sábado, 22 de mayo de 2010.
Conocí un chico que escribía, madre.
Recuerdo perfectamente la tarde cuando lo ví por primera vez. Los árboles del parque mostraban la sobria belleza de su desnudez, dejando posar una alfombra oxidada sobre la que estaba sentado. Recuerdo que reía despreocupadamente con sus amigos, y pareció intuir que lo estaba mirando cuando posó sus ojos en mí. Desconocía las sílabas que posteriormente pronunciaría, con destino a formar parte de mi pecho para siempre: sin embargo, logré notar en el brillo de sus pupilas la sabiduría de quien conoce el ritmo intrínseco a la belleza semántica.
Curiosamente, no recuerdo la primera vez que hablé con él, madre. Nuestro vínculo se fue estableciendo entre risas, copas, su soltura con la palabra hablada y la atracción que ejercían sobre mí sus ojos. No eran especialmente bonitos, eran marrones y bastante pequeños, pero lograban hacer nacer en mí un aluvión de sensaciones, a cada cual más embarullada, pero ciertamente reconfortante. Aun así madre, nunca me hubiera imaginado que aquella mirada intentaba decirme sin palabras todo aquello que su pluma dejaba en la eternidad del papel.
Una mañana de febrero -sabes que febrero siempre ha sido un mes demasiado romántico- me entregó un folio blanco, marcado por la danza de su bolígrafo. He de reconocerte que cuando lo ví por primera vez aquella pureza a saber por qué violada, no le di mucha importancia. Pero comencé a leer y cada línea resultó ser la más hermosa de las violaciones. Me hizo creer en un futuro sin cabida para las cosas malas que la vida se encargó de recordarme. Un futuro donde él y yo podríamos saltar los charcos de la ignorancia sin miedo a la muchedumbre y su estúpida caída constante. Me temblaron las piernas ante aquel cielo prometido, y comencé a sentir en mi interior la esperanza de algo nuevo. El comienzo de algo nuevo, madre, una puerta abierta que me hizo sonreír.
El invierno dejó paso al verano y lo olvidé, al igual que los rayos del sol siempre acaban por derretir el hielo y su fría dureza. Pero siempre llevaré aquellas palabras grabadas a fuego.

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