martes, 31 de agosto de 2010.
Juguemos.

¿Para qué tomarse todo esto en serio? ¿Por qué torcer esa sonrisa de hada, para qué silenciar tus instintos, para qué refrenarse? Abramos los ojos y dejemos fluir hasta la última gota de nosotros mismos, de esa auténtica esencia original e incorrupta que siempre perdurará detrás de unas incombustibles ganas de saltar.

Siempre has sabido que la línea entre la cordura y la demencia es frágil y en ocasiones discontinua. Intuías la subjetividad de las palabras, de las acciones, de tu moral, y conocías de antemano la diferencia entre lo enrevesado de tus historias y la realidad. ¿Y qué es la realidad sino una mera quimera, un espejismo, una mentira sostenida por ignorantes convencidos de la interpretación como auténtica verdad?

No supe avisarte a tiempo de la peligrosidad que entrañaban los procesos de tu mente, y el miedo te consumió lentamente, ocultándote entre tus silencios. Reconozco que no fui capaz de revertir tu situación, de convencerte con mi mirada y dejar que te bañaras en mis ojos. Quise alentarte y mis palabras sonaban huecas, quise abrazarte y mis brazos se helaron en torno a tu cuerpo, quise amarte, pero sabíamos que el invierno acechaba ya en nuestras ventanas. Ahora sé que el camino más fácil es el más complicado de ver.

Quiero jugar contigo.

Sólo te pido una tregua de palabras. Muchas veces dicen cosas que no quiero decirte, y callan cosas que quiero que sepas. Propongo que tu risa contenida sea el único medio, la única manera de saber que eres feliz. Quiero pintarte la cara, contar estrellas, pasear juntos, contemplar cómo la vida se nos escapa sin que pongamos remedio. Sin trampa ni cartón, sin ojos tristes, y con muchas, muchas formas de reír distintas. Abre los ojos, vamos, quiero asomarme en ellos y contemplar, satisfecho, ese trocito de esencia que aún nos queda.

Quiero que me abraces y me susurres al oído que encontraste al niño dentro de mí.

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