lunes, 11 de octubre de 2010.
No debería estar escribiendo esto. Pero he de confesarte que siento un inusitado placer desgajando suavemente las ideas, manchando de tinta la pureza, haciendo eterno lo intangible. Quizás no debería hacerlo, pero, ¿quién lo sabe? ¿Quién fue el imbécil que escribió las normas que he de saltarme? Teóricos saltan de entre las piedras murmurando indicaciones para caminar por un sendero que hace tiempo que desistí de seguir. ¿Quién me vendió esta anticuada moral? Me gustaría descambiarla.

Ahora me veo desde arriba. Soy adicto a la objetividad, me hace reír. Me veo trastocando papeles de aquí para allá, dando vueltas por mi habitación, haciendo crujir los muelles del somier. Veo mis ojos cansados y un imperceptible temblar de piernas, y la luz de mi sonrisa gastada deja en penumbra lo que me rodea. Abro cajones, leo cartas, lloro, grito, y de un salto vuelvo a enhebrar los segundos, a recomponerme y a dibujar lunas entre las nubes. Me ducho y desafío con la mirada a un tipo moreno y ramplón que me mira desde el espejo. Transmite seguridad, pero se engaña a sí mismo y a los demás. Pobre iluso, si al menos supiera reír como yo... Me peino, me lavo los dientes y a patadas vuelvo a adelantar el reloj. Desde fuera todo parece más divertido y más fácil.

Más divertido y más fácil. No es para tanto. Ni siquiera es necesario barajar las cartas. Quizá sólo es necesario dejarse llevar. Escuchar el canto de la brisa y dejarse embriagar por los susurros del viento. Dejar que tu piel roce cada recoveco en un suave análisis de los sentidos. Y gritar, gritar muy fuerte. Gritar hasta que cada trozo de cielo, hasta que cada estrella haya oído lo que tengo que decirles. Inspirar profundamente y expulsar el aire e imaginar otras posibilidades dentro del amplio abanico de la realidad. Porque somos libres y cada decisión no nos condena, sino que nos da alas. Quizá sólo es necesario equivocarse y saborear el amargo dulce de la derrota. Porque no hay mayor placer que la certeza de posar tus manos sobre la tierra y pensar: "No hay nada más abajo", y conocerse, y que la euforia brille en cada centímetro de tus pupilas y saber, porque lo sabes, que eres capaz de subir, de brillar, de alcanzar lo inalcanzable. Quizá sólo es necesario cerrar los puños, apretar los dientes y luchar por lo que nos importa, por esa agradable sensación que sientes cuando la adrenalina circula por tu sangre. Sangre que aunque será derramada por mil puñaladas, por mil alfileres con un sólo nombre colgado en ellos, es una prueba de tu coraje y tu entrega. Porque la indecisión mata y el estúpido racional que piensa ya forma parte de mi pasado. Quizá sólo es necesario sentir.


Salgo a la calle y escondo mi dolor entre el bullicio de vidas ajenas. Mirando hacia abajo siempre, intentando ser invisible sin conseguirlo. Me regodeo con mi actitud autodestructiva. Encerrado entre las paredes que un día construí sin proponérmelo, con las que me estrello noche tras noche y entre las que siento una falsa sensación de seguridad, es imposible fundirse con el entorno. Pero desde fuera las imposiciones del yo no existen y puedo correr a mi antojo, puedo observar sin juzgar y puedo sonreír sin miedo a ser juzgado. Un traspiés tras otro, volando en círculos, perdido y con cicatrices en la comisura de los labios. Rompo fotos y esquivo miradas, en un vano intento de fingir que aquello nunca existió. Ahora que logré escapar de la cárcel de mi propio corazón, compruebo lo ignorante que fui.

Porque el pasado se contamina fácilmente del presente, y lo que es a veces parece que siempre lo fue.

Quizás no es necesario pensar en tí, sino simplemente sentirte. Quizás no es necesario buscar la salida, sino dejar que los pies marquen aleatoriamente tu destino. Tal vez es que quiero verte, sin más. Tomarnos un café más, tal vez el último café, pasear juntos bajo el paraguas mientras los transeúntes corren a nuestro alrededor. Cantarte esa canción que tanto te gusta, contarte ese cuento que siempre te hizo soñar. Morir cada día y nacer cada noche junto a tu portal. Mirarte y que me mires y notar esa conexión inquebrantable. Quizá es necesario que te calles, que cierres la boca y me sonrías, que me acaricies y me hagas notar que no hay nada más afuera de estas sábanas, que me jures que esto no es un sueño y que no hace falta despertar, que mi realidad son tus labios, que mi horizonte es tu pecho. Que no, que no veo más allá de tu blusa, que estoy ciego y quiero que me orientes, que eres tú la única luz en este mundo de locos. Quizá es mejor enloquecer, seguir creciendo y haciéndonos más fuertes a cada carcajada demente. Quizá es necesario que me abraces, que te acerques tanto a mi pecho que los cuerpos sobren y el deseo vuele alrededor, que me prometas que no te vas a ir y que, de una vez por todas, todo va a ir bien. Que grites tan fuerte mi nombre que sólo yo lo pueda escuchar. Porque la magia no tiene un origen ni un destino, no se puede tocar, no se puede coger ni entender. No se puede analizar. Sólo se puede sentir. Quizá sólo es necesario sentir.

Saborear cada estímulo proveniente del exterior, aferrarme fuerte a tu mano y aceptar con un gesto desafiante el inmenso juego que nos propone la vida.
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sábado, 2 de octubre de 2010.
- Creí que te dolería- murmuró, entre decepcionada y aliviada.

- Claro que me duele, pequeña. Claro que me duele. Pero hace tiempo que aprendí a anteponer tu felicidad a la mía...
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