miércoles, 21 de julio de 2010.
Seguro que alguna vez has sentido esa desagradable sensación de notar cómo necesitas decir algo urgentemente, necesitas exteriorizar esa vorágine de ideas, pero el estúpido sentido común o el miedo a equivocarnos nos paraliza de nuevo, dejando un extraño ardor en la garganta, como esas veces en las que las lágrimas están a punto de salir y te concentras como un imbécil en intentar retenerlas.
Es el máximo exponente de la dualidad y antagonismo entre la cabeza y el corazón. Sin embargo, es curioso darse cuenta de que el cuerpo y la mente no están tan separadas como se piensa en un principio. El estómago me indica que algo no marcha bien en mi proceso interno.
Y cada noche mi mente parece aclararse, y sabedor de que ya ha perdido la batalla desde hace mucho, implora una tregua a mi corazón. Porque conoce los antecedentes e intuye que la historia volverá a repetirse. De manera inconsciente mi mente analiza el pasado y da la alerta para que el futuro no vuelva a ser otra sucesión de lágrimas que emborronan cuadernos.
Pero me temo que de nuevo ya sabemos quién terminará ganando la partida. Como siempre, vamos.
A demasiadas revoluciones por segundo, un nuevo período se abre en el rodar continuo de mi vida, sin haber cerrado del todo las heridas del pasado.
A veces me gustaría olvidar tanto... asumir que no he salido de la adolescencia, que sólo soy un niño perdido en un mar de indecisión, disfrutar un poco más el momento, estar a gusto dentro de mi piel, aceptar que me equivoco y me seguiré equivocando y que estaréis ahí para levantarme siempre. Pero son demasiadas cadenas de las que tengo que escapar.
De hecho, creo que necesito olvidar...
...pero me miro dentro de tus ojos, y ansío disfrutar un poco más de tu recuerdo.

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