domingo, 20 de diciembre de 2009.
Déjame acariciar tu pelo. Ya no recuerdo cuántas veces sentí celos del viento, que lo domaba y lo hacía volar. Ahora yo soy su legítimo dueño.

Déjame que sea partícipe de esta maravillosa coincidencia que llamamos amor. Esta vez voy a ser indiscreto con tus pensamientos, con tus caderas. No me mientas. Engáñame.

Déjame que sigamos fundiendo deseos con sueños, escribiendo nuestro futuro en el dorso de tus manos. Pisemos los charcos, besémonos en cualquier rincón, hagamos del destino una fabulosa conspiración, destinada a atarnos los tobillos y a impedirnos ser nosotros mismos.

Quiero que seamos uno. Que el cielo sea testigo de nuestros despegues. Saltemos fuerte y a la vez, estirando hasta rozar con la yema de los dedos la felicidad.

Átame, pero déjame libre. Mátame, pero no olvides besarme antes. Quiero que me tengas en la palma de tu mano, y a la vez no te alcanze la vista para contemplar mi ser en su totalidad. Desespérate. El mundo gira a nuestro alrededor.

Déjame llorar, hazme reír. Déjame sentirte en cada trozo de piel, en cada jadeo, en cada mirada. Quiero verme reflejado en tus ojos cada vez que me sea posible. Necesito que me necesites.

Pero no me dejes caer.
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viernes, 4 de diciembre de 2009.

Luna:
Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme! (A las ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.

Federico García Lorca, Bodas de sangre

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miércoles, 2 de diciembre de 2009.
[Papel en blanco] [2 - Diciembre - 2009] [Miércoles sangriento]

Escuchando: Trae ese ron - Violadores del verso


Escribo.
Escribo en un continuo intento de establecer un canal entre tu mente y mis palabras. Y así, perviviendo en tu recuerdo, eterna o efímeramente, sólo lograré entrar en ti.
No creas a narcóticos narcisistas que garabatean para adornarse. No les escuches, no te dejes influenciar, pues su discurso es efímero y contradictorio. Su camino no llega a ningún lado: cuando llegan al final, dan la vuelta e interpretan el comienzo como la meta, y se jactan orgullosos de haber encontrado señales que, curiosamente, ya estaban dentro de ellos.
Yo encadeno sintagmas como vía de comunicación, con el fin de que, argolla a argolla, concepto a concepto, unirte a mí en un vínculo tan invisible como tangible. Sin embargo, mis teorías se encuentran en constante evolución. No te culpo si piensas que soy tosco, hipócrita, inmaduro. Incluso si piensas que peco de falsa modestia. Sólo espero que algún día me sientas y me comprendas, llegues a intuir mis mecanismos, mis medias verdades. Mi inspiración.
Tal vez me juzgues como indiscreto. Mi posición privilegiada me permite observar tus maravillosas virtudes, tus vergonzosos defectos, tus inquietudes más profundas. Pero... ¡oh, vamos! Ábreme tus puertas. Mi alma sólo puede sobrevivir si le das cobijo: cada vez que mis palabras resuenan en tu conciencia, resucita.
Aliméntame. Necesito engordar mi ego. ¡Toc, toc!
¿De verdad piensas que me puedes engañar? Soy consciente de tus debilidades. Tu máscara de felicidad se resquebraja continuamente ante mi escrutinio. ¿No habías notado ese olor a insatisfacción que emanas? Tus sueños no se han cumplido y malvives intentando burlar la verdad y tergiversar tu propia realidad. Dudo sinceramente que aguantes un segundo más haciendo caso omiso a tus preguntas sin respuesta. Huyes permanentemente del universo que te rodea. ¡No, no llores! ¡Las lágrimas reblandecen tu careta! Lo que necesitas es quitártela por completo, aunque no creo que puedas hacerlo sin ayuda... Eh, ¿ves ese cabo de cuerda? Está formada por sílabas que, previamente conjuntadas, forman una verdad única e inmutable.
Tira. ¡Vamos, tira! Sírvete de ella como guía. Y, tal vez, tirando y tirando, me encuentres en el otro extremo. ¿Te atreves?
Escribo, y cada golpe de pluma me deja un sabor a sangre en los labios proveniente de tu corazón. El lenguaje me proporciona la materia prima, tú eres el demandante de mis figuritas de madera. Se trata de un proceso capaz de ordenar lo más caótico. ¿Creación? No. Modificación.
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lunes, 30 de noviembre de 2009.
Soy la arena y tú el agua que tira el castillo...

Grano a grano. Paso a paso. Beso a beso.

Mis cimientos se construyen sobre la línea de tus caderas.

Cavo una fosa llena de indiferencia. ¿Caerás en mi trampa?

Cada vez me acerco más al cielo.

Vértigo.

Libertad.

Altos alminares, gruesas murallas, grandes ventanales.

Pero con cristales. Me duele la brisa marina.

Manos torpes que dibujan líneas infinitas.

Imponente, escultural, perfecto.

Frío.

Mi bandera es tu sonrisa. ¡Vamos, sonríeme!


... pero no me importa...

Desde la torre más alta te veo acercarte.

Te huelo. Te oigo. Te siento.

Nada resiste tu paso.

Tu eterno movimiento. Tu inconstancia, tus imperfecciones.

Fluyes.

Como la gaviota que vuela y que acude a ti en busca de alimento.

Me oyes, pero no me escuchas.

En tu imparable avance sorteas mis estrategias.

No huyes, no esquivas, no planeas. Sólo avanzas.

Mis cimientos se desmoronan sobre la línea de tus caderas.

Nada consigue separarme de las cadenas que me unen a la tierra húmeda.

Sin embargo, mi bandera sigue en pie.

Te odio.

... siempre que quieras, ven a jugar conmigo...

Grano a grano. Paso a paso. Beso a beso.

...conmigo...

Conmigo.



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sábado, 21 de noviembre de 2009.

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martes, 17 de noviembre de 2009.
Tenías los ojos cerrados y una sonrisa de tonta, soñando seguramente con cualquier tontería o quizás con el destino incierto de nuestras vidas. Eres tan jodidamente preciosa cuando duermes, nena. No pude evitar rozar el reverso de mi mano con tu piel en una leve caricia, temerosa de despertarte.

Notaba fluir la magia a mi alrededor. La luz se filtraba con timidez entre la persiana, como si ella también tuviera miedo de que volvieras a la realidad. Sentía una extraña morriña en el pecho, un sentimiento de felicidad sin razón aparente que me embargaba hasta llegar a ahogarme.

Lentamente, rebusqué entre tus sábanas hasta encontrar tu mano. Cerré los ojos casi instintivamente al entrelazarla con la mía y sentir de nuevo este tacto tan familiar.

Me equivoqué tantísimas veces, nena. Y tú también te equivocaste. Nos dejamos llevar como dos hojas otoñales, guiadas erróneamente por la ronca voz del viento... y cuando nos quisimos dar cuenta, ya era verano y no acertamos a oír ninguna guía para nuestros pasos. Quizá es que no la supimos escuchar.

Quizá. Pero no lo sé. Y nunca llegaremos a saberlo con certeza.

Sabes que no voy a cambiar, y espero que no aspires realmente a cambiarme. Mi mente es un continuo bullir de conexiones fallidas entre tus recuerdos y tus hechos, todos convergentes hacia la conclusión de que no puedo ofrecerte todo lo que necesitas. Espero que sepas ignorar convenientemente esta gilipollez: Mi corazón canta demasiado alto.


Perdóname si alguna vez te quise pedir perdón. Mi baja autoestima me impide darte lo mejor de mí mismo y dejé la dignidad entre las ramas de un árbol caduca. Pero te quiero, ¿sabes? Te quiero tanto que a veces me ahogo rozando tus labios en cualquier lunes de Octubre. Aunque no te pueda ofrecer chinos con rosas, ni braguitas mojadas. Ni siquiera puedo asegurarte que mi demencia no haga acto de presencia cuando me susurras al oído palabras que, lentamente, se irán hacia un lugar donde ya no puedan ser escuchadas.

Temblando, te besé suavemente en la mejilla. No me despiertes, te dije. Necesito dormir.
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jueves, 5 de noviembre de 2009.
- ¿Sabes? A veces tengo la sensación de que la felicidad no es un estado de ánimo, no es un conjunto de factores, no es la cúspide de una pirámide. Cada vez estoy más convencido de que la felicidad se basa en instantes, en rachas intermitentes de apenas segundos, y que su influencia se extiende a lo largo del tiempo, estirándose como un chicle hasta romperse. Mira.

El chico cogió una piedra al azar de aquel lado del lago, y con fuerza lo lanzó al agua.

- ¿Puedes ver esos círculos concéntricos? Pronto no quedará nada de ellos, y la superficie del agua seguirá tan lisa como siempre. Pero aunque los círculos siguieran ahí para siempre, la piedra cae al agua en un instante, y se queda en el fondo del lago para siempre.

La chica sonrió para después replicar:

-¿Compartes conmigo unos cuantos instantes de eterna felicidad?
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lunes, 26 de octubre de 2009.
El corazón me empujó a caminar por las solitarias calles de un invierno que se resiste a dejarse notar. Avanzo mirando al suelo, a merced de la brisa del atardecer. Tus dedos me rozan en una caricia lejana.

Voy notando como mi razón me abandona en pos de un desasosiego mezclado con recuerdos intermitentes. Mis pasos resuenan sobre el asfalto y las farolas me observan, impasibles, petulantes.

No estás conmigo, pero me acompañas en cada susurro del viento, en cada pestañeo, en cada mirada. Poco a poco el razocinio va regresando y te marchas, para luego volver en las noches en vela, como ya es habitual. Acepto tu pérdida como un hecho rutinario. Me quemas, pero he aprendido a convivir con el calor.

Mi mente se empieza a ocultar entre los estímulos de los sentidos para evitar mi tendencia paranoide. Me dedico a analizar minuciosamente mi alrededor, considerando a los transeuntes no como meros espectadores de mi debacle, sino como individuos con sus propias luchas internas, con una historia que contar y que seguro merece ser escuchada.

Observo cada detalle de mi mundo sensible. El roce de mi piel con la ropa, los coches que circulan a escasos metros de mí, el cielo, la luna, mi respiración irregular. De repente, todo empieza a carecer de importancia. Me siento como una marioneta de rasgos infantiles y tez morena en un majestuoso teatro vital.

Mi capacidad crítica vuelve a esconderse entre las sombras y tus labios sin dueño vuelven a besarme por enésima vez entre un árbol lentamente mecido como parte de la función. Un último estímulo llega embotado a mi cabeza, como vestigio de una ya pasada fusión con el entorno. Procede de mi MP3.

"Si tú no estás aquí, no sé que diablos hago amándote..."

Ni yo nena, ni yo tampoco lo sé. Cada palabra se graba a fuego en mi alma inquieta.

Sonrío y dejo que mis pies marquen aleatoriamente el camino.
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miércoles, 7 de octubre de 2009.
Te quiero. Sin corazones, sin rosas, sin besos. Sin cartas de amor, sin poemas románticos, sin atardeceres idílicos. Sin estúpidos juegos de seducción, sin lujuria, sin deseo.

Ni siquiera sé si te amo, y espero que sepas perdonarme. Sólo sé que me gusta estar contigo, y no te puedo ofrecer nada más que mi buena voluntad y mis ganas de ser feliz. Sólo sé improvisar sonrisas, hacerte reír, cerrar los ojos y soñar.
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lunes, 21 de septiembre de 2009.
Juegas a herir, hieres cuando sólo quieres jugar, asestas puñaladas con una caída de ojos. Eres la reina del baile y lo aceptas, te desenvuelves grácilmente en tu rol de princesa incomprendida.

Descalza, pisas sin temor cristales rotos de corazones que ya pasaron por tu abrazo de doble filo, por tu puedo y no quiero. Intentan recomponerse inútilmente, ya que a cada pisada que das les desordenas del nuevo el puzle.

Y vuelta a empezar.

Eres terriblemente inteligente, pero prefieres esconderte bajo tu máscara de ignorancia inocente. Tu mundo gira según el sentido que tú le quieres dar, nunca te has parado a pensar si debería seguir su propio ritmo. Controlas todos y cada uno de los aspectos de tu vida y jamás has contemplado una sublevación en tu ficticio sistema de valores.


Hasta ahora.
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viernes, 18 de septiembre de 2009.
Y los poetas que te canten
que se vayan todos a tomar por culo
que como me ponga chulo
voy a hacer un alunizaje... a cualquier hipermercao

De esos que venden versos y sonetos
y en cualquier sucio paraje, en cualquier hoyo los meto
y no me he de poner traje...
...para cagarme en sus muertos!

Virgen del fracaso, Marea





Próximamente más, pero no mejor... ¡Grande Kutxi Romero!
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Yo todavía....

sábado, 5 de septiembre de 2009.
  • Tengo una colcha con elefantitos, jirafas y flores.
  • Juego a Pokémon.
  • Prefiero ver Disney Channel que el telediario de las nueve.
  • Me zampo los petit suisse de dos en dos.
  • Prefiero el zumo de manzana a algo con alcohol e, incluso, a una coca-cola o una fanta.
  • Me divierto cantando canciones infantiles con mi hermano.
  • Ceno a las ocho y me acuesto a las diez y media.
  • Prefiero ponerme ciego de helados que de porros.
  • Me emociono al escuchar de nuevo el open de la primera temporada de Digimon.
  • Evito pisar las baldosas blancas.
  • Tengo dos o más peluches en mi cuarto.
  • Soy feliz comprándome cualquier porquería en el kiosko de abajo.
  • Tengo calzoncillos de Bugs Bunny, y me los pongo del revés porque me molesta la etiqueta.
  • Prefiero gastarme el dinero en un ticket de la montaña rusa que en uno para una cerveza en una caseta.
  • Prefiero coger el tren para ir a Disneyland que para ir a Versalles.
  • Me pongo nervioso cuando recibo un sms.
  • Muerdo los lápices, los bolis o todo lo que tenga a alcance.
  • Me río de cualquier estupidez.
  • Tengo mala letra.
  • Evito ver películas de miedo.
  • Prefiero un cómic de mortadelo y filemón a cinco libros de temática seria.

18 años... ¿quién los quiere?

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Imbécil enamorado

lunes, 31 de agosto de 2009.
Cada escalón era un firme intento de autoconvencerme de que lo que estaba haciendo era lo correcto. Ñiec. Ñiec. Ñiec. Mis zapatillas de goma servían para no escuchar la suplicante voz de mi corazón, que te echa de menos hasta cuando estás más cerca. Puto cabrón. No hace caso de vanidades, de orgullos, de dignidades, de engaños inducidos. Pero esta vez mi mente estaba haciendo esfuerzos por ganar el pulso de una vez por todas.

Para terminar de completar el proceso de autoengaño, esbozé una sonrisa pícara, incluso maléfica, totalmente forzada. Pero la boca me sabía a sangre y el pecho amenazaba con estallar.

- ¡Eh, Javi!

Me dio tiempo a inspirar profundamente y de adoptar un semblante sereno, incluso indiferente, antes de asomarme por el hueco de la escalera. Algún ser alado no identificado se unió al concierto de mis entrañas.

-Dime-Mierda. La actuación cerró el telón, y mi corazón dio un golpe sobre la mesa. Otra vez esa cara de imbécil enamorado-

-¿Podrías traerme el trabajo para mañana? Es que necesito copiar unos cuantos conceptos.

-Eh... uh... ah... vale.

Me cago en la puta. Debieron haberme avisado de que los muñecos de nieve de sonrisa malvada y bombas de relojería entre la escarcha se derriten al salir el sol.
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Mañanas de sonrisas condescendientes

viernes, 28 de agosto de 2009.
Conozco al dedillo todas tus artimañas, me sé de memoria tus estrategias, tus noches frías, tus mañanas de sonrisas condescendientes, todos los recovecos de tu frágil cuerpo. Te deslizas suavemente entre recuerdos y aspas de molino, viajas sin descansar entre gigantes y heridas de guerra, que día tras día, sangran y arden en la frontera entre la cordura y la demencia de mi mente.

Conoces al dedillo todas mis debilidades, te sabes de memoria mis improvisaciones, mis tardes de azul cielo, mis mañanas de sonrisas condescendientes, todos los recovecos de mi maltrecho cuerpo. Sin embargo, no hay espacio para mi ser en tu inocente burbuja, en tu pasividad refleja, en la lujuria incipiente de tus violentos senos.

Cada segundo contigo es una odisea cuyo objetivo es hacer una muesca en tu pétreo corazón, una lucha sin fin en la que es necesario recurrir a todas mis habilidades para evitar salir escaldado. Me descuido y me hundes en el cieno, me dejas expuesto al cierzo y la luna se ríe de mí con crueldad al amanecer.

Te vas, te marchas, pero siempre vuelves... Siempre. El azul cielo se convierte en gris oscuro, pero ya veo aparecer otra vez el sol entre pestañeos de unos ojos traidores.
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jueves, 27 de agosto de 2009.
«Mi táctica es mirarte, aprender como sos, quererte como sos. Mi táctica es hablarte y escucharte, construir con palabras un puente indestructible. Mi táctica es quedarme en tu recuerdo. No sé cómo ni sé con qué pretexto, pero quedarme en vos. Mi táctica es ser franco y saber que sos franca y que no nos vendamos simulacros, para que entre los dos no haya telón ni abismos. Mi estrategia es en cambio más profunda y más simple. Mi estrategia es que un día cualquiera no sé cómo ni sé con qué pretexto por fin me necesites»

Táctica y estrategia, Mario Benedetti


Creo que es la primera vez que cuelgo algo que no es de mi propia creación. Pues bien, que no sirva de precedente. Sólo es que me he sentido demasiado identificado...


Que ha sido un momentito sólo de bajada... ¡que aquí no pasa nada!
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lunes, 24 de agosto de 2009.
Entré con paso decidido en el ascensor que tantas otras veces me llevó al cielo, desafortunadamente siempre al piso equivocado.

Allí estaba otra vez, fundiendo sueños con esperanzas frente a un espejo que siempre me ofrecía una imagen equivocada de mí mismo.

Me encontré con un destino incierto, con ilusiones que se escapan, con un corazón oxidado.

Dejé plantado al miedo en el piso de abajo por tres o cuatro instantes, pero creo que ya sube por las escaleras. A ver si me da tiempo a tocar el timbre...
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martes, 21 de julio de 2009.
Y allí, tumbado bajo la sombra ficticia de un milenario bordón, contemplé extasiado el mar de estrellas que se extendía sobre mi cabeza. Intenté buscar mi estrella, la estrella que me guiara remando río arriba con mi canoa, la que me acompañara en noches de soledad como ésta y me arropara ante la desidia de un saco por enésima vez abierto. Por primera vez en mucho tiempo, logré expulsar de mi mente el torbellino de pensamientos que, noche tras noche, me frustraba y me desorientaba. Logré concentrar toda mi atención en los estímulos procedentes de los sentidos.

El eterno fluir del río se encontraba en total armonía con el místico silencio nocturno de la naturaleza. Mi respiración subía y bajaba. Dediqué unos minutos a contemplar cómo mi pecho desnudo, como si se tratase de un fuelle, expulsaba toda la rabia contenida y almacenada. La brisa me acariciaba bruscamente, se divertía jugando conmigo. Por un instante, creí ver una pícara sonrisa escondida entre las ramas de los árboles mecidos por el viento.

Miradas desaprensivas y besos robados comenzaban a librarse de su cárcel y, poco a poco, volvieron a ocupar el lugar desocupado en mi pensamiento. Comprendí que mi segundo de paz estaba llegando a su fin, y con un esfuerzo sobrehumano logré alargar la tregua unos parpadeos más. Fue entonces, donde intimidado ante la grandeza de un universo extendido ante mis ojos, magnificente y a la vez distante, logré contactar con la esencia de mi alma y, por primera vez, entendí que mis problemas eran relativos ante la jerarquía absoluta de la vida y la muerte.

Antes de perder el sentido por un tiempo indefinido de nuevo, antes de volver a sumirme en la locura más absurda, pregunté al cielo si alguna estrella estaba dispuesta a seguirme en el nuevo camino que debía recorrer río arriba. Me sentí extrañamente aliviado al no encontrar respuesta.


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Antes de comenzar con mi caótico historial de amarres cuadrados, risas en tiendas de campaña y lloros en cuartos de baño infestados de polillas, me volví y dediqué un efímero pensamiento a cada una de las personas que me habían acompañado en tres años inolvidables de mi ruta por la vida.

A lo lejos, mi hermano emitía un llanto totalmente infantil, mezcla de la emoción del momento y de turbios pensamientos que a mi pesar nunca llegaré a comprender del todo. Un sentimiento de angustia me recorrió al preguntarme si me elegirá de padrino el día que prometa dejar el mundo en mejores condiciones de las que se lo encontró. Tal vez no me lo merezca. Me cruzó una sonrisa al imaginar cuál sería el nombre scout de Alberto. ¿Pinguino pesado, pinguino desastre, pinguino llorón? No creo. Tal vez pinguino fiel, pinguino alegre, pinguino despreocupado, pinguino cariñoso. Todos ellos con su correspondiente diéresis.

A continuación, inicié la ronda de dedicatorias a los componentes de la Unidad que dejaba atrás. Eran tantas las vivencias compartidas que mi mente se saturó por un instante ante la confluencia de tantos sentimientos de gratitud, de cariño, de amor hacia aquellas cuatro personas.

Zorro Ilusionista mantenía la mirada fija en un punto concreto, pero estaba seguro de que su mente hacía caso omiso de la información obtenida de su sentido de la vista. Me estremecí al intuir las sensaciones que se escondían tras ese rostro inescrutable y tan cómicamente marcado de rojo. Una oleada de cariño, a pesar de todo, me recorrió para romper en el recuerdo de aquel personaje. "Tienes alma de poeta", me había dicho unos días antes. Nunca sabré si aquella afirmación fue para salir de paso o si la dijo sinceramente, pero aquello fue lo único que necesitaba oír en aquel momento.

Al iniciar el escrutinio de Lince Aguda, por motivos que aún desconozco, bajé la mirada y sonreí pensando en lo agradable que había sido, a lo largo de estos últimos dos años, descubrir poco a poco el gran corazón que se escondía tras esa sonrisa infantil y sincera. Lamenté por un momento alejarme de ella remando mi canoa, pero quién sabe, tal vez aminore mi ritmo para esperarla y remar juntos. Estoy seguro de que aún me queda mucho que descubrir en ese territorio del parque de Doñana.

A Pantera Cariñosa una lágrima le rodaba por la mejilla mientras se mordía el labio inferior en un gesto inconfundible. Sentí un impulso de romper la formación e ir a abrazarla, a suplicarle al oído que dejara de llorar, pero en vez de eso bajé de nuevo la mirada y recordé fugazmente la conversación que habíamos tenido días antes, entrando en el pueblo de Jubrique. "Es muy bonita la sensación de saber que tienes a alguien ahí siempre, que te escucha, que te comprende". A veces los designios divinos son tan cruelmente injustos...

Las gafas de sol que portaba Oso Fiel me impedían evaluar su estado de ánimo, pero estaba seguro de que no estaba siendo indiferente ante la ceremonia que se celebraba ante sus maltrechos ojos. Oso Fiel era una persona que me hacía sentir bien, fuese cual fuese la circunstancia, el momento o las palabras indicadas. Recordé lo muchísimo que me alegré por él cuando, por fin, consigió lo que anhelaba. Recordé sus intentos en balde de preocuparse por mi estado de ánimo, recordé sus "más te vale que no te vea con esa cara mañana". Se había abierto un espacio en mi corazón a base de palabras sinceras, de inocencia entrañable, de un cariño hacia los demás abrumador. "Suerte, compañero", pensé, en un intento de comunicación telepática.

Continué mi ronda hacia las personas que, al igual que yo, iniciaban una nueva etapa en su vida como scout. Al contemplar el gesto lloroso -para variar- de Loro Alegre, me invadió de nuevo ese sentimiento de caos ante tantos sentimientos entremezclados. Me sentí incapaz de ordenar un pensamiento dirigido hacia Loro, así que opté por seleccionar un popurrí de citas, imágenes y recuerdos en apariencia sin ningún nexo entre sí. Entre esa mezcla extraña encontré infinitas risas sin ninguna razón de ser, infinitos sentimientos de paz al escuchar su carcajada despreocupada. "Javi, soy feliz" "Aida es una niña pa toa la laif" "la verdad, ya me parece absurdo"... por segunda vez, intenté establecer una comunicación telepática, esta vez con más convicción que la primera... "Gracias", "gracias", "gracias", "gracias"...

Contemplé con desasosiego como una lágrima se escapaba a pedales de la pupila de Búho Nival Observadora, y recordé que esa la segunda vez en dos años que la veía llorar, a pesar de todo lo que habíamos vivido juntos. Casi instintivamente, como un beso inesperado o un abrazo, alargué mi brazo y recogí con cuidado su lágrima vertida, como tantas veces había hecho ella con mi llanto desconsolado. Me dirigió una sonrisa que guardé dentro de mi pecho -en el mismo rincón de las alas- y en ese mismo instante, decidí que algún día me dedicaría a contarle todo lo importante que ha sido para mí este último año de besos mañaneros, de SuperCroquetas y cubos verdes, de llantos y carcajadas compartidas. Algún día. Sentí una punzada de angustia al pensar que, tal vez, no encontraría reciprocidad en mis palabras. Hasta ese momento, sólo me queda esperar que sea feliz de una vez por todas.

Sentí remordimientos de conciencia al caer en la cuenta de que no estaba escuchando ni una palabra de las que, entre hipos descontrolados, estaba intentando formular Mapache Protectora. Cuando intenté volver a seguir el hilo de su historial, me llegó una frase que difícilmente olvidaré: lunes por la mañana. Otra oleada de gratitud, esta vez mezclada con algo de culpa y perdón, dio a parar en el recuerdo de esas palabras tantas veces escuchadas... "hola, padri" con un tono reconfortante e incluso halagador.

En el momento en el que me llegó a mí el turno de compartir mi historia, dirigí mi pensamiento a hacer un escrutinio de mí mismo. Casi al instante, dejé la exploración para otra ocasión más apropiada, en un aplazamiento prácticamente indefinido. Pero sí tuve la ocasión de vislumbrar como una estrella, pequeña pero con una luz cegadora, habitaba dentro de mí.



-¿A quién estás abrazando, al bordón o a mí?

-A los dos.


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Se presenta el Clan Rover Piel Roja. Piel Roja en ruta... ¡casi siempre!
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sábado, 27 de junio de 2009.
Grita.

Y atenazado por el silencio de la impertérrita almohada, llora y grita. Grita porque ella era la única posible, la única luz bajo el abismo de las sábanas. Y una vez más, sueña con su ausencia, alarga la mano pero ya ni siquiera alcanza a rozar su piel de seda. Grita porque su mundo, acostumbrado a girar entorno a una figura de mujer y un perfume embriagador, se cae de nuevo al no encontrar su centro gravitatorio. Grita al cielo, a la luna, a los vientos, grita a una botella vacía. Grita por su derecho a ser feliz.

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Gira, el mundo gira en el espacio infinito...
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martes, 9 de junio de 2009.
El joven escritor rasgaba furiosamente las páginas de su viejo cuaderno. Afuera, las nubes no dejaban ver a la luna. La lluvia golpeaba con fuerza la pequeña ventana del desván donde se encontraba.

Podríamos decir que tenía veinte años, aunque la expresividad de su mirada, completamente absorta en el papel, indicaba una madurez y una experiencia impropias de su edad. Era una mirada cansada, dolida, anciana. Sus pupilas enrojecidas saltaban con facilidad de una línea a otra, sin seguir en ocasiones el hilo de su pluma. Un relámpago atravesó al cielo, iluminando brevemente la estancia. El joven levantó la cabeza y alzó la mirada, como si intentara comprender qué es lo que sucedía allí fuera, y casi instantáneamente prosiguió con su tarea.

Cada verso le evocaba a su sonrisa. Cada palabra estaba impunemente manchada de color frustración. Cada golpe de pluma dejaba entrever un dolor profundo y marcado. La mano se deslizaba sobre el papel a trompicones, a marchas forzadas, como si la máquina no estuviera bien engrasada. Sin embargo, su mente volaba entre recuerdos y sensaciones.

Una sílaba tras otra, el joven fue componiendo el esquema de sus pensamientos más profundos, de sus sentimientos más intrínsecamente guardados. Jugaba con la expresividad del lenguaje, elaborando un complejo puzle cuya solución estaba bien escondida dentro de sí mismo. Las palabras fluían desde su psique hasta el bolígrafo, que iba realizando una danza acompasada y funesta.

De repente, el grifo de ideas se cerró súbitamente. La pluma se quedó sin tinta, sin materia prima sobre la que construir una escalera hacia el cielo. El escritor dio un respingo, aparentemente sorprendido de tan repentino atasco en las vías de su inspiración. ¿Qué era lo que ocurría? El joven intentó bucear entre su corazón para buscar el motivo de su congestión. Hasta que lo encontró.


Un guiñapo de papel mojado cantaba una balada triste bajo la luz de una farola solitaria.
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jueves, 21 de mayo de 2009.
Y me enamoró. Sí, me enamoró. Aunque yo era un bufón errante y desgarbado, un grandullón con las manos demasiado grandes... y ella era una princesa de cristal, ligera, tenue, frágil y ardiente.

Aunque yo era un juglar con una flauta demasiado desafinada, con un piano que tocaba una melodía equivocada pero armónica al fin y al cabo. A mi manera, a mi ritmo. Ella era una espectadora satisfecha, pero no complacida. Mis manos no alcanzaron a tocar la tecla adecuada.

Aunque fuera un soñador inconformista, perturbado en más de una ocasión por encontrarme a dos palmos del suelo. Aunque para ella, simplemente, no exista realidad. Aunque hayamos construido, juntos, un mundo para nosotros, donde nos metimos a dormir y sólo salimos cuando escuchamos que llovía. Fuerte.

Aunque, por la noche, cuando la busque, no la encuentre. Aunque alargue la mano y no alcance a tocarla, aunque sienta su aroma cerca de mí. Aunque se vaya y vuelva posteriormente, con una sonrisa de disculpa y unos ojos que me dicen a gritos que volverá a hacerlo.

Aunque haya tenido que sustituir los tú por ella, los te por la. Me veo condenado a amar a una tercera persona.
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martes, 5 de mayo de 2009.
Siempre me he considerado un romántico, un amante de las buenas costumbres y los anticuados modales caballerescos. Un soñador frustrado, un vengador entre las sombras, en silencio. Pero a veces, el espejo tiene una grieta y se distorsiona la imagen de nosotros mismos, quizá influida por cómo queremos ser, qué imagen deseamos que se refleje en el espejo.

Iba caminando hacia un eterno destino cuándo me fijé en una margarita que yacía, solitaria, reina de un matorral lleno de hierbajos y flores resecas. A un lado del camino. Me agaché y, no sin sentirme un republicano sediento de revolución, despojé al matorral de su altiva monarca.

Me incoporé y contemplé la flor. De cerca, muchas veces la belleza se precipita de su pedestal. La distribución de los pétalos era irregular, y algunos estaban comidos por algún tipo de parásito. Pero aún así conservaba parte de su antiguo esplendor.

Me vino a la mente, como un espejismo, una imagen de mí mismo, en la puerta de alguna amante desconocida -o no tanto-. El pelo, con la raya a un lado. Chaqueta elegante. Con cara de no haber roto un plato, ofrecía mi flor a mi amada, que respondía con un -ooooooooh- a mi presente.

El rechazo fue unánime de todas las células de mi cuerpo.

"Bah" -pensé para mí mismo, arrojando mi flor hacia la fosa común de la cuneta, un final impropio para tanta magnificencia-


"¿Dónde he dejado mis viejos principios?"


Sonriendo, me recoloqué mi rebelde flequillo.
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miércoles, 29 de abril de 2009.

Relato ganador del segundo premio del Certamen Literario 2009 del IES Universidad Laboral.
Me despertó una extraña sensación de soledad y un picor inusual en la espalda. Podéis imaginar cual fue mi sorpresa al descubrir que, justo encima de mis omóplatos, dos bolas de un extraño material, suave y liso, habían nacido donde antes sólo se encontraba mi piel.
Había sido elegido.
Acepté la existencia de mis nuevas alas con una mezcla de admiración y auténtico pánico, y poco a poco aprendí a cuidarlas y arreglarlas, como una parte más de mi cuerpo. Todas las mañanas les dedicaba parte de mi tiempo, ya fuera saneándolas o pasando horas delante del espejo, admirando su vigor, su fuerza, sus ganas de crecer. A veces me daba la sensación de que formaban parte de un ente separado de mi ser, un parásito que me absorbía la fuerza vital.
Siempre me he considerado una persona vanidosa. Poco a poco fui confesando a mis amistades más íntimas mi nuevo atributo físico. Desplegaba mis alas y les preguntaba, con una sonrisa de suficiencia: “¿Qué te parecen?”. Disfrutaba con sus muecas de asombro, con sus cuchicheos envidiosos. Muchos me solían preguntar “Ahora… ¿Qué vas a hacer?” pero ya me sobraría tiempo después para preocuparme de esa cuestión. Sabía que algún día tendría que tomar esa decisión.
Una mañana gélida de febrero estaba realizando mis labores habituales de higiene alada cuando caí en la cuenta, sentado enfrente del espejo, de que mis alas ya estaban listas para aquella decisión. Lucían grandes y espléndidas, y ya habían alcanzado el diámetro necesario. Eufórico y con las alas desplegadas orgullosamente, me dirigí hacia el precipicio con paso firme.
Estaba preparado.
¿Estaba preparado?
Bajo mis pies, un inmenso y sobrecogedor abismo se extendía hasta el infinito. Mi vista no alcanzaba a ver el final. Una inestable y raída escalera subía desde el fondo de la nada hasta el peñasco donde me encontraba.
Sobre mi cabeza, miles de seres alados revoloteaban entre las nubes. Reían, jugaban, disfrutaban de su sensación de libertad. De vez en cuando, uno de ellos caía sin fuerzas, y se perdía en el inexpugnable vacío. Era un espectáculo tan maravilloso como dantesco.
El infierno y el paraíso, el bien y el mal, el alfa y el omega. Binomio.
De repente, vi como un ser alado se precipitó cerca de donde yo me hallaba. Rápidamente, extendí mi mano y logró aferrarse a ella. Con esfuerzo, subió al peñasco. Lo había salvado de una caída y de una recuperación con peldaños no muy seguros.
-Gracias- dijo.
Sólo musitó una palabra, pero me sobrecogió la sinceridad con la que la pronunció. Me quedé absorto por un segundo admirando la textura de su piel, el brillo de sus ojos, su mirada, sus alas y, sobretodo, el aura de felicidad que irradiaba. Era especial.
Me sorprendió que, instintivamente, mis alas se replegaron ante la presencia de aquel ser. Me dirigió una última mirada, como si sospechara algo de mi condición alada, y con una sonrisa en los labios y de un enérgico salto, volvió a su hábitat natural.
Mientras lo veía agitar sus alas y dibujar piruetas en el aire, me invadió el deseo de saltar yo también y, agitando mis nuevas extremidades, reunirme con aquel ser y, cogiéndolo de la mano, volar juntos. Hacia una nueva vida, un nuevo amanecer.
Pero no pude.
Me quedé allí plantado, con las piernas temblando.
¿Y si no era capaz? ¿Y si no daba la talla?
¿Y si mis alas no eran lo suficientemente fuertes?
¿Y si caía sin remedio hacia el abismo, sin la compañía de mi nuevo amigo?
Y así, día tras día, iba cada mañana al precipicio a contemplar a aquel ser, que destacaba entre todos los demás, mientras dudaba entre saltar al vacío o no. Entre optar a la maravillosa sensación de sentir el viento cortando mi cara, con la posibilidad de caer a un vacío sin final, y acariciar el firme, seguro y aburrido suelo. La caída desde el suelo no es grande. Pero… ¿merecía la pena vivir limitado por las invisibles cadenas de la madre Tierra?
Y así, mi rutina estaba marcada por la visita diaria al risco y mi debate interno, cuando recibí una inesperada visita.
Un joven se había sentado allí conmigo. Me devolvió la mirada, llena de comprensión. No medió palabra conmigo, pero parecía decir “¿Te vienes?”
Me extendió un brazo, pero no se lo cogí.
Encogió los hombros y, sin pensárselo dos veces, ni tres, ni cuatro… saltó.
Al principio parecía que sus alas le fallaban. Pero justo cuando su cuerpo comenzaba a descender, dio un fuerte aletazo y se elevó bruscamente.
Y, en los cielos, el misterioso ser alado lo esperaba con una sonrisa en los labios. Se cogieron las manos y echaron a volar, lejos, muy lejos. Hasta que sólo quedó de ellos un minúsculo punto en mi retina.
Con lágrimas en los ojos, volví a mi casa. Encontré en el cajón unas grandes tijeras negras. Esta vez no cabía en mí ningún rastro de duda. De un fuerte tijeretazo, mi ala, ya inerte, cayó al suelo con un golpe seco.
Un aullido de dolor se escuchó en los alrededores.
A la mañana siguiente descubrí para mi asombro que no sólo mi empeño de dejar de ser alado había fracasado, sino que ahora poseía unas alas más fuertes y grandes.
Una rabia incontrolable se apoderó de mi ser y, a bocado limpio, desgarré mis alas hasta que sólo quedó un amasijo de plumas y carne, que corté con las tijeras. Pero era inútil. Cada vez que las cortaba, a la mañana siguiente allí estaban, desafiantes y virilmente orgullosas.
Comprendí que, por más que me negara, el instinto de mi cuerpo de volar era irrefrenable. Así que sólo podía hacer una cosa.
Con sumo cuidado, las doblé suavemente, una pluma encima de otra, hasta que cupieron en la palma de mi mano. Y las guardé en un rincón de mi corazón.
La gente me miraba al pasar y me preguntaba “Pero… ¿qué fue de tus alas?” “Desaparecieron” contestaba yo, con una enigmática sonrisa, porque yo era consciente de que, por mucho que engañara, por mucho que intentara engañarme a mí mismo, las alas seguían estando dentro de mí y no lo podía evitar.
Y, a veces, cuando el ser alado bajaba de los cielos para conversar conmigo, una caprichosa pluma se escapaba de su cárcel y revoloteaba sobre nuestras cabezas, pero mis reflejos la capturaban antes de que mi acompañante sospechara nada. Cuando levantaba el vuelo y se reunía con su pareja, aquel joven que sí se había atrevido a saltar, una lágrima mojaba el risco donde cada mañana me sentaba a contemplar el firmamento y sus habitantes. Pero me consolaba saber que, si no hubiera sido capaz, no podría tener un contacto con el ser que me iluminaba, que hacía mi vida tan llevadera y a la vez tan tortuosa.
Y así fue como pasé de unas alas desplegadas, egocéntricas y poderosas, a rehusar de ese don, de esa bendición por… sentido común, lo llaman unos. Cobardía, lo llaman otros.
Espero que tú, lector, seas consciente de que si alguna mañana te despiertas con plumas en los omóplatos, tarde o temprano tendrás que enfrentarte a la decisión de quedarte en tierra firme, disfrutando de una estabilidad segura, o volar, y disfrutar de la libertad. Efímera e inestable, pero libertad al fin y al cabo.
Tú ya conoces cuál fue mi elección. Tengo a la seguridad por compañía, para bien o para mal. A veces me arrepiento, a veces una oscura sensación de superioridad me invade cuando llegan a mis brazos voladores estrellados, que se atrevieron a volar y no pudieron. Pero también debes ser consciente que si no saltas, vivirás con la duda de si eres capaz… o incapaz.
Ahora te toca a ti.


¿Saltas?
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martes, 28 de abril de 2009.


Me encontré en un paraíso perdido de flores sin príncipe azul y princesas de papel.
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sábado, 25 de abril de 2009.
Un folio arrugado bajo la férrea presión de mi puño. Casi no logro vislumbrar una letra cursiva, con carácter, casi masculina... que hicieron aflorar en mí la esperanza, las ganas de vivir, arrebatadas en un frío vendaval del porvenir.


Rabia. Impotencia. Arrecia la lluvia. Las olas marcan mi destino.


Grito. Enfrente de mí, el mar se enfurece y se rebela. Me acerco a la línea de costa y dejo que la marea me golpee violentamente, como un niño juguetón que no sabe controlar su fuerza. Lanzo a la deriva una botella vacía. Sin mensaje. Creí ver tus ojos en el horizonte.


Desesperanza. Miedo. Un trozo de cielo, un rayo de sol. Un muro imperturbable.


Hundo mis rodillas en la arena mojada y me entrego a la furia de la tormenta. Las lágrimas no obtienen la atención necesaria y pasan desapercibidas entre el agua salina del océano, que cubre mi cuerpo. Inesperadamente, una mano se posa en mi hombro y me hace ver lo que hace escasos minutos estaba cubierto por espesos nubarrones. Cuando alzo la cabeza para reconocer a mi acompañante, recibo una seca bofetada que me tira de bruces al suelo.
Sólo alcanzo a ver un par de pies alejándose y formando pisadas que serán borradas de inmedato por la caricia intermitente del mar. La arena está fría bajo mi rostro. Comienza a llover.


Éxtasis. Abismo. Soledad. Éxtasis.


Un vaso de whisky se rompe contra la pared. La inocente almohada sufre la puesta en marcha de mis amenazas. Las palabras salen muertas de mi pluma, vacías, huecas. Impulsivamente, casi obsesivamente, miro el móvil, aún a sabiendas de que no he recibido nada nuevo. La rabia contenida se transforma en llanto, y me vuelvo a jurar que cambiaré de vida, que saldré del agujero, que volveré a nacer.


Pero no alcanzo.



[Intentaré poco a poco recuperar la cabeza...




"Te contaré un secreto, manito. No existe la otra acera. Creo que te va a tocar derrumbar el muro".




Y aunque me apunto, nunca disparo... siempre me suelo perdonar]


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jueves, 23 de abril de 2009.

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.
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domingo, 12 de abril de 2009.
Me miras.
Logro ver mis ojos en el reflejo de los tuyos. Me atraviesas con la mirada, me hundes un puñal en el pecho. Por un instante, sólo alcanzo a comprender tu existencia y la mía, que se acercan lentamente, que juegan a conocerse, a explorarse mutuamente, a amarse. No vislumbro ningún otro elemento ajeno a esos ojos color caramelo que me desafían y me excitan. Ya no tienen sentido todas aquellas nimiedades, aquellas superfluas preocupaciones. No me interesa el mundo exterior. Sólo alcanzo a adentrarme un poco más, braza a braza, en la vasta inmensidad de tus pupilas, y dejar suavemente que me lleve la marea hasta recónditos rincones de tu ser.
Me abrazas, y nuestras existencias se unen en una sola. Puedo sentir como nuestra simbiosis va mucho más allá de lo meramente físico. Has aprendido a intuir mi estado de ánimo colocando tu oído sobre mi pecho –como muchas otras veces- y escuchando el ritmo de mi corazón, notando el compás de mi respiración. Desconoces que el metrónomo se disloca cuando estás cerca. Comprendo que eres la pieza que me faltaba en el puzle de mi felicidad, de mi completo bienestar. Efímera, al fin y al cabo, pero felicidad.
Me besas, y múltiples puñales se adentran en mi estómago, uno detrás de otro. El frío tacto de tus labios recorre mi cuerpo como una brisa helada. Nuestros labios inician un extraño ritual, un juego inocente, un intercambio de golpes. La simbiosis alcanza su cénit, su punto álgido, y soy incapaz de distinguir entre tú y yo, dos almas tan aparentemente distintas entre sí. Llevas la iniciativa –como muchas otras veces- y me limito a seguir tus pasos en el baile con pasos torpes, me limito a encajar los golpes sin rechistar. Nunca una sumisión había sido tan siniestramente atractiva, tan placentera. Tan mortal.
Bajas la mirada.
Los puñales ensangrentados salen de mi cuerpo, uno detrás de otro. Ya no noto el tacto del frío acero en mi interior, pero la herida sigue latente y comienzo a notar las punzadas de dolor. Te retiras, tu alma se aleja y el velo oscuro vuelve a su sitio. Las olas me devuelven a la orilla, el metrónomo vuelve a su monótona rutina, el puzle está desordenado de nuevo. De repente todo vuelve a cobrar un triste significado, una humillante realidad que me recuerda lo fugaz de mi aparente felicidad.


Skan

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Allá en lo alto, sobre aquel infierno de ametralladoras y cañones, sobre donde la muerte extendía su gélido campo de putrefacción e inmundicia, un tímido sol empezaba a despuntar sobre el horizonte. George entornó los ojos para observar el que seguramente sería el último amanecer del que podría disfrutar.



Observó a su alrededor. En la trinchera, decenas de hombres como él aguardaban a la señal del general para iniciar la ofensiva. Parecían firmes y serenos, pero se adivinaba el miedo en sus ojos. Ojos curados de espanto, ojos acostumbrados a ver cómo sus compañeros caían uno tras otro, a ver cómo sus tripas se esparcían por el campo de batalla. Pero ojos humanos, al fin y al cabo. De una calidez inusitada.



Cada uno de esos soldados tenía una vida a sus espaldas y una familia que rezaba por su regreso. George se estremeció al pensar en todas esas vidas humanas que serían sesgadas sin previo aviso, bajo el implacable fuego enemigo, a manos de una muerte mal disimulada tras el frío acero de las balas alemanas. Esos hombres no podrán abrazar a sus hijos, besar a sus mujeres, arrancar una hoja más del calendario de sus existencias. No podrán disfrutar de un soplo de aire fresco, de una sonrisa, de un amanecer. No podrán inspirar con seguridad y afirmar que están vivos un día más. Porque no lo estarán.
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viernes, 3 de abril de 2009.

Puente de unión entre el goteo incesante de ideas de mi desordenada mente y el frío y liso tacto del papel, entrada a un vacío... infinito, sobrecogedor, amenazante... expectante de una nueva y cruenta lucha entre mi imaginación y la realidad.
Una danza elegante y sin pausa, cuya música de fondo es un rasgueo maravillosamente familiar.
Puerta de escape a la inclemencia de la rutina. Historias que nunca antes han sido relatadas, amores posibles e imposibles, confesiones inconfesables. Cartas de reconciliación, de recuerdos, de aversión declarada. Registro de lo maravilloso que puede llegar a ser el psique humano.
Amigo siempre dispuesto a escuchar, conocedor de mis debilidades. Manual de supervivencia. Desatador de furiosas tormentas, restablecedor de la calma y la tranquilidad.
Ventana abierta a los caprichos de una vida.
Lágrimas derramadas. Esquinas carbonizadas.
Medio de transporte.
Aliado. Enemigo.
Soledad.
Skan
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miércoles, 1 de abril de 2009.



-Vamos. No te hagas de rogar, por favor.


-No quiero.


En los ojos de la chica se antojaba un deje de súplica que había reemplazado a la mirada furiosa que hace segundos le dirigía. La noche extendía su manto de oscuridad, que a falta de la Luna y de una farola en aquellas calles solitarias e incluso tétricas, era más amenazante aún.


-No quiero. Por favor, no me... obligues. Qui-quiero dejarlo ya - suplicó Jack. Le temblaba la voz.


-Siempre has sido igual, Jackie. Desde que te conocí. Siempre tan... cobarde.


-No-no soy cobarde!


-¿Ah no, pequeño Jackie? Podríamos haber sido felices, podríamos haber vivido exentos de miedos, de problemas y preocupaciones. Pero tú y tu estúpido instinto de supervivencia no te dejan ver lo evidente.


-¿A-a qué te refieres?- El chico miraba insistentemente a todos lados, como si temiera ver salir de la oscuridad un monstruo en cualquier momento- ¿Qué es lo e-evidente?


-Para superar retos, para avanzar, para lograr tus sueños... hay que sufrir riesgos, Jack. Hay que adentrarse en lo desconocido. Pero, ¿Por qué el pequeño Jackie va a despegarse de su acogedora y a-bu-rri-da rutina?


-¡Siempre igual, Cris! ¿No te das cuenta de que, a fin de cuentas, no estamos tan mal? ¿Para qué hay que arriesgarse y exponerse al peligro? ¿Es que no amas la vida? No merece la pena, cielo... ahora, por favor, volvamos.


-¿No... no... no merece la pena? -El destello furioso había vuelto a los ojos de Cris- Vale.-


Soltó la mano de Jack y echó a andar por aquella siniestra calle. Sin mirar atrás.




Skan
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Te invito a otro mundo. Un mundo donde las sonrisas estén a la orden del día. Donde los sueños no se vean amenazados por el futuro. Donde podamos volar sin miedo a caer. Sin miedo al qué dirán.
Te invito a pisar los charcos. A saltar, a gritar, a desafiar al silencio. Te invito a pasar otra vida, sin ataduras innecesarias al reloj. Te enseñaré a vivir el presente, a improvisar, a disfrutar de los pequeños momentos que pasan desapercibidos en el bullicio constante de la era moderna. Te mostraré que no hace falta demasiado para ser feliz.Te invito a vivir una vida diferente.
¿Te vienes?
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martes, 31 de marzo de 2009.

El otro día, y después de tanto tiempo sin hacerlo, me miraste a los ojos. Pero no fue una mirada normal, rutinaria... me entró un escalofrío cuando tus ojos se clavaron en los míos. Por un momento me quedé helado, sin poder reaccionar. Hasta que, sin quererlo, entraste en mi cabeza, y me hiciste sacar del baúl de los recuerdos momentos inolvidables...
Fue la mirada del "¿qué fue de nosotros, nena?" de las sonrisas por la mañana, del café y de sentir algo más que una nueva amistad en mi vida. De las visitas a tu clase, de las horas muertas pasadas en alternativa junto a ti. De la lluvia bajo el paraguas.
La distancia hace el olvido, dicen... y así fue. No me quise dar cuenta de que la magia se había ido, y era demasiado tarde...
Enseguida apartaste tu cara y te fuiste. Desde entonces, ansío tener la oportunidad de compartir contigo algo más que una simple (en apariencia) mirada...
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lunes, 30 de marzo de 2009.

¿Qué te ha pasado, princesa...
Alzas la mirada y tus ojos tristes me atraviesan el pecho cual sable. Tienes las manos inusualmente gélidas y tu respiración es forzosa y acompasada.
¿Ya no te acuerdas de aquellas tardes, princesa? Ya no recuerdo tu cara, tu pelo, tu extraña manera de reírme las gracias. Sólo quedan esos ojos tristes de color caramelo y una cicatriz en el corazón que me duele más con el crudo frío invernal.
Caminas lentamente y mirando el suelo. La ciudad te intimida, te achanta, te oculta. Has dejado que tome el control. Careces de aquella autoestima que te caracterizaba. Ya no me miras orgullosamente, aquella soberbia que me irritaba y me excitaba a la vez. Has cambiado, princesa... ¿o he cambiado yo?
Ya no recuerdo cuál de los botones de tu camisa caía primero ante la nerviosa habilidad de mis manos. No transmites sentimiento alguno, eres inexpresiva. Pero tus ojos me lo dicen todo. Nunca me han engañado, princesa. Son a ti a la que traicionan.
Te lo dije, muchacha de ojos tristes. Suena terriblemente vanidoso, pero te lo dije. Te dejaste llevar por tus impulsos autodestructores y no lo pusiste, o quisiste, evitar. Te estás muriendo lentamente y tus manos frías te delatan. Pero esta noche olvidarás todo, mi pequeña suicida. Tan sólo vuela, vuela alto y márchate... Si eso es lo que quieres.
...que no te veo sonreír?
Skan
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-¡Vamos, joder! –espetó desesperado al reloj-despertador de su mesita de noche. Sabía que era inútil y que, por más que descargara su furia contra el aparato, no iba a conseguir que los minutos pasaran más rápido. Pero no podía evitarlo. Llevaba meses, quizá años planeando este momento, y ahora que por fin llegaba, los segundos le parecían eternos, y una sensación de ¿angustia? ¿emoción? ¿o quizás pánico? le subía por el estómago y le oprimía el pecho.
A veces, cuando le amenazaba la soledad en las largas noches de invierno, su subconsciente jugaba a imaginar cómo sería el hipotético reencuentro: lo tenía todo perfectamente estudiado, a sabiendas de que en estos casos la improvisación es la mejor aliada. Pero nunca había sospechado que sus ilusiones se podían convertir en realidad, después de tantos años… hasta que recibió ese inesperado mensaje que había dado un vuelco a sus expectativas de futuro.

Miró de nuevo el reloj. Llegaba la hora. Unas súbitas arcadas le revolvieron el estómago. Había dejado todo listo desde hacía más de una hora, y desde entonces no dejaba de dar vueltas al dormitorio y su mente era un constante ir y venir de posibles situaciones, de indeseados imprevistos que podían ocurrir aquella noche. En sus manos, sudadas y temblorosas, las uñas brillaban, pero por su ausencia. Realmente tenía ansiedad, pero todo habrá merecido la pena si lograba encontrar las respuestas a las preguntas que se hacía en las interminables noches de alcohol y lágrimas…

Ding, dong. Por fin. Inspiró profundamente y las mariposas volaron para no volver. Una serenidad inusitada se apoderó de él y, dirigiendo una última mirada al reloj -5 minutos tarde- y rogando al cielo que el miedo escénico no lo dominara, se dispuso a abrir la puerta.

No pudo evitar un grito de sorpresa al contemplar el rostro que intentaba esbozar una sonrisa delante suya.

Definitivamente, era ella. El brillo de sus ojos la delataba, pero era lo único que podía distinguir de la joven alegre y vivaz de otros tiempos.

Logró controlar el impulso de cerrar la puerta y huir. Tenía la mitad del cuerpo paralizada, y se notaba con claridad en su cara. La carne de la parte dañada colgaba flácida e inerte, y formaba en su rostro una mueca cuanto menos dantesca. El pelo en algunas zonas de su cuero cabelludo no crecía, sin duda fruto de una grave quemadura. Necesitaba bastón, y sus ropas eran grandes y desgastadas. El chico logró distinguir la chaqueta raída que se llevó la última noche de su casa, que en sus hombros resultaba desmesuradamente ancha.

Y, a pesar de todo, la chica lograba sonreír.

Al joven le temblaba incontroladamente el cuerpo. Intentó balbucear algo, pero la chica levantó un brazo y le llevó un dedo a los labios. La media sonrisa desapareció de su rostro.

-Lo siento. –Su voz sonaba firme y segura, aunque más grave de lo que recordaba- Lo siento mucho, Tom.

-Pe… pe… pero… como… ¿PO-POR QUÉ? ¿POR QUÉ, KAREN? –Tom había encontrado las palabras exactas. Un remolino de sentimientos bullía dentro del chico… alegría, rabia, confusión, y miedo…

-Es una larga historia –dijo Karen- Ahora, ¿por qué no hacemos como si me hubieras invitado a entrar en tu casa, Tommy? Parece acogedora.- Con paso decidido, apartó a Tom y entró al recibidor.

Tom no pudo evitar un escalofrío al recordar su diminutivo. Hacía diez años que nadie lo pronunciaba.



Karen miraba a todos lados inquisitivamente, como si quisiera examinar cada rincón del salón en el que se encontraba. A continuación, se sentó en una de las dos sillas junto a la mesa preparada para la ocasión –como si estuviera en su casa- e invitó al chico a sentarse.
Tom no podía salir de su asombro. Miles de preguntas se amontonaban en su cerebro, y no sabía cuál podía ser la primera. Caminando con andares torpes, se sentó en la silla y miró hacia abajo, como si evitara la mirada de la joven.
Intentó explicarle que se había sentido el hombre más desafortunado del mundo desde su desaparición, intentó explicarle que necesitaba somníferos para dormir por su culpa, intentó explicarle que llevaba una vida de obsesión hacia su recuerdo, y, sobretodo, intentó preguntarle por qué se había ido tan súbitamente y… qué le había pasado.

-Que-que-que… que… -era inútil. Las palabras no salían de su boca. Sin duda, la sorpresa de su rostro desconfigurado y su aspecto desmejorado lo había conmocionado. No era lo que esperaba.

-Supongo que te preguntarás por qué tengo media cara paralizada. Y supongo que desearás escuchar la razón por la que desaparecí de tu vida, cuando éramos tan felices juntos.

-S-s-s-s-s… sí. –Tom agradeció que se expresara de su parte. El era incapaz. Se hallaba inmerso en una dura batalla contra una lágrima que, a pedales, intentaba caer en su regazo.

- Aquella mañana salí de tu cama silenciosamente para no despertarte, me vestí y me fui al trabajo. Sabes que no podía llegar tarde. Cogí el coche, y… tuve un accidente. – Tom levantó la mirada, y le sorprendió no ver ni un ápice de debilidad en esos ojos verdes que tan bien conocía. Algo no le cuadraba- Aquella noche hicimos de todo menos dormir, así que el sueño me venció y perdí el control del coche en plena autopista. Di varias vueltas de campana y el coche explotó. Aún doy gracias a Dios por estar hoy aquí, hablando contigo. Si no fuera porque me sacaron a tiempo de aquel infierno, no podría contarlo.

- Pe-pero… ¿por qué yo nunca supe nada de eso?-dijo Tom- Supuse que te habías cansado de mis idas y venidas, de mi carácter i-inestable…

-Tenía miedo, Tommy, mucho miedo. –aquellos ojos verdes empezaban a ceder ante el llanto- Cuando me desperté del coma y vi mi cuerpo, paralizado y chamuscado, me entró pánico de… perderte. Te amaba, y te amo, más que a mi propia existencia, y no podía soportar la idea de que me rechazaras por todo lo que había pasado. Supliqué a los médicos que no te avisaran ni te dijeran nada, y corté todas tus llamadas. Era débil.

-Pero ya veo que has cambiado. ¿Qué fue de aquella niña despreocupada, sensible e inocente?

-Me la dejé en el hospital. –Tom aún seguía buscando en su mirada algún rastro de ella, pero era inútil- Creo que, durante todo el tiempo que estuve ingresada, tuve tiempo para reflexionar y para madurar como persona. El accidente me ha hecho más fuerte. Me di cuenta que había cometido el error de mi vida al esconderme de mis propios problemas, y he estado preparándome mentalmente para nuestro reencuentro. Al fin y al cabo, no hay mejor profesor que el error. Creo que te merecías saber porqué me marché de tu vida así, súbitamente. Ahora tengo la… -Karen dio un suspiro largo y prolongado- conciencia tranquila.

Dicho esto, la chica se levantó y, sin mediar palabra, se dirigió hacia la puerta. Fue coger el picaporte cuando escuchó una voz que le sobresaltó:

-¿Adónde vas? –Karen no sabía que contestar. No se lo esperaba.

-Ah, ya veo. Creías que después de tanto tiempo esperando, de noches perdidas, de botellas vaciadas, te ibas a presentar en mi casa y podrías marcharte así como así. ¡Mira esa foto! –Tom señaló a la pared, donde dos jóvenes sonreían felices en una fotografía colgada- ¿Acaso creías que puedo olvidarte tan fácilmente?

-Pe-pero…. ¡Tom! ¡Mira esta cara! ¡No puedo evitar llorar cuando me veo en un espejo! No-no-no podría…

-Al final no has cambiado tanto como creí a primera vista, nena. Sigues siendo la de siempre. No me enamoré de tu pelo, de tu cara, de tu cuerpo. Me enamoré de tus ojos, de tu sonrisa. Afortunadamente eso no ha cambiado. –La primera lágrima resbalaba por el rostro dañado de la chica- Y, si no llegas a decir lo que acabas de decir, habría creído que me habían robado a la chica superficial, despreocupada, vanidosa e inocente que me conquistó hace ya bastantes años.

-Lo que de verdad me ha sorprendido es que tú no llegaras a conocerme tan bien como te conozco yo a ti. ¿De verdad creías que yo era tan superficial?

-Sécate esas lágrimas, rubia. –La mano de Tom, de una caricia, las recogió suavemente- Y ahora, ¿por qué no hacemos como si nada hubiera pasado?... Ding Dong…

Ding, dong. Mierda. Se había quedado dormido encima de la cama. Medio sonámbulo, fue a recibir a la visita.

-¡Hola, Tommy!- Ese tono de voz le resultaba inconfundible. Una cabellera rubia se abalanzó a su regazo- ¿Cómo estás? Ha pasado tanto tiempo…

Y mientras Karen insistía en volver a retomar las cosas por donde estaban –pero no del modo en que Tom quería- el chico cayó en la cuenta de que había sido un estúpido esperándola tanto tiempo. Y, con un suspiro de resignación, pensó que ojalá se hubiera encontrado con aquel rostro desfigurado de nuevo al abrir la puerta.


Skan
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