianas, apagaron todas las puertas y entornaron suavemente las luces, cortando cualquier estímulo exterior, cortando alas de realidad transgresora. Su habitación se convirtió en un refugio ante las inclemencias del destino.

En el aire flotaba un ambiente a sexualidad contenida. Se miraron y el tiempo dejó de tener sentido, modificaron todas las leyes físicas con media sonrisa. Delante uno del otro, mientras el mundo seguía girando a su alrededor.

La rabia les quemaba en la garganta y un cúmulo de pasiones hacían estragos en su interior. Durante eternidades de tres o cuatro segundos contemplaron sus cuerpos, analizando cada detalle, mintiendo con cada palabra sin pronunciar y engañándose con cada pensamiento que cruzaba sus conciencias, en una dulce agonía con el silencio como medio transmisor de sensaciones. A veces no hace falta decir nada.

En una mágica coincidencia, los dos avanzaron al unísono en un momento determinado de aquella canción sin final. Lentamente, los dos se fundieron frente a un gran espejo, herencia de sus abuelos y desde siempre omnipresente en sus vidas. Él pasó sus manos por la cintura de Ella, en un gesto suave y dulce, midiendo con cuidado sus movimientos y disfrutando con cada centímetro de su piel. Ella le dio la espalda, apoyando su cabeza en su pecho, y quedando los dos frente a frente con sus reflejos.

Volvieron a cruzarse sus miradas, esta vez con el espejo como mediador pero sin esconderse nada mutuamente, dejando al descubierto sus miedos y sus sueños, sus ambiciones más ocultas y miles de noches en vela, recuerdos de ojos rojos que ansían lágrimas y piernas temblando ante un precipicio sin final.

Pudieron contemplar en el espejo sus verdaderas intenciones. El juego ya se había acabado y la luna volvía a reclamarlos desde un cielo sin estrellas.

Te quiero, susurró Él casi a trompicones, como si hubiera tenido que arrancar cada letra de la parte posterior de su alma.

Ella quiso gritar hasta que les acechara la madrugada, quiso morir frente a aquel espejo, quiso ser consumida por las llamas de su pecho, quiso ser pluma que se eleva mecida por la brisa para no volver jamás a posarse en sus pestañas. Pero en lugar de eso, una lágrima traicionera, una única lágrima aventurera, surcó su mejilla siendo consciente de que un pequeño universo estaba pendiente de sus hazañas.

Sigue lloviendo.
Leia Mais...
3

[El pequeño ángel sin alas...

lunes, 8 de febrero de 2010.
...lloraba a puertas del vacío]

No entiendo de lenguajes cifrados ni de rancios manuales de interpretación. Los latidos del corazón son primarios impulsos pasionales que no necesitan someterse al frío yugo de la lógica, de la sensatez. Por eso me beCursivasaste, porque mis ojos te lo pedían a gritos y los tuyos necesitaban consuelo. Porque nuestro corazón no entendía de circunstancias y se me hace difícil ser el receptor de tus sonrisas.

Aquella semana pasó tan rápido como un vendaval de caricias contenidas. Aún tengo muy presente el soplo de aire fresco de un interés suscitado en mis versos que sobrepasó la conciencia de mi mediocridad. Aún vive en mi recuerdo el tacto de tu piel y a cada instante se me antoja más difícil retenerlo, como granos de arena en un puño cerrado. El goteo de sensaciones es continuo y cada concepto guarda relación con tus manos, voladoras sobre un mar de cristales rotos.

Dejé que la pasión tomara el poder de mi cuerpo y de mi ser, pero... ¿acaso aquello fue malo? Hicimos de nuestros sentimientos meras banalidades sin consecuencias, sin entender que había mucho más en juego. Sigo preguntándome si el amor es un cúmulo de impulsos alejados del romanticismo, pero la verdad siempre ha estado escondida bajo la goma de tus bragas, siendo inaccesible y cercana al mismo tiempo, siendo siempre más fácil engañarse.




Hicimos un colchón con tus miserias y las mías, con pétalos de amapolas que sirvieron a tus pies de alfombra y trazas de canciones eternas de un único verso elegido. Abrimos todas las puertas y no dejamos ni una sola ventana cerrada. Volamos siempre por turnos, para evitar perder contacto con la realidad, pero no pudimos evitar que nuestros pies se elevaran del suelo al unísono.




Introduciste la primavera de golpe en un campo yermo y no dejaste lapso de tiempo para que la tierra se asentara. Tu manera de ser me golpea en la cara en cada gesto, no dejas alternativa alguna, me acorralas y sólo aspiro a ser cómplice de tus labios. Susúrrame si te atreves, mátame con cada sílaba, pero por favor... nunca dejes nada al azar. ¿Has visto alguna vez llover?



Fuimos lluvia que empapa hasta dejar confundido, y cada gota de agua golpeó nuestros cuerpos en una especie de ritual místico destinado, finalmente, a la autosatisfacción. Fuimos hiel, fuimos calma, fuimos tormenta y fuimos un deslumbrante rayo en la penumbra de nuestro miedo a ser felices. Surcamos un mar en blanco y negro, y aunque nuestro timón no tenía destino fijo, nos embelesó la ambigüedad de lo enteramente desconocido y a la vez terriblemente familiar. Disfrutábamos cortando el viento al son de una lascivia llena de detalles, pequeños momentos, y complicidades enmascaradas en la insensatez más absoluta.


Ahora mi pluma llora a cada rasgueo, pero gime con la dignidad de quien sabe que la derrota es un mal inexorable en un juego en que al final todos caen. El lobo estepario vuelve a aullar a la luna, única compañera fiel, y volví a esconderme bajo la falda remendada de la soledad. Bailaremos un tango dedicado al viento que alborota tu pelo, y no dejaremos lugar para la compasión.


Aún sigo sin entender lo que pide a gritos tu corazón. Todo está tan claro, y a la vez, tan enmarañado...


Llueve.
Leia Mais...
miércoles, 3 de febrero de 2010.
[Palabras que nunca deberían pronunciarse...]
Siempre he tenido un miedo irracional a equivocarme, a pedir perdón y responder de mis actos. Camino con cuidado, sin pisar cristales de corazones en llamas, y siempre he preferido comunicar sin palabras. El pecho aúlla y grita que te echa de menos.
Iluminaste mi caverna de la noche a la mañana, ahuyentaste a todos los fantasmas con el roce de tu piel. Pero la voz cazallera de mi experiencia me dictó que el fuego quema y procuré no acercarme demasiado. Aun así, me dejé vencer por el calor que irradiabas y ahora tres o cuatro quemaduras me recuerdan que estoy hecho de un material duro, pero terriblemente combustible. El pecho suplica de nuevo tus dulces palabras de consuelo.
Cerré los ojos y la modorra me consumió hasta desproteger mis espaldas. Hiberné pensando que me acompañarías, pero mi piel no llegó a verse consumida por las llamas: siempre supiste aguardar en la frontera entre conceptos, pasiones e ideas. Me cuesta horrores discernir de qué lado estás y eso precipita mi debate interno hasta límites insospechados. Comenzé a arder por dentro y decidí darme la vuelta en la cama de tus pestañas, en un sueño que pronto llegaría a su fin. Pero mis rachas de rebeldía duran poco y lo sabes... después de cuatro o cinco sonrisas, comenzé a aborrecer las sombras y de nuevo volví a surgir a mi razón en un letargo indefinido.
Abriste los ojos y con ellos nubes negras comenzaron a taparme la luz. Pero aquella melancolía borrascosa se disipaba en cuanto me volvías a bañar con tus rayos... sin embargo, ya no pude volver a conciliar el sueño. Desvelado en un universo de medias tintas e intenciones ambiguas.
Y así me encuentro a día de hoy: con el mal humor de quien se despereza de una larga siesta, con los párpados entornados e incapaces de diferenciar ficción y realidad, y con la perplejidad de quien ve morir a su sol día tras día, contemplándolo renacer en cada alborada. Jugueteando con la brisa otoñal y las cenizas que dejaste, dudando aún si de verdad quemaste mi corazón de metralla.
Leia Mais...
0

Tell me what's wrong, girl

lunes, 1 de febrero de 2010.
Buenos días, Febrero. Bienvenido.



(...)


En el breve suspiro de una mariposa soñadora, en el intervalo entre una mueca y la más dulce de las sonrisas, en tres o cuatro pestañeos de unos ojos hipócritas, se dio cuenta de que lo había perdido. Para siempre.

La carretera ardía bajo el sol, y allí, plantada en medio de la nada, decidió dejar de anotar cruces en el cuaderno de sus recuerdos.

Decidió volver a empezar, teniendo en cuenta que la fugacidad es la más bella de las cualidades.


[Debió existir en algún momento un sustantivo para lo efímero, pero pesaba tan poco que se lo acabó llevando el viento...]
Leia Mais...