jueves, 23 de diciembre de 2010.
Pues claro que soy algo. Soy más que algo, soy más que lo mundano, lo mediocre, lo erróneamente llamado "normal". Soy como ese tipo viejo con barba que cuando se aburre deshace lo creado, soy como un dios. Soy aquello a lo que atribuyes aquellos cambios en tu entorno que no puedes explicar. Soy la explicación a tus ganas de levantarte cada mañana, a la deriva de tus pensamientos, a la manera de acurrucarte entre mis brazos, ronronear y escupir felicidad cada vez que me rozas. Soy Dios porque tengo el poder de hacerte sonreír, y si puedo lograr eso, ¿qué es lo que no puedo hacer? ¿A quién más necesito convencer? ¿Quién tiene el derecho de recordarme el silencio que me embarga cuando no estás? Tengo el poder de activar circuitos nerviosos con una simple combinación de caricias y algo menos físico aún, místico, casi oculto, que flota en el ambiente de mi habitación mientras la tarde se nos echa encima. Tengo el poder de llevarte al cielo, de guiarte hasta la luz, y si me enfado lanzar rayos, electrificarte y que me contagies al tocarte, de manejar al sol y la lluvia, de controlar las estrellas para que respondan a tus deseos. Estoy aunque no me veas, estoy aquí, pero no contigo, y resucito cada vez que me recuerdas. Tengo el poder de hacer y deshacer, de darte un beso y desaparecer, de volver cuando menos te lo esperas e irme cuando no me necesitas, de quererte sin prisas y afrontar el reto de hacerte feliz a cada segundo.

Pero sobre todo, soy Dios porque yo soy el único que tiene el poder para decidir cómo es mi vida o qué camino seguir -por tierra o por aire-. El poder para manejar el entorno a mi antojo. Y he decidido que tú formes parte de él.

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