sábado, 19 de junio de 2010.
Porque después de medias sonrisas, conversaciones tristes y una infinidad de silencios, me produjo un enorme alivio ver cómo se te iluminaba la cara contándonos anécdotas del pasado, cómo pequeños recuerdos lograban hacerte olvidar lo que yo no logré con mi compañía y mis palabras. Me pareció encontrar de nuevo a aquella niña risueña que se escondió entre el vacío.

Cuando me abrazaste, confirmaste mis sospechas. Me hiciste sentir, por un segundo, que todo lo que hacía tenía sentido, alguna finalidad más allá de mi propio ego y lucimiento personal.

Y además, definitivamente estás más guapa cuando te ríes.
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martes, 1 de junio de 2010.
Un vaivén discontinuo de olivos
y un etéreo cristal entre mi mirada y el paisaje.

Las colinas, eternas pasajeras
de un viaje infinito entre mi luz y tu miedo.

Tu miedo, tú: mientras en este lado de lo efímero
las caricias fugitivas parecen tener sentido,
veo el roce de tu piel infiltrado en el camino.

Duermes. Sobre mi pecho sueñas
con palabras huecas y huecos gestos, maneras
de un amante que... ¡eh, espera! parece no ser yo.

Una sonrisa irónica y tres suspiros
al ver el juego veloz en tus pupilas inquietas.

Sin embargo, mientras secretamente anhelas
otros atardeceres, otra pluma de pies ligeros y fría piel,
volveré a ser aquel conformista que nunca fui.

Volveré a descansar, crueles, entre tus dedos;
volveré a ser partícipe de las sonrisas fingidas;
volveré, al fin y al cabo, a imprecar a ese Dios que nunca existió.

Volveré a entremezclar el calor con el destino,
tu visión con tu reflejo, aquel espejo en el que no estoy yo.
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