lunes, 28 de marzo de 2011.
Volverás, y entonces te escupiré las mañanas y las noches, la rabia y el lamento, y las risas.

Siempre alardeabas de esa falsa seguridad que te dieron cuatro bragas mal caídas. Siempre inestable, subiendo y bajando, capeando las disculpas, esquivando el llanto. El metódico marcar de las horas era tu canción preferida, siempre esperando, siempre aguardando alguna garra que te librara de la insidiosa compañía. Demasiado mediocre para ti, insultantemente servicial. La sonrisa perfecta para no crear un conflicto, el silencio adecuado, la palabra precisa para que simplemente, la conversación siguiera fluyendo hacia límites que tú ya sabías manejar. Y así pasaban tus noches, entre recuerdos de un pasado perfecto y la rutina sangrante de días que, ¿por qué no? Siempre ha sido más fácil callarse, aportar lo estrictamente necesario, y con un ojo en la ventana esperar la llegada que aquella que le pondría el traje a medida al bohemio más imbécil del mundo.

Empezaste con aquellas putas que consideraron que tus versos tal vez no eran suficientes. Qué desfachatez, ¿verdad? Eras demasiado grande como para volver a la tierra, no podías soportar que tal vez alguien rechazara tu proyecto de un cielo perfecto en las formas, pero vacío de contenidos. Sin pensar en que ellas también tenían derecho a decidir el guión de su vida, sin pensar en que a lo mejor tu trono aplastaba demasiadas pretensiones de una relación sin malas caras. Quitadas de enmedio, sólo quedaba la mediocridad. Pero no podías argumentar rancios sentimientos, tenías que utilizar el sexto sentido, el guante blanco, la astucia. Y poco a poco empezaste a analizar, a calcular cuáles serían los pasos adecuados, a buscar cualquier rendija en nuestro servicio incondicional. Y mientras, los días empezaban a ser innecesarios para mantener a las noches. Tiraste de libreta y falacias y usaste con habilidad un dolor provocado como justificación. Una vez más, los sentimientos servían de excusa para ocultar el egoísmo camaleónico. Quien te puso el traje accedió de buena gana a cepillártelo. Un mero gesto sirvió para deshacerse de lo ya innecesario para sobrevivir. Con la condescendencia de quien rompe pero no mata, con la magnanimidad de quien se cree alguien.

Sin embargo, olvidaste que la sangre no se va, ni las lágrimas tampoco. Olvidaste como el rey que olvida que sus súbditos sueñan con la revolución entre jornada y jornada. Te levantarás satisfecho y libre. Por fin tienes lo que necesitas, por fin el cielo te ha coronado y gobiernas con su autoridad, ya no tienes que engañar suplicando atención. Quizá algún sms, quizá sus labios te oculten. Quizá tu mente se embote con la televisión, quizá las sábanas te sirvan para lavarte las manos. Tu conciencia seguirá recordándote golpe a golpe las negras razones que impiden que tu nuevo cuento se desmorone ante una sola de nuestras súplicas. Y amarás, y reirás, gritarás, olvidarás. Claro que olvidarás. Y te creerás poeta cuando tus pensamientos son prefabricados y maleables.

Pero volverás. Y juro que entonces no habrá más palabras. Sólo acciones.

Volverás con cinco bragas mal caídas y la terrible certeza de que no eres nadie.
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jueves, 10 de marzo de 2011.
Me llamas loco por esa extraña manía de cortar el hilo de los pensamientos, de revolverme y no dejar que la pasión se estabilice, que se pose en tus pestañas. Que no me entiendes, dices. Que cuando me conociste estaba envuelto en cadenas, en recuerdos. Pero la física no entiende de miradas y la metafísica está flotando en el techo de esta habitación, esperando a que nos vistamos de nuevo. Y, sonriendo, ocultemos a la gente que en realidad somos de alguna especie extraterrestre cuya forma de comunicarse es leyéndose la mente mutuamente y jugando a interpretar el ángulo del aire al ser cortado por el vaivén de las caderas, cuya extraña tradición es volar cada fin de semana, cuyo mundo está mucho mucho más allá de la estrella polar, de corazones, de atardeceres, de rosas.

Otra vez el sábado se vistió con ese vestido blanco, tan etéreo como traslúcido. Apagamos todas las luces, acallamos todas las voces, mis fantasmas aterrizaron. Cómo seguir el ritmo si a veces temo fundirme contigo y desaparecer entre los acordes de una canción sin aliento. Comienzo a crear estímulos retroalimentados por la curva de tus labios. Pareces tener las caricias calculadas, claro, si las palabras vacías nos miran con asco desde la ventana. Sabes que cualquier vaivén podría romper el espacio-tiempo de nuestra conexión y me besas con soltura, tocas las teclas precisas para hacer una melodía y no un conjunto de sonidos acompasados. La perfección no es inexplicable, es sólo que nos falta visión de conjunto. Te toco con suavidad y a veces con desesperación, miedoso de romperte, de que te escapes de entre mis dedos. Te abrazo y no alcanzo a proteger cada centímetro de ti, y a ver quién tiene cojones de cortar tus alas, a cerrarte los ojos, a domar tu pelo. Intento imitar sin éxito la coreografía y mis pasos son torpes, será por falta de práctica, será por falta de talento.

Y, lentamente, asciendes. Y lo que no comprendía, ahora lo entiendo. Y lo que parecía difícil, ahora es simple cuestión de aprovechar la oportunidades. Y el tiempo se para y el amor no existe, pero oye, yo no te puedo dejar de mirar. Y cómo quieres que no lo haga, si tengo miedo de que te vayas cuando te de la espalda...
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