domingo, 12 de abril de 2009.
Me miras.
Logro ver mis ojos en el reflejo de los tuyos. Me atraviesas con la mirada, me hundes un puñal en el pecho. Por un instante, sólo alcanzo a comprender tu existencia y la mía, que se acercan lentamente, que juegan a conocerse, a explorarse mutuamente, a amarse. No vislumbro ningún otro elemento ajeno a esos ojos color caramelo que me desafían y me excitan. Ya no tienen sentido todas aquellas nimiedades, aquellas superfluas preocupaciones. No me interesa el mundo exterior. Sólo alcanzo a adentrarme un poco más, braza a braza, en la vasta inmensidad de tus pupilas, y dejar suavemente que me lleve la marea hasta recónditos rincones de tu ser.
Me abrazas, y nuestras existencias se unen en una sola. Puedo sentir como nuestra simbiosis va mucho más allá de lo meramente físico. Has aprendido a intuir mi estado de ánimo colocando tu oído sobre mi pecho –como muchas otras veces- y escuchando el ritmo de mi corazón, notando el compás de mi respiración. Desconoces que el metrónomo se disloca cuando estás cerca. Comprendo que eres la pieza que me faltaba en el puzle de mi felicidad, de mi completo bienestar. Efímera, al fin y al cabo, pero felicidad.
Me besas, y múltiples puñales se adentran en mi estómago, uno detrás de otro. El frío tacto de tus labios recorre mi cuerpo como una brisa helada. Nuestros labios inician un extraño ritual, un juego inocente, un intercambio de golpes. La simbiosis alcanza su cénit, su punto álgido, y soy incapaz de distinguir entre tú y yo, dos almas tan aparentemente distintas entre sí. Llevas la iniciativa –como muchas otras veces- y me limito a seguir tus pasos en el baile con pasos torpes, me limito a encajar los golpes sin rechistar. Nunca una sumisión había sido tan siniestramente atractiva, tan placentera. Tan mortal.
Bajas la mirada.
Los puñales ensangrentados salen de mi cuerpo, uno detrás de otro. Ya no noto el tacto del frío acero en mi interior, pero la herida sigue latente y comienzo a notar las punzadas de dolor. Te retiras, tu alma se aleja y el velo oscuro vuelve a su sitio. Las olas me devuelven a la orilla, el metrónomo vuelve a su monótona rutina, el puzle está desordenado de nuevo. De repente todo vuelve a cobrar un triste significado, una humillante realidad que me recuerda lo fugaz de mi aparente felicidad.


Skan

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