miércoles, 29 de diciembre de 2010.




Y precisamente una noche como ésta, hace justo un año, empezó a cambiar mi vida. Una invitación a destiempo, nervios, compras y alcohol, tal vez demasiado alcohol, trucos de cartas, el primer beso. Quién lo diría, aquel fue el primer beso. Y ahora, un año después, míranos. Mentiría si te dijera que no me fijé en ti aquella noche. Tan preciosa, tan lejos. "Oye, ¿cómo está Raque?" Y la sensación de aceptación, un alivio para el ser social que hay en mí. Viejos amigos y nuevos compañeros se entrelazaban, y aquello sólo era el principio.

Y mientras Enero seguía imbuido en aquella maravillosa rutina, salpicada con retazos de sol de invierno, de relatos escritos para ti y nada más, de miradas, de magia, de algo nuevo. Los meses trascurrían entre breves visitas a París cada mañana, traducciones imposibles, versos de Catulo, obras de arte puestas del revés y con tonos amarillentos, camaradería, complicidad. Y tú, pequeña francesita, fuiste el mejor trozo de rutina que jamás he tenido el placer de encontrarme. Porque contigo cada conversación era especial, porque la jerga común permitía una comunicación más infinita de lo habitual, porque cada hora se transformaba en algo digno de recordar. Por eso espero que tú no olvides los paseos hasta tu casa en los que siempre tirábamos por el parque para alargar un poquito más la charla, la filosofía entre clase y clase, risas, risas y más risas, los abrazos detrás de los que no se intuía la soledad, las columnas predilectas, el sol y el césped, las almohadas improvisadas, el teatro, las cenas en pizzerías por apuestas inadecuadas, las peleas, las discusiones, las lágrimas y las reconciliaciones en algún hotel perdido y con goteras en un rincón de Roma. Porque la vida no era fácil de interpretar, pero tú y yo jugábamos con reglas distintas.








Y mientras, el Clan. Familia, hermanos. Piscinas climatizadas, desayunos gratis, Los Ramones, "¿cuánto queda?", fines de semana rurales, alemanes locos, Tolox, Guaro, rutas imposibles, miles de planes, pocos realizados, pero nos da igual, porque soñar sigue siendo gratis.



Tras esperar ingenuamente que algún hada bajara de los cielos y diera por mí el beso que no me atreví a dar, te fuiste, sin más. Pero me daba igual, porque seguías regalándome tu presencia, y siempre me he conformado con poco. Pasaban los meses y llegaba la primavera, y el vínculo se iba estrechando cada vez más. Por eso la Plaza de la Marina siempre será un lugar increíble. Y personas que siempre habían estado ahí, estaban cada vez con más fuerza. Y personas que nunca me abrieron su corazón, me ofrecían su confianza sin límites.



Y llegó la primavera, y fue preciosa, y lo sabes. Una época de confesiones, una época donde ya se empezaba a vislumbrar el final de aquella maravillosa rutina. Visitas inesperadas, guerras y revoluciones, artistas locos, Pokémon, perros andaluces, rituales antes de los exámenes, reconciliaciones, descubrimientos. Y llegó el miedo y las dudas, y la distancia, fantasmas que se acrecentaban en cuanto el verano se asomaba tras el cristal. Días brillantes. Días de pararse y pensar, de ser consciente de que las mejores historias son mejores cuando son contadas, no cuando se viven.






El principio del verano me dio unas falsas expectativas que, afortunadamente, no se cumplieron. Unos exámenes aderezados con una terrible sensación de soledad. La filosofía nos abandonó, pero por suerte, otras manos ocuparon su lugar con más o menos acierto. No hay nada mejor que volar más alto que las barreras impuestas previamente, y aquel mes de junio con olor a cachimba me ayudó, pero no era suficiente. Nunca era suficiente para mí, y el café y las acuarelas no eran suficientes para calmar tu ansiedad tras el peor cumpleaños de tu vida. Afrontaba un viaje a una tierra mágica con poca magia entre mis dedos. Menos mal que volviste...





Y llegó el verano. No puedo describir, sólo puedo limitarme a enumerar. Tantas cosas aprendidas, tantísimos momentos, tantas sensaciones. La tierra mágica resultó ser más mágica de lo que pensaba en un principio, no por su belleza, sino por la gente con quien compartes esa belleza. Nací para estar allí y allí me encontraba, extasiado ante la grandeza del humanitas. Aquello lo cambió todo. Aquello y una tarde en una piscina donde, sorprendido, comprobé que volvías. Volviste, y lo hiciste tan rápido que no me dio tiempo a recogerte cuando ya te habías ido de nuevo. Mientras tú y yo desafiábamos al tiempo, Gandalf dijo "You cannot pass" entre cafés solos y palomitas de mantequilla, INDIOS FC ponía en aprietos al Real Madrid y de paso a alguna que otra bola de billar, y una gaviota se posó en mi espalda como sinónimo de la paz absoluta. Y sí, te fuiste de nuevo. O te dejé marchar, una de dos. Pero el frío era cada vez más mitigado con estrellas fugaces de una noche extraterrestre, y entre pinos encontré, por fin, a mi verdadero yo. Creí que había segundas oportunidades pero no, no las había, o al menos yo creí que no las había. Entre bailes y risas renaciste pero ya no, porque una invisible barrera, otra más, se había impuesto entre nosotros. Y como todas, tuvimos que derribarla, junto a mi cobardía y a tu miedo.





Pero era hora de afrontar un nuevo giro en mi vida, de enfrentarme a situaciones nunca antes conocidas, de abandonar la calidez de lo seguro. Y no, no ha sido fácil, pero una bruja bajó de su nave espacial para darme la mano y guiarme con notas en los márgenes, con post-its, con la gratificante sensación de que no estás solo en un mundo de idiotas que no leen a Nabokov. Y me enseñó a creer en mí, me enseñó nuevos rincones antes desconocidos y que el amor no existe y la literatura no se aprende y que todo es fácil si queremos y nos dejamos llevar, y que nunca sabemos con certeza que el mañana seguirá ahí, por lo que hay que mirarlo todo desde otro prisma. Ella me enseñó a vivir y yo a veces pienso que yo no le enseñé nada, sólo le dejé unos cuantos lunes de octubre en el césped para el recuerdo y que nunca sabemos con certeza que si lo que vemos allá arriba es un avión o algún objeto no identificado.





Y al igual que el año empezó contigo, mi pequeña pelirroja, termina contigo, porque los cuentos más bonitos empiezan con "Érase una vez" y terminan "y fueron felices". Al final lo conseguimos. Saltamos todo lo que se nos puso en nuestro camino, saltamos muy muy alto, y aquí nos tienes, volando por encima de todo y de todos. El año termina con cada día levantándome y pensando en tu mirada, en el roce de tu piel, en todo lo que nos queda por vivir. El año termina sintiéndote en cada respiración, notando una agradable presión en el pecho cuando apareces y compruebo que todo va bien, que eres feliz, que te convenzo con mis sonrisas, que estás a mi lado después de tanto que hemos pasado. Ahora tú eres la calma de mis días y el fuego de mis noches, la razón de seguir en esto, escribiendo a pesar del ruido y del silencio y evocando tu boca entre mis tintas. Ahora nada nos va a impedir seguir en esto, el año que viene es nuestro, porque ya te he dicho muchas veces que las mejores historias son las que nos quedan por vivir.




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jueves, 23 de diciembre de 2010.
Pues claro que soy algo. Soy más que algo, soy más que lo mundano, lo mediocre, lo erróneamente llamado "normal". Soy como ese tipo viejo con barba que cuando se aburre deshace lo creado, soy como un dios. Soy aquello a lo que atribuyes aquellos cambios en tu entorno que no puedes explicar. Soy la explicación a tus ganas de levantarte cada mañana, a la deriva de tus pensamientos, a la manera de acurrucarte entre mis brazos, ronronear y escupir felicidad cada vez que me rozas. Soy Dios porque tengo el poder de hacerte sonreír, y si puedo lograr eso, ¿qué es lo que no puedo hacer? ¿A quién más necesito convencer? ¿Quién tiene el derecho de recordarme el silencio que me embarga cuando no estás? Tengo el poder de activar circuitos nerviosos con una simple combinación de caricias y algo menos físico aún, místico, casi oculto, que flota en el ambiente de mi habitación mientras la tarde se nos echa encima. Tengo el poder de llevarte al cielo, de guiarte hasta la luz, y si me enfado lanzar rayos, electrificarte y que me contagies al tocarte, de manejar al sol y la lluvia, de controlar las estrellas para que respondan a tus deseos. Estoy aunque no me veas, estoy aquí, pero no contigo, y resucito cada vez que me recuerdas. Tengo el poder de hacer y deshacer, de darte un beso y desaparecer, de volver cuando menos te lo esperas e irme cuando no me necesitas, de quererte sin prisas y afrontar el reto de hacerte feliz a cada segundo.

Pero sobre todo, soy Dios porque yo soy el único que tiene el poder para decidir cómo es mi vida o qué camino seguir -por tierra o por aire-. El poder para manejar el entorno a mi antojo. Y he decidido que tú formes parte de él.
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