martes, 21 de julio de 2009.
Y allí, tumbado bajo la sombra ficticia de un milenario bordón, contemplé extasiado el mar de estrellas que se extendía sobre mi cabeza. Intenté buscar mi estrella, la estrella que me guiara remando río arriba con mi canoa, la que me acompañara en noches de soledad como ésta y me arropara ante la desidia de un saco por enésima vez abierto. Por primera vez en mucho tiempo, logré expulsar de mi mente el torbellino de pensamientos que, noche tras noche, me frustraba y me desorientaba. Logré concentrar toda mi atención en los estímulos procedentes de los sentidos.

El eterno fluir del río se encontraba en total armonía con el místico silencio nocturno de la naturaleza. Mi respiración subía y bajaba. Dediqué unos minutos a contemplar cómo mi pecho desnudo, como si se tratase de un fuelle, expulsaba toda la rabia contenida y almacenada. La brisa me acariciaba bruscamente, se divertía jugando conmigo. Por un instante, creí ver una pícara sonrisa escondida entre las ramas de los árboles mecidos por el viento.

Miradas desaprensivas y besos robados comenzaban a librarse de su cárcel y, poco a poco, volvieron a ocupar el lugar desocupado en mi pensamiento. Comprendí que mi segundo de paz estaba llegando a su fin, y con un esfuerzo sobrehumano logré alargar la tregua unos parpadeos más. Fue entonces, donde intimidado ante la grandeza de un universo extendido ante mis ojos, magnificente y a la vez distante, logré contactar con la esencia de mi alma y, por primera vez, entendí que mis problemas eran relativos ante la jerarquía absoluta de la vida y la muerte.

Antes de perder el sentido por un tiempo indefinido de nuevo, antes de volver a sumirme en la locura más absurda, pregunté al cielo si alguna estrella estaba dispuesta a seguirme en el nuevo camino que debía recorrer río arriba. Me sentí extrañamente aliviado al no encontrar respuesta.


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Antes de comenzar con mi caótico historial de amarres cuadrados, risas en tiendas de campaña y lloros en cuartos de baño infestados de polillas, me volví y dediqué un efímero pensamiento a cada una de las personas que me habían acompañado en tres años inolvidables de mi ruta por la vida.

A lo lejos, mi hermano emitía un llanto totalmente infantil, mezcla de la emoción del momento y de turbios pensamientos que a mi pesar nunca llegaré a comprender del todo. Un sentimiento de angustia me recorrió al preguntarme si me elegirá de padrino el día que prometa dejar el mundo en mejores condiciones de las que se lo encontró. Tal vez no me lo merezca. Me cruzó una sonrisa al imaginar cuál sería el nombre scout de Alberto. ¿Pinguino pesado, pinguino desastre, pinguino llorón? No creo. Tal vez pinguino fiel, pinguino alegre, pinguino despreocupado, pinguino cariñoso. Todos ellos con su correspondiente diéresis.

A continuación, inicié la ronda de dedicatorias a los componentes de la Unidad que dejaba atrás. Eran tantas las vivencias compartidas que mi mente se saturó por un instante ante la confluencia de tantos sentimientos de gratitud, de cariño, de amor hacia aquellas cuatro personas.

Zorro Ilusionista mantenía la mirada fija en un punto concreto, pero estaba seguro de que su mente hacía caso omiso de la información obtenida de su sentido de la vista. Me estremecí al intuir las sensaciones que se escondían tras ese rostro inescrutable y tan cómicamente marcado de rojo. Una oleada de cariño, a pesar de todo, me recorrió para romper en el recuerdo de aquel personaje. "Tienes alma de poeta", me había dicho unos días antes. Nunca sabré si aquella afirmación fue para salir de paso o si la dijo sinceramente, pero aquello fue lo único que necesitaba oír en aquel momento.

Al iniciar el escrutinio de Lince Aguda, por motivos que aún desconozco, bajé la mirada y sonreí pensando en lo agradable que había sido, a lo largo de estos últimos dos años, descubrir poco a poco el gran corazón que se escondía tras esa sonrisa infantil y sincera. Lamenté por un momento alejarme de ella remando mi canoa, pero quién sabe, tal vez aminore mi ritmo para esperarla y remar juntos. Estoy seguro de que aún me queda mucho que descubrir en ese territorio del parque de Doñana.

A Pantera Cariñosa una lágrima le rodaba por la mejilla mientras se mordía el labio inferior en un gesto inconfundible. Sentí un impulso de romper la formación e ir a abrazarla, a suplicarle al oído que dejara de llorar, pero en vez de eso bajé de nuevo la mirada y recordé fugazmente la conversación que habíamos tenido días antes, entrando en el pueblo de Jubrique. "Es muy bonita la sensación de saber que tienes a alguien ahí siempre, que te escucha, que te comprende". A veces los designios divinos son tan cruelmente injustos...

Las gafas de sol que portaba Oso Fiel me impedían evaluar su estado de ánimo, pero estaba seguro de que no estaba siendo indiferente ante la ceremonia que se celebraba ante sus maltrechos ojos. Oso Fiel era una persona que me hacía sentir bien, fuese cual fuese la circunstancia, el momento o las palabras indicadas. Recordé lo muchísimo que me alegré por él cuando, por fin, consigió lo que anhelaba. Recordé sus intentos en balde de preocuparse por mi estado de ánimo, recordé sus "más te vale que no te vea con esa cara mañana". Se había abierto un espacio en mi corazón a base de palabras sinceras, de inocencia entrañable, de un cariño hacia los demás abrumador. "Suerte, compañero", pensé, en un intento de comunicación telepática.

Continué mi ronda hacia las personas que, al igual que yo, iniciaban una nueva etapa en su vida como scout. Al contemplar el gesto lloroso -para variar- de Loro Alegre, me invadió de nuevo ese sentimiento de caos ante tantos sentimientos entremezclados. Me sentí incapaz de ordenar un pensamiento dirigido hacia Loro, así que opté por seleccionar un popurrí de citas, imágenes y recuerdos en apariencia sin ningún nexo entre sí. Entre esa mezcla extraña encontré infinitas risas sin ninguna razón de ser, infinitos sentimientos de paz al escuchar su carcajada despreocupada. "Javi, soy feliz" "Aida es una niña pa toa la laif" "la verdad, ya me parece absurdo"... por segunda vez, intenté establecer una comunicación telepática, esta vez con más convicción que la primera... "Gracias", "gracias", "gracias", "gracias"...

Contemplé con desasosiego como una lágrima se escapaba a pedales de la pupila de Búho Nival Observadora, y recordé que esa la segunda vez en dos años que la veía llorar, a pesar de todo lo que habíamos vivido juntos. Casi instintivamente, como un beso inesperado o un abrazo, alargué mi brazo y recogí con cuidado su lágrima vertida, como tantas veces había hecho ella con mi llanto desconsolado. Me dirigió una sonrisa que guardé dentro de mi pecho -en el mismo rincón de las alas- y en ese mismo instante, decidí que algún día me dedicaría a contarle todo lo importante que ha sido para mí este último año de besos mañaneros, de SuperCroquetas y cubos verdes, de llantos y carcajadas compartidas. Algún día. Sentí una punzada de angustia al pensar que, tal vez, no encontraría reciprocidad en mis palabras. Hasta ese momento, sólo me queda esperar que sea feliz de una vez por todas.

Sentí remordimientos de conciencia al caer en la cuenta de que no estaba escuchando ni una palabra de las que, entre hipos descontrolados, estaba intentando formular Mapache Protectora. Cuando intenté volver a seguir el hilo de su historial, me llegó una frase que difícilmente olvidaré: lunes por la mañana. Otra oleada de gratitud, esta vez mezclada con algo de culpa y perdón, dio a parar en el recuerdo de esas palabras tantas veces escuchadas... "hola, padri" con un tono reconfortante e incluso halagador.

En el momento en el que me llegó a mí el turno de compartir mi historia, dirigí mi pensamiento a hacer un escrutinio de mí mismo. Casi al instante, dejé la exploración para otra ocasión más apropiada, en un aplazamiento prácticamente indefinido. Pero sí tuve la ocasión de vislumbrar como una estrella, pequeña pero con una luz cegadora, habitaba dentro de mí.



-¿A quién estás abrazando, al bordón o a mí?

-A los dos.


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Se presenta el Clan Rover Piel Roja. Piel Roja en ruta... ¡casi siempre!
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